Carolina Gómez: 'Hubo tantos años en que se pensó que las bonitas eran tontas. Y tocó cargar con eso'
En Estado de fuga 1986, la serie basada en la masacre del restaurante Pozzetto en Bogotá, Carolina Gómez logra un soberbio papel en el que —además— renunció sin complejos a su belleza y rompió su zapatilla de cristal. Esta es la historia de una mujer que se independizó a los 16 años, que creció con varios hermanos y que se pagó de su bolsillo su último año de colegio, una mujer que sintió su participación en Miss Universo como un partido de la Selección Colombia en una época tan llena de prejuicios que los niños de otro país se atrevieron a preguntarle dónde cargaba la cocaína. Esta es Carolina Gómez, una actriz potente, segura y con una vida de película.
La cita fue en un café de aquellos en los que todo es integral y el azúcar está satanizado. Carolina llegó 15 minutos tarde, sonriente, fresca, vestida sin pretensiones, con ropa deportiva. Todas las cabezas del lugar se giraron para ver su paso. Su apartamento, un penthouse rentado en el norte de Bogotá, se había inundado y ella y su novio, el productor mexicano Álex García, llevaban cinco horas tratando de salvar de la hecatombe muebles, cuadros y tapetes.

Carolina Gómez en la portada de Bocas. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
“Agua caliente, por favor, ¿y qué tés tiene?”. Tras examinar los que le ofrecieron sacó un sobre violeta de la caja dorada. “Mira que está buenísimo: tiene cáscara de naranja que da vitamina C, canela, que es contra el colesterol; flor de Jamaica, que es antioxidante y antiinflamatorio; jengibre, que sube las defensas, mora para mejorar el tránsito intestinal y açaí, que baja la presión arterial y disminuye el riesgo de enfermedades cardiovasculares”.
Remarca las palabras con gestos amplios de sus manos y no deja de mirar a los ojos cuando habla. Esta Carolina, femenina y elegante sin esfuerzo a sus 50, la de verdad, la caleña criada en Bogotá que desde los 18 años enamoró a los colombianos cuando se convirtió en Reina nacional en 1993, que fue la tercera virreina consecutiva en Miss Universo, la nómada que ha vivido entre Estados Unidos, Italia, Brasil y Argentina, mamá de Tomás (29 años), la presentadora, la que se ha dado el lujo de rodar en Hollywood y no dejarse deslumbrar por las candilejas, es completamente opuesta a Indira Quinchía, el personaje de la serie Estado de fuga 1986 (Netflix) con el que rompe la imagen idílica que se ha tenido de ella, como para confirmar, si a alguno le quedaba duda, que lo suyo es de verdad ser actriz y que su hermoso empaque es una herramienta que puede desdibujar para desarrollar el oficio.

Carolina Gómez es la protagonista de Estado de fuga 1986. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Comenzó siendo adolescente como presentadora de un magazín de fin de semana en Telepacífico, en Cali, ciudad a la que viajaba para las grabaciones. Después del reinado vivió del modelaje en Italia y cruzaba el Atlántico para volver a Bogotá y ser la cara del programa Locos videos. Su debut como protagonista de novelas fue en el 2003, con El auténtico Rodrigo Leal, a la que siguió La viuda de la mafia, el papel que hizo que la audiencia reconociera en sus intensos registros a una verdadera actriz. En los intervalos hubo cine, con cintas como Bluff, Martinis al atardecer y Saluda al diablo de mi parte, que estelarizó con Édgar Ramírez. Radicada un tiempo en Los Ángeles fue coprotagonista de The Chosen One (El elegido), junto a Rob Schneider, Steve Buscemi y Holland Taylor. En Brasil hizo Federal; en España, la miniserie Karabudjan, con Hugo Silva, y en Argentina, fue una de las Amas de casa desesperadas.
“¿No estás cansada de que la gente no vea más allá de una aparente belleza?”, le dijo el escritor Mario Mendoza durante un encuentro en un evento social. A ella se le aguaron los ojos. Él continuó: “¡Es increíble!, la gente te ve y piensa que tu vida es perfecta, que eres una princesita, privilegiada. No se dan cuenta de lo que hay detrás de tus ojos, de todo ese dolor”. “Es el piropo más bonito que me han echado. Qué loco que en tan poco tiempo hayas visto lo que no han visto tantos en toda mi vida”, respondió ella.

