En grande

La historia de México ha sido, desde siempre, una secuencia de actos de grandeza. De pensar y construir en grande. Desde las pirámides y sistemas hidráulicos de nuestros pueblos originarios, hasta las catedrales, acueductos y ciudades del Virreinato; desde los ferrocarriles, presas y puertos del siglo XX, hasta las metrópolis contemporáneas y las redes carreteras que hoy vertebran al país, México ha demostrado una y otra vez su capacidad para concebir obras colosales y forjar un destino de relevancia.
Esa tradición —cultural, histórica, casi genética— de edificar proyectos monumentales cobra hoy una importancia crucial. En un mundo que vuelve a medir la fortaleza de las naciones por su capacidad para construir, innovar y proyectar poder económico y productivo, México enfrenta el imperativo de recuperar la visión de largo plazo que alguna vez lo distinguió.
Durante buena parte del siglo XX, nuestro país consolidó una estructura industrial robusta, profundamente integrada al comercio internacional, particularmente con Estados Unidos. Sin embargo, las crisis financieras, el endeudamiento excesivo y los vaivenes de la economía global redujeron la capacidad del Estado para sostener inversiones de gran calado. Los intentos posteriores por retomar ese camino se toparon con una nueva realidad: hoy, las grandes obras requieren no sólo magnitud, sino también rentabilidad, certidumbre y viabilidad técnica en un entorno global hipercompetitivo. Las decisiones de inversión ya no pueden estar desconectadas del mercado.
Con un crecimiento económico anémico en las últimas décadas, el desafío es evidente: sin proyectos estratégicos de infraestructura —que eleven la productividad y fortalezcan la competitividad— no habrá un verdadero salto en el ingreso per cápita ni un crecimiento robusto y sostenido.
El problema radica en que el gobierno, por sí solo, ya no cuenta con los recursos presupuestales para financiar estas obras. La expansión ferroviaria que hoy se impulsa es un avance plausible, pero insuficiente. Mientras tanto, la economía global —alimentada por la inteligencia artificial, los centros de datos y las nuevas cadenas de suministro— exige más energía, más conectividad y plataformas logísticas más sofisticadas. México no puede quedarse al margen. Es necesario volver a pensar en grande, pero ahora incorporando la innovación como eje esencial.
Hace unos días, Sam Altman, director ejecutivo de OpenAI, advertía que la tecnología por sí sola ya no basta: es necesaria también una innovación radical en la forma de financiarla. Acertó. En el caso de México, eso implica diseñar mecanismos de financiamiento novedosos que permitan movilizar tanto recursos públicos como privados hacia los grandes proyectos que el país requiere.
El primer paso es ineludible: formular proyectos sólidos, técnicamente viables, gestionados con transparencia y profesionalismo. Proyectos capaces de atraer capital institucional, como el de las Afores, así como inversionistas internacionales dispuestos a apostar por instrumentos financieros innovadores. A ello deben sumarse marcos regulatorios que generen condiciones de certidumbre y rentabilidad.
Esto no se trata solo de construir más, sino de fortalecer a México desde dentro, aprovechando sus palancas externas: nuestros socios comerciales, la fortaleza de nuestras empresas nacionales, el talento de nuestros ingenieros, arquitectos, economistas y emprendedores, todos ellos listos para el siguiente salto.
La ruta está clara: más puertos, más carreteras, más aeropuertos; más plantas generadoras de energía limpia; más redes de transmisión de datos; mayor capacidad aeroespacial; y una profunda transformación educativa. Obras que multipliquen la productividad, conecten a México con el futuro y eleven el bienestar de las personas. Pero al ritmo actual, estas metas se antojan lejanas. Ese es el punto de partida: reconocer la urgencia.
Estamos ante una encrucijada histórica. Las tensiones globales no deben inmovilizarnos, sino impulsarnos. Frente al reacomodo geopolítico, es indispensable fortalecernos desde adentro, con visión estratégica y audacia. Es tiempo de innovar, de pensar en grande, de recuperar la vocación transformadora que define nuestra historia. Es tiempo de romper la inercia y atrevernos a dar pasos con determinación.
Porque sólo así, reinventándonos con grandeza e inteligencia, México podrá ocupar el lugar que le corresponde en el siglo XXI.
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