Este país no es para los que están “de fuera”

Hace poco más de un mes, se presentó un estudio en el Foro del BCE en Sintra que indicaba que Portugal es el segundo país europeo donde los empleados permanecen, de media, más tiempo en la misma empresa; como era de esperar, Grecia es el primero. Un tercio de los trabajadores portugueses lleva trabajando para la misma empresa al menos 20 años.
Quedémonos con estos datos sobre el país sin profundizar en la discusión que animó la reunión de banqueros centrales sobre la movilidad del mercado laboral y su relación con la brecha de innovación y productividad entre Europa y Estados Unidos.
El país donde la idea de “un trabajo para toda la vida” tiene tanto peso es, al mismo tiempo, el país donde el acceso al primer empleo es a menudo precario: contratos temporales y tickets verdes (verdadero o falso).
Se trata de una dualidad de larga data en nuestra economía, dictada por la rigidez del mercado laboral: los que están "dentro" están protegidos, y los que están "afuera" pero quieren entrar pagan una parte de ese costo y la débil dinámica que éste genera.
Dentro de las empresas, el acceso a puestos de liderazgo y gestión no es diferente. Los datos citados por Daniel Traça en el libro « Ambición: Preparando a Portugal para la Generación Mejor Preparada » (Oficina del Libro, octubre de 2024) —expresiones de interés: colaboré con Daniel Traça en la edición y revisión del libro— muestran cómo existen generaciones consolidadas que dificultan la renovación y la llegada de jóvenes talentos a puestos de mayor responsabilidad y capacidad de decisión.
Entre 2010 y 2021, la edad media de los directivos aumentó de 44 a 48 años en las grandes empresas y de 45 a 48 en las medianas. En Portugal, los altos directivos llevan una media de 30 años en el sector, la cifra más alta entre los países de la Unión Europea.
Una falta de renovación que no es ajena al hecho de que muchos jóvenes prefieren desarrollar su carrera en el extranjero, donde el talento y el mérito se premian más independientemente de contextos como la edad.
En este viaje por el país de dos países, también podemos observar el mercado inmobiliario. La crisis de escasez y altos precios es notoria, y conocemos bien las razones que nos trajeron hasta aquí: escasa construcción, creciente demanda e intervenciones políticas o amenazas de intervención en los mercados de alquiler o los derechos de propiedad.
El problema es real y grave, tanto económica como socialmente. Sin embargo, si esto no mitiga el coste colectivo de esta crisis, la gran mayoría de la población se beneficia de ella. En un país donde alrededor del 70 % de las familias viven en sus propias viviendas, el aumento del valor del mercado inmobiliario implica que la riqueza de esta mayoría de la población está aumentando. No es casualidad que la vivienda ya represente el 55 % del patrimonio familiar, cifra que se eleva al 76 % en el caso de las familias con ingresos más bajos.
Tres retratos de un país cada vez más dual, plagado de obstáculos para su propia renovación, donde las ventajas de estar "dentro" y los costos que soportan quienes "de fuera" quieren entrar son cada vez más evidentes. La rigidez, la hiperregulación y la cultura de defender el propio "patio trasero" obstaculizan cada vez más la dinámica económica y social que exige nuestra acelerada modernidad.
observador