La revista tiene doble portada con Carolina Gómez. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Hasta ese momento no tenía idea de que él estaba asesorando el proyecto de Estado de fuga 1986 y que, en ese momento, se gestionaba en secreto, y del que además él sería productor. La observaba, la estaba imaginando afeada, masculina, invisible, ruda.
Luego se enteraría de que Mendoza le habría lanzado a Carlos Moreno, el director, la disparatada idea de que Carolina fuera ese personaje de la psiquiatra que había sido despedida de su puesto como perito judicial, que guardaba el dolor de que su hijo la despreciara tras el divorcio y prefiriera vivir con el padre, que sin empleo y en 1986 (cuando ocurrió la masacre de Pozzetto, la tragedia en la que se basa la producción) condujera un taxi de noche, una verdadera rareza para la época.

Carolina Gómez. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Lo que siguió fue una reunión con Moreno, Ana María Parra (libretista) y el productor Rodrigo Guerrero. “Córteme el pelo, rápeme, póngame dreads, métame tatuajes, no me importa. Lo que quiero es eso, me gustaría hacer algo diferente en este momento de mi carrera”, dijo la actriz.
En un viaje a España aprovechó para cortarse el pelo muy al ras y su fanaticada la acribilló. “Carolina se puso fea, se envejeció”, dijeron en redes, sin tener idea del propósito de eso que para las mentes más convencionales era un salto al vacío y una renuncia a la belleza por la que se la tenía en la cima del santoral criollo. “El latino asocia la belleza femenina con la melena larga. Yo necesitaba que Carolina desapareciera para la audiencia completamente. En general, la gente tenía un referente de otros personajes donde la belleza siempre ha sido uno de los factores principales de los personajes que he interpretado”, dice.
¿Y la Carolina vanidosa no sufrió un ‘shock’ cuando se vio al espejo?
Sentí que una parte de Carolina se fue y ese era un regalo de vida, porque fue verme desde una perspectiva diferente. Reencontrar mi belleza real, mi sensualidad por otro lado, mi sexualidad desde un lugar distinto, porque como mujer, el pelo en una cama es un elemento de juego sensual. En vez de sentir que ya no era, entró en mí una fortaleza y poder de qué es lo que me hace a mí Carolina, por qué me respeto y admiro mi proceso, mi capacidad de haberme dado duro y haberme podido levantar. Fue la primera vez que pude preparar un personaje en el que el físico era indiferente, pues en vez de tratar de sobresalir, como en todos los papeles que habitualmente me ofrecen, aquí debía pasar desapercibida.
¿Qué hay detrás, para que el personaje se mueva y se vista así?
A Indira, el físico le estorba. Toma actitudes masculinas porque está entre hombres, necesita que la vean como un igual. En esos años, más que ahora, a las mujeres les tocaba trabajar el doble para que les prestaran atención. Podías tener el nivel intelectual más alto, pero si eras bonita, ya ibas a la pérdida.

Carolina Gómez. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Es una mujer que tiene gran belleza en su dolor. La belleza no es solo el físico sino un reflejo de lo que uno tiene por dentro, del intelecto, del alma, de los pensamientos, vivencias, angustias, nostalgias, de la poesía que somos los seres humanos. No quiere decir que ahora me vaya a dedicar a hacer Indiras, no puedo ser tan ilógica; pero ya hay una apreciación profesional y laboral diferente que abre un espectro frente a otras cosas que es posible hacer.
¿Con este personaje rompió la zapatilla de cristal?
Sí, definitivamente. Es curioso porque nunca pedí esa zapatilla de cristal, como tampoco lo hizo la princesa. A ella se la pusieron. Asumo la responsabilidad de las decisiones que he tomado en mi vida y sé que parte de esas decisiones me llevaron a ser encasillada en ciertas cosas. Y doy gracias a que se haya roto, porque estaba en un punto de mi carrera donde necesitaba demostrarme algo diferente a mí.
