Carlos y Jannik: más que tenis

Carlos Alcaraz, un chaval de 22 años nacido en un pueblo de Murcia, acaba de ganar por segunda vez el Abierto de Tenis de EEUU, en Nueva York. Es el sexto título de Grand Slam que consigue. Salvo el sueco Björn Borg, en los años 70 del siglo pasado, nadie había logrado semejante disparate a su edad; ni Nadal ni Djokovic ni Federer ni Sampras ni Wilander... ni nadie. Con esa victoria, Carlitos, como le gusta que le llamen, ha recuperado el número uno del ranking mundial, que logró por primera vez allí mismo, en Nueva York, hace cuatro años.
Este prodigioso jovenzuelo, que con su juego, su sonrisa y su espontaneidad fascina a decenas de millones de personas en las cuatro puntas del planeta, tiene muchísima suerte. Muchísima. No porque le sigan en redes sociales más personas que a todos los líderes políticos españoles juntos, que también. Su suerte consiste en que ha encontrado alguien con quien competir de igual a igual. Es el italiano Jannik Sinner, otro genio, que acaba de cumplir 24 años y que ha sido el número uno durante un año, hasta hace unos días.
Partamos de la evidencia de que la calidad de juego de ambos chicos está muchos metros por encima de la de cualquier otro tenista en activo. Eso es algo que no necesita demostración. Salvo excepciones, allí donde juegan, ganan. En los últimos dos años, los dos se han repartido todos los triunfos en los ocho Grand Slam que se han celebrado. En lo que va de 2025, Alcaraz ha ganado siete torneos; Sinner solo dos, pero jugando mucho menos. Ambos han impuesto una diarquía inatacable en el mundo del tenis, y eso ocurre después de casi dos décadas seguidas en que el famoso 'Big Three' (Nadal, Federer, Djokovic) lo ganase prácticamente todo. La pregunta es: ¿cómo lo hacen?
Para entenderlo no hay más que verles jugar el uno contra el otro. Los partidos de Carlitos contra Jannik no se parecen a ningún otro partido. Quizá porque son algo más que tenis. La primera vez que jugaron, Carlos tenía 15 años y Jannik, 17. Fue en Villena, Alicante. Desde entonces, en partidos oficiales, se han enfrentado 15 veces, lo cual, con su cortísima edad, es inaudito. Y han llegado a una situación en que la victoria, que es el objetivo de cualquier tenista, ya no es lo más importante para ellos. Lo que buscan, cuando compiten, es jugar. Aprender. Enseñarse el uno al otro lo que han ido encontrando por ahí. Poner a prueba sus descubrimientos. Compartir. Si ustedes leyeron Narciso y Goldmundo, de Herman Hesse, lo entenderán perfectamente.
Lo que podemos ver cuando se enfrentan va más allá del tenis. No es un partido, es una conversación; un diálogo que comenzó hace siete años y que nadie sabe cuánto durará. Seguramente mucho, y la victoria cuenta, cómo no, pero fíjense ustedes en la cara que ponen (casi siempre) cuando les toca perder. Sonríen. Se abrazan. Se felicitan, satisfechos. Saben muy bien que, en esa larguísima conversación que durará años, unas veces ganará uno y otras veces ganará el otro. Vencer no es tan importante, pues. Lo que buscan es cimentar una ya larga amistad, hacerse mejores mutuamente, perfeccionarse; no solo como tenistas, sino como personas.
Les pasó algo muy parecido a Nadal y a Federer, a Borg y a McEnroe, a Sampras y a Agassi, a Chris Evert y a Navratilova. Hay varios ejemplos más. El de estos dos críos, afortunadísimos de tenerse el uno al otro, no es más que el último. ¿Quién se beneficia de todo eso? Los primeros, ellos dos, desde luego. Pero también el deporte del tenis, que cambia, que evoluciona gracias a estas sucesivas rivalidades que podríamos llamar pedagógicas, casi platónicas. Y, como es natural, nosotros, que vemos un ejemplo maravilloso de cómo deberíamos ser con los demás. Qué envidia dan, ¿verdad?
Un comentario final. En el gran partido de Nueva York se presentó un señor mayor y de tonos anaranjados que se empeña en mandar muchísimo. El público le recibió con una pitada impresionante. Las cámaras no le enfocaron más que una vez. Nadie le mencionó siquiera cuando se entregaron los trofeos. Como no le dejaron ser el protagonista del acto, que es lo único que pretende cada vez que sale de casa, se marchó, enfadado. Eso es peligroso porque este hombre, cuando se cabrea, le da por poner aranceles a todo lo que se le coloca delante y se vuelve un verdadero incordio. En fin, estas cosas pasan.
20minutos