Lo natural como arte en Henry David Thoreau: un espacio cultural y deseante

En La naturaleza de Thoreau la filósofa estadounidense Jane Bennett aborda el pensamiento del autor de Walden desde el presente, en el marco de los debates intelectuales y políticos del siglo XXI. Es un signo más de que Henry David Thoreau (1817- 1862) ha vuelto, se ha resignificado desde múltiples lecturas en nuestra actualidad que van desde ambientalistas a libertarias, de anarquistas a socialistas. Bennett hace dialogar a Thoreau con Michel Foucault, Gilles Deleuze o Donna Haraway exhibiendo lo que llama la “sensibilidad posmoderna” del pensador estadounidense.

La noción clave del recorrido de Bennett sobre el pensamiento de Thoreau será el concepto de “lo Salvaje” (the Wild); de acuerdo a su visión, Thoreau no será tanto un adorador sentimental e ingenuo del mundo natural, sino, por el contrario, un filósofo que piensa la Naturaleza desde el artificio, desde la mirada de un transeúnte por el bosque que se construye a sí mismo por medio de observaciones minuciosas sobre plantas, animales, insectos, el clima y la economía diaria de su vida en soledad.
Lo que Thoreau llama “lo Salvaje” para Bennett no es un mero elogio romántico de un naturalismo idílico, sino, inversamente, el resultado de una construcción cultural que realiza el propio escritor desde su singularidad para recrearse a sí mismo a partir de su exposición a la Naturaleza que lo modifica. La autora considerará que los textos remarcables desde lo ético y lo político no serán los evidentes y más famosos, como Desobediencia civil, sino aquellos en los cuales detectamos la afectación mutua de Thoreau con el mundo natural y de los que podemos inferir una moral como tecnología del yo y una política del acontecimiento.
Bennett resalta al “enemigo” de la filosofía de Thoreau: los Ellos. Lo que podría ser llamado el personaje conceptual que el autor crea en Walden como símbolo de la masividad, la uniformidad, del parámetro por defecto, es decir, los que dictaminan qué “hay” que hacer o cómo “hay” que vivir. Destruir la sumisión hacia los Ellos es el principio de una política, que más que negociar, busca la recreación. La negociación de la política estatal y de la vida cotidiana normalizada obtura la posibilidad de vivir la vida con intensidad, por lo que Thoreau es un anarquista individualista; como dice Bennett, “la política y los negocios son modos de existencia sumidos en el Ellos”.
La célebre noche en la cárcel de Concord en 1848 que Thoreau tuvo que padecer como castigo –por negarse a pagar impuestos para financiar la guerra con México y la esclavitud– es leída por Bennett no tanto como un acto de resistencia política en sí mismo eficaz, sino como oportunidad para estetizar ese evento tornándolo materia prima para crear una narración fascinante.

Thoreau, según Bennett, desarrolla ocho “técnicas del yo”, es decir, ejercicios físicos y espirituales para evitar ser capturado por la dinámica disciplinaria, a saber: moverse hacia dentro, idealizar a un amigo, guardar silencio, ir afuera, microvisionar, vivir dualmente, escardar los porotos y comer con cuidado. Lo que vemos en cada una de estas modalidades son dos cosas: por un lado, el tipo de trascendentalismo más ético que metafísico de Thoreau (a diferencia de su maestro Emerson), por cuanto su labor filosófica necesariamente implica una práctica; por otro, la concepción de “lo Salvaje” como un deseo indisciplinado que escapa a las taxonomías habituales para leer la Naturaleza (por ejemplo, flora y fauna).
Para Bennett, la lectura artificial del mundo natural de Thoreau será desde su condición de anomalía en los bosques. Lo natural es para él siempre una definición cultural y deseante.
Según Bennett, debemos leer la individualidad fuerte de la filosofía thoreausiana como el transeúnte al interior de la Naturaleza, no tanto como una identidad cristalizada o un yo cerrado sobre sí, sino como un resultado de la transfiguración, de los ejercicios dentro “lo Salvaje”.
Resulta congruente que pensemos, como señala la autora, la Naturaleza de Thoreau no como un universo sino como un “heteroverso”, en tanto se trata de una red de relaciones de elementos heterogéneos que se influyen y modifican recíprocamente. Dice Bennett: “La Naturaleza de Thoreau no es un jardín del Edén ni un mundo caído. Es un heteroverso".

Thoreau no es el portador de una fe ingenua en la existencia prediscursiva de una creación divina”. Y enfatiza: “Thoreau no ignora la artificialidad de esta Naturaleza”. “Lo natural”, para él, es más una obra de arte que el paraíso mítico de un lugar virgen del hombre.
De manera que la política de “lo Salvaje” thoreausiana conduce a propiciar lo imprevisto, a desencadenar el acontecimiento que sacude identidades y convenciones; ciertas formas de protesta de los movimientos de la comunidad LGBTQ+ o del ambientalismo que producen sorpresa o perplejidad resultan afines a lo anarco e indisciplinado de la política de “lo Salvaje”.
Podríamos decir, recuperando los términos de Deleuze y Guattari, que si la política de los Ellos es una reterritorialización en la moral y las costumbres tradicionales, la política de “lo Salvaje, por el contrario, implica una desterritorialización del transeúnte natural de Thoreau, un nomadismo que pone en crisis las identidades, al mismo tiempo que crea individualidades desde la afectación con el resto de los seres vivos.

La Naturaleza de Thoreau nos ofrece el retrato de un Thoreau original, hijo del presente, donde la división tajante de lo natural y lo artificial ya resulta improcedente: habitamos un mundo donde todos devenimos cíborgs, humanos y animales, organismos y máquinas. Thoreau nos ayuda a pensar cómo Naturaleza y cultura se imbrican y se reelaboran desde la belleza.
Clarin