Su personaje me recuerda a Doña Ruth, esa mujer decadente que Margarita Rosa de Francisco construyó para 'Paraíso Travel'…
Ese es un personaje fantástico; pero no trabajé con referentes ni tratando de imaginar lo que otro actor hubiera hecho. El mío fue un proceso muy personal, y así como esa Doña Ruth tan simpática, alcohólica, con tantas opiniones políticas, con tanto para decir es de Margarita Rosa, Indira es de Carolina.
¿Y lo hizo actuando frente al espejo o con un ‘coach’ de construcción de personajes?
Lo hice sola, después de muchas conversaciones con el equipo. Entendiendo su historia, la época, el universo. En esos años en Colombia no había casi taxistas mujeres, y menos nocturnas. Entendí que tienes que tener un cansancio con la humanidad para elegir la noche, porque la noche saca unos animales diferentes, eres invisible, uno más.
Me hace pensar en el comienzo de 'Taxi Driver', en Robert De Niro, recorriendo la ciudad…
Claro, ese es el resultado cuando integras la noche con la androginia, con ser invisible, con un desgaste y una decepción con la humanidad; pero la humanidad no solo es la de los otros, sino la de uno mismo. La trabajé mucho con música.
Con la música hay que mover el cuerpo y al hacer eso y conectarlo con el pensamiento no te das cuenta de que naturalmente tomas posturas diferentes. A Indira le gusta echarse sus guaros sola, va a los chuzos de salsa del centro, en un mundo de hombres. También le gusta el rock, porque es una mujer revolucionaria. Esos dos ritmos son de percusión, de cadera, de golpe, de tener los pies en el piso.

Carolina Gómez. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
¿Cuál es la ‘playlist’ de Indira?
Comencé oyendo la música de los abuelos, porque ella tiene mi edad en el 86. Me tenía que devolver a las fiestas de ella niña. Bailé mucho Lucho Bermúdez: El marañón, Roberto Méndez, Gaita de las flores, Matildita y Colombia tierra querida. Después me fui a La Sonora Matancera. Hubo mucha salsa clásica de los 80, de la Fania, el Joe, Rubén Blades. Ella no es una mujer amargada; ha aprendido a convivir consigo misma, a agradarse dentro de su soledad y es su propia compañía. Y en rock: Welcome to the Jungle, Sweet Child O’Mine, temas de Pink Floyd, Ozzy Osbourne, AC/DC, Queen.
En teatro, un ejercicio es buscar el animal que se parece al personaje, ¿cuál sería Indira?
Amo el método Suzuki (entrenamiento actoral japonés que busca conectar con la tierra y la energía animal). Creo que ella puede ser un rinoceronte mezclado con un hipopótamo; porque es pesada, siempre está mirando hacia abajo, analiza y no le ves los ojos; es intimidante. Y el hipopótamo porque parece inofensivo, pero cuando ataca, te mata.
¿Le llegó a pesar alguna vez la belleza?
No, la belleza es un regalo que tenemos todos. Pero hubo tantos años en que se pensó que las bonitas eran tontas, y tocó cargar con eso. A la que tiene un atractivo físico más notorio se le abren las puertas muy rápido, pero se le cierran igual. La mujer así tiene un reto muy grande, pues si a la mujer en general le tocaba trabajar el doble para que la tuvieran en cuenta en los espacios laborales masculinos, a la bonita le tocaba incluso más para que le creyeran. Llegar a la belleza intelectual de una mujer bonita no es tan fácil, pues por alguna razón es como si la gente cerrara los oídos a eso.
Sí. Hay una frase en inglés que me gusta: You can’t argue whit stupid (no puedes argumentar contra la estupidez). Y por estúpido me refiero a que cuando alguien tiene una idea cerrada sobre algo, es imposible cambiársela. Desde niña aprendí a no regalar mi energía innecesariamente. Lo hice en lo profesional, pero me demoré en entender que también tenía que hacer ese filtro en mi vida personal, tal vez porque me volví un personaje público tan joven. Hay gente que cree que me conoce y opina, cuando solo me ven como personajes y no en mi vida privada.
¿Recuerda alguno de esos momentos en que puso límites?
Muchas veces, pero siempre lo he hecho con mucha gracia y elegancia (carcajada). Quise estudiar derecho, porque me gusta el debate y la argumentación. Me gusta probar un punto, y eso no quiere decir que tenga que estar de acuerdo con el otro para que seamos amigos. Lo más respetuoso es que podemos estar de acuerdo en estar en desacuerdo. Valido el otro punto de vista, lo respeto, agradezco que lo compartan, me enriquece; pero no vamos a llegar a convencer ni a que me convenzan.
A los 19, en Miss Universo (1994) y yendo de Colombia, que no tenía la mejor prensa, ¿le tocó enfrentar algo así?
En Filipinas, estábamos todas las reinas en la casa de Stella Márquez (Miss Colombia 1959 y Miss Internacional), que es una socialité muy importante y casada con un hombre dueño de medios allá. Había tres jovencitos, que se veía que eran hijos de otros invitados. Cuando entré dijeron “la colombiana llegó, ¿dónde está la cocaína? ¿No nos vas a compartir?”. Pensé en si valdría la pena decirles algo a esos niños tan estúpidos que se les notaba que tenían recursos para ser más educados, con cultura general, y que además estaban en la casa de una colombiana. Los miré y me quedé en blanco.
Les dije algo como: “¿Qué es más inteligente, producirla y compartirla o comprarla y consumirla?”. Les sonreí y me fui. Para qué me iba a sentir ofendida o a salir histérica.
¿Creyó que iba a ser Miss Universo?
No, sino que sabía que tenía que quedar en el segundo lugar, pues ya habían quedado Paola (Turbay) y Paula Andrea (Betancur). Sentía una presión impresionante, de 37 millones de personas que éramos los colombianos en aquellos años. Ahora sé lo que siente la Selección Colombia. ¡Qué estrés! No podía estar en un lugar inferior al de virreina. Pero cuando me paré al lado de Sushmita (Sen, de India), dije: “¡Quiero ganar!”. Nunca estuve ciento por ciento satisfecha con mi respuesta. No fue mala; pero ella contestó mejor. Cuando nos vimos paradas allí entendí rápidamente que estaba en el lugar al que quería llegar, que ya no había defraudado a un país que necesitaba una buena imagen internacional.
¿Cómo recuerda exactamente ese momento?
Parpadeé en cámara lenta, como en las películas, la miré y di gracias al universo por estar allí, que pasara lo que tuviera que pasar. Al segundo me nombraron virreina.
Algunos dicen que el segundo es el primer perdedor, pero a usted se le vio realmente feliz…
Fue una reacción honesta. Quiero mucho a Sushmita, nos hicimos amigas durante el reinado. Creo que la competencia entre amigos es maravillosa. Todos los mejores competidores del mundo, en Fórmula Uno, motos, fútbol, cualquier atleta de alto rendimiento que sea excepcional y exitoso necesita a alguien que le dé la talla.
Sí, aunque poco. Llevo años queriendo ir a India para vernos. Hace poco apareció la mamá de ella en Miami, por alguien en común, y me dieron su nuevo teléfono. Vi una entrevista reciente donde le preguntaron por ese momento y se refiere a mí de manera muy cariñosa. Nos seguimos queriendo en la distancia. Ahora es una estrella importantísima de Bollywood. En aquel reinado éramos las más jóvenes del concurso.
¿Cómo se hicieron amigas?
Solo dos latinas hablábamos inglés, Guatemala y yo. No tenía sentido irme hasta Filipinas a relacionarme solo con las latinas. Amo encontrar gente que piense totalmente diferente a mí, pues eso me enriquece como persona, cultural y espiritualmente. Nos hicimos amigas porque ella fumaba. Yo acababa de dejarlo para irme a Miss Universo. ¡Mala idea hacerlo justo para viajar!, pues por eso me subí mucho de peso.
¿Por qué le gustaba fumar?
Venía de un hogar donde todos fumaban. Uno era muy bobo, pues lo hacía para sentirse play. Empecé a los 16 y fumaba More, que eran larguitos. Después del reinado me fui a Italia, presentaba Locos videos acá, vivía entre Milán, Bogotá y Miami. En Italia volví a fumar, por esa costumbre de ellos de hacerlo todo el tiempo. Cuando fui a hacer el calendario de Sueños, en Acapulco, lo dejé definitivamente. Recuerdo que mi mamá toda la vida me dijo que si quería dejarlo, lo hiciera sin contemplaciones cuando sintiera ese que a uno le sabe muy feo. Y eso hice. Pero cuando grabé La viuda de la mafia, Abel Rodríguez fumaba mucho. Cuando nos tocaba darnos un beso, su boca me sabía a cenicero. Así que antes de alguna escena de esas le decía que me pasara uno, para que la cosa no fuera tan traumática.

Carolina Gómez Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
¿Qué tan cierto es que usted no fue Miss Universo por culpa de unos supuestos panfletos que circularon en Buga, relacionando a su papá con el narcotráfico?
Esta entrevista no es para hablar de eso, no pienso hablar de él, la justicia ya hizo lo suyo. Creo que la vida de él es de él y mi destino es mío. No tengo relación ni contacto con mi padre hace muchísimos años; le deseo lo mejor, no está en mi vida. Las acciones de él, que él se haga cargo, pero no tengo por qué echarle la culpa a alguien de lo que a mí me ha sucedido, porque la vida de él es suya y la mía es mía. Esa no es la razón por la que yo no quedé de Miss Universo. Mi vida comenzó a ser mía a los 16 años. Ya no era la vida de mis papás. Eso lo quiero dejar muy claro. Todo lo que me he ganado, ha sido a pulso; con trabajo, transparencia, siendo un libro abierto.
¿Por qué cree que no ganó?
Porque no me tocaba, y porque Colombia no era una buena marca para ninguna empresa privada internacional. Ese año Donald Trump compró el concurso y ellos tienen una cantidad de promotores, por lo que no puedes llegar a un país donde todos los días le estén preguntando a la reina “¿dónde trae la cocaína?”
¿El jurado le tocó el tema?
En la entrevista privada me hicieron una pregunta muy particular, pues en ese momento se estaba analizando la posibilidad de legalizar la dosis personal de marihuana en Colombia. Eso generó también gran polémica.
¿Cómo cree que ven hoy a Colombia?
Hoy somos una buena marca. Somos un país que tiene a Juanes, a J Balvin, Sofía (Vergara), Shakira, Fonseca, a Gabo, a Botero, a Karol G. La gente ya sabe lo que somos. Y creo incluso que todo en la vida tiene cosas positivas, pues esa violencia y esa guerra que hubo en el país nos puso en el mapa, nos permitió existir. Antes, nadie sabía qué era y dónde quedaba Colombia. Como dicen, que hablen bien o mal, pero que hablen, pues eso significa que estamos presentes. Hoy nos ven como un país bonito, de música, de salsa, talentoso, de gente alegre, gocetas, que sabe vivir, con una geografía impresionante.
¿Siempre tuvo esa claridad de pensamiento?
Lo tengo claro desde siempre, desde que me fui de la casa para trabajar y poder graduarme del Nueva Granada. La que vive mi vida soy yo, y la única que sabe las intimidades que he tenido que vivir soy yo. La intimidad le pertenece a cada individuo y eso es respetable. ¡Lo más chistoso es que cuando salieron todos esos rollos estábamos más quebrados! No había agua, ni luz, ni teléfono en mi casa. Es parte de los mitos urbanos que se construyen alrededor de las personas. Evidentemente para algunos no es claro, pero sí para la gente que me quiere y me conoce de verdad.
Supongo que es gente de toda la vida…
Siempre he tenido mucha lealtad, amor y solidaridad por la gente que me conoce en mi intimidad, que saben cómo me visto, cómo vivo, lo que he tenido que pasar en la vida. Aunque aprecio todo lo otro, porque lo quiero, lo respeto y me debo a ese entorno también, por el cariño que me ha tenido la mayoría de Colombia. Aquí a todo el mundo le han inventado algún chisme con ese tema, o ha tenido el cura, la monja, el traqueto… somos colombianos. Entonces, que sea o no, ese es problema de él.
En algún momento, claro. Soy humana. Nosotros, como familia, hemos tenido que enfrentar muchos retos con respecto a la especulación de la gente. Hoy no me afecta.
¿Por qué se fue a vivir sola a los 16?
Cuando tenía 13, mis papás tuvieron un reverso económico muy fuerte. Agradezco mucho la educación que nos dieron, porque aprendimos el valor del esfuerzo desde pequeños. No nos dieron nada si no lo trabajábamos. Cuando tenía esa edad vivíamos en EE. UU. y había una bebida frappé que estaba de moda, inmunda. Para comprarla, me tocaba trabajar, cortando el pasto, sacando las hojas de la piscina, lavando los platos o el carro, pero que las llantas quedaran bien brillantes. Es curioso porque esa es la normalidad de todo el mundo, pero yo nací en un entorno donde éramos privilegiados económicamente y eso también es válido. No voy a disculparme por eso. Vivo muy agradecida con mis papás, porque lo único que hicieron fue darnos todo lo que no tuvieron o les costó mucho tener. Ese es un valor muy grande y se lo hemos inculcado a nuestros hijos.
¿Tuvo que salirse del colegio?
Es fuerte cuando a los 16 tu casa parece un castillo de princesas, pero no hay agua, no hay mercado, tienes que ir a almorzar donde tu abuelita y llegan a embargar. No había con qué pagar el colegio. Dijeron que no podía volver a estudiar, y no me iba a sentar como una víctima a llorar o a culpar a mis papás. La reacción fue ‘qué hay que hacer’, y eso somos también los colombianos. La mejor forma de colaborar era hacerme cargo de mí misma, trabajar. Éramos muchos, seis. Yo era la chiquita de la primera camada. Luego llegamos a ser nueve. Mi meta fue trabajar para volver a estudiar, regresar a mi entorno, el que me correspondía, a mis amigos, donde me sentía segura; porque eso se me había dado desde que nací. No entendía por qué, si me faltaba un año para graduarme, me iba a rendir. En ese tiempo también tomé la decisión de meterme al reinado, porque era mi oportunidad para seguir mi camino.
De impulsadora de bebidas en una bomba de gasolina y también en las máquinas expendedoras cuando llegaron a Colombia. Pero había comenzado a trabajar a los 12 años modelando, haciendo comerciales. En aquella época las agencias reclutaban modelos en los bazares de los colegios. Había una diseñadora muy famosa, Julia de Rodríguez, yo desfilaba sus prendas de cuero.
Se piensa que en ese mundo de privilegios, los niños de colegios como el Nueva Granada no están acostumbrados a trabajar…
Es un preconcepto de todos los entornos, porque nos han enseñado a juzgar y a criticar sin saber. Por el hecho de estudiar en el Nueva Granada no quiere decir que la vida no pase. Sí tenemos unos privilegios diferentes a los de otras familias, pero no quiere decir que no se va a trabajar. El papá de mi hijo (Nicolás Hoyos) también era del colegio y trabajaba todos los veranos. No es porque le faltara el dinero, sino por formación. Allá también estudian los hijos de los choferes de los buses del colegio, de las señoras del aseo, de quienes trabajan en la administración.
Pero la adolescencia es la edad de pertenecer a la tribu…
Nunca tuve problemas con eso. Era la que me vestía diferente, si se ponían de moda zapatos de una marca, yo usaba de los de marca chimba; era como la rebelde y así me querían y aceptaban. No tenía un grupo, sino que iba con el de las deportistas, de las niñas play, el de los artistas. Vivía mi propia vida. No me inculcaron eso y hoy lo agradezco, pues para ser actor no se puede pensar en el qué dirán.

Carolina Gómez. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Usted dijo que su colegio era como el refugio…
En el colegio abrí un entorno de apoyo que a veces no encontraba dentro de mi hogar. Yo misma me inventé a mi familia. El colegio era el lugar seguro, donde todos éramos felices, sin problemas.
¿Cómo le aporta eso a la hora de actuar?
Nosotros tenemos que estar dispuestos a equivocarnos ante el escrutinio público. El temor principal del artista es si va a tener el valor de sacar una obra; esa es la pregunta que se hace el actor, el escritor y hasta el periodista.
¿Cómo es eso de que reunió algo de plata y se la llevó a sus papás para que la volvieran a meter al colegio?
Y lo hice con humildad. Hoy abrazo, respeto, admiro y celebro a esa niña que fui. Hubo un psiquiatra chileno, Claudio Naranjo, que hablaba de un estudio actoral, el Eneagrama, que se basa en los pecados capitales. Estudié eso en España, para mi carrera. Dentro de ese cuadro del Eneagrama soy número ocho, y ese es el número del orgullo. Eso se ve como algo negativo, pero si puedes balancearlo, te lleva lejos. A veces, cuando estás niño o en una competencia sana, el orgullo te lleva a esforzarte más. Pero no tenía ese nivel de racionalidad que tengo ahora. Cuando estás en un entorno de gente que aprecia el esfuerzo, encuentras a quienes te lo quieren recompensar; por eso recibí la ayuda del mismo colegio para continuar.
¿Fue entonces un escape eso de prepararse en secreto para el reinado?
No, era una manera de no tener interferencia, de enfocarme; no quería ruido alrededor. Vivía en un entorno donde nadie entendía eso de ser reina, aunque era como el placer secreto de todos, y nos dimos cuenta de que era el sueño general cuando quedé. Para mis amigas adolescentes era como ‘o sea, ¿vas a ser reina?’. A mis papás les conté solo cuando ya la decisión estaba tomada; durante año y medio los únicos que supieron fueron Javier Murillo, Jorge Efrén Isaza y Alfredo Barraza (sus preparadores).
¿Qué recuerda de esos años de infancia que vivió en Cali?
El Valle tiene encanto y atardeceres especiales. En Cali la gente abre las ventanas para que entre la brisa y se levantan las cortinas. Tengo muchos recuerdos del Colegio Bolívar, esos cañaverales, el olor. Es poético, es un lugar donde la tierra es todo, desde poseerla, que es lo que te da estatus, pues allá todavía existe eso de ser terrateniente, hasta disfrutarla.
Por el Parque Versalles (norte de la ciudad), en el edificio Carolina, que fue bautizado por mí. Nos íbamos a mudar a Pance (zona campestre en el sur) porque éramos muchos y necesitábamos una casa más grande. Mis hermanos y yo éramos una tribu, no tuve tantos amigos, no podíamos salir mucho, había temas de seguridad que nos hicieron irnos del país (a Fort Lauderdale).
El encierro debió potenciar la creatividad también…
Vivíamos en un universo propio. Nos inventábamos que la cama de mis papás era una isla, teníamos walkie talkies y jugábamos a que éramos Los ángeles de Charlie. En la finca de La Buitrera nos subíamos a bajar guayabas, mangos, nos internábamos en el bosque. Éramos muy amigos del hijo del mayordomo, había una marrana enorme que engordaban para la lechona de fin de año y hacíamos rodeo subidos en ella. Cogíamos cartones y nos botábamos desde la montaña de tierra roja.
Es ruda, pero eso me sirve. Me encanta el barrio, la lujuria bogotana, acá gustan los placeres. Es una ciudad que hay que saber llevar, de la que nos quejamos, pero con una evolución maravillosa, que ha crecido, se ha modernizado, es cosmopolita. Yo llegué a una Bogotá muy distinta, la de los Billis (famosa pandilla de los 80, conformada por adolescentes de estrato alto y que se reunía en Unicentro). Ya no somos un país tercermundista sino uno en desarrollo y la ciudad es parte de eso.
Así como Sofía Vergara, Catalina Sandino y Paola Turbay, usted es de las pocas que realmente han hecho cine en Hollywood. ¿Por qué no siguió allá?
Nunca fue mi sueño. Estar en Los Ángeles trabajando fue un recurso, en un momento en que