Reflexión alegre y victoriosa sobre las elecciones

En términos deportivos, todos los partidos profesionales comienzan con un empate: desde el principio, nadie está en posición ventajosa sobre los demás. Como siempre ocurre, hay algunas excepciones aquí y allá, como es el caso en los Estados Unidos de América, en la fase de playoffs de la competición de golf conocida como FedEx Cup: se otorga un premio de diez golpes “bajo par” al jugador mejor clasificado después del final de la temporada oficial de la PGA-Professional Golf Association, y en orden descendente de golpes hasta el vigésimo quinto lugar.
Lo normal, sin embargo, consiste, como es sabido, en cumplir la regla maestra que impone las mismas condiciones y circunstancias a todos los competidores en las pruebas competitivas –ya sean en modalidad individual o colectiva– desde el principio. Y en la afirmación de que, al final, sólo hay un ganador (la noción de ex-aequo se contempla igualmente en ciertas disciplinas).
Ahora bien, transponiendo esta realidad al contexto político-partidista de un período electoral, se observa que, si bien en la salida se observa idéntica nivelación, al llegar a la meta el espectáculo es curiosamente diferente, reivindicando en este caso todos los interlocutores su propia victoria.
Es bien sabido que a nadie le gusta perder – ni siquiera a la carta – y esta constatación y ley natural de la vida se confirma en efecto y abundantemente en la negación que presenciamos – proveniente de las formaciones partidarias implicadas –, ya sea ante alguna derrota dolorosa, ya sea en relación a un posible empate técnico.
Me gustaría permitirme, para que no queden dudas en la mente de personas más distraídas y asombradas, enunciar ciertas conductas ya observadas que me parecen suficientemente ilustrativas de la citada y difundida postura victoriosa:
En primer lugar, y como era de esperar, quien haya conseguido recibir más cruces en los espacios de las papeletas que le pertenecen: en esta ocasión, y de manera innecesaria, el significado del veredicto a su favor suele ser expresado de forma hiperbólica por los ciudadanos votantes. Esta euforia recuerda a algunos oyentes el tono igualmente exagerado utilizado respecto al supuesto tamaño numérico de los soldados involucrados en la batalla de Ourique en 1139. Solo el valiente y serio Alexandre Herculano describió dicha batalla como un episodio menor en nuestra historia – ver Diogo Freitas do Amaral en «D. Alfonso Henriques»;
a continuación, el segundo grupo más votado, que confiesa su honor y su compromiso de merecer ocupar el primer lugar de las voces sabias y disidentes, es decir, la dirección de la oposición: quizás inspirado por la tesis del escritor Michel-Antoine Burnier en su divertida obra «Que le meilleur perder» , el «vice-primero», o el primero de los perdedores, asume, con alivio y alegría, su situación;
El tercer partido es el que suele tener más dificultades para encontrar algún motivo de alegría, pues es inevitable interpretar que esa calificación representará, como mucho, una tímida participación como miembro junior, en una hipotética coalición de gobierno. Se siente como si estuviera en una especie de tierra de nadie, que no es ni pez ni ave, y que de ninguna manera cumple con sus expectativas. Consciente de esta lógica y triste conclusión, se aferra a lo que le queda para disimular su fracaso: él también tiene un lugar en el podio de medallas, y el bronce es, después de todo, el material del que se hacen grandes obras artísticas, como la famosa escultura El Pensador, de Auguste Rodin, o el David de Miguel Ángel. Sin olvidar la emblemática Estatua de la Libertad. Sí, pensándolo bien, ganaron después de todo.
Finalmente, sigue la lista de invitados unidos en su certeza de que las medidas de transformación que proponen para el país y sus habitantes requieren efectiva y necesariamente de un largo período de tiempo para madurar en una población anestesiada por la ideología cotidiana basada en dos peligrosos "ismos": el desenfado y la inmediatez. El modesto resultado alcanzado refleja exclusivamente el estado bastante precario de deficiencia intelectual y cívica de la inmensa mayoría de los conciudadanos: desgraciadamente, todavía están lejos de comprender el inmenso beneficio que supone confiar su vida y su futuro a estos visionarios y profetas contemporáneos que no aceptan la mediocridad.
En el pasado, en el fútbol, un mal resultado se cubría con el manto diáfano de una “victoria moral”: la política, en un estado de permanente cambio y liquidez, y sin argumentos creíbles a su favor, tomó el camino más perezoso, es decir, la apropiación de ese concepto que, por cierto, hace tiempo que desapareció del vocabulario de los propios expertos del fútbol.
En resumen, incluso los verdaderos ganadores ganan. Y esto es conmovedor.
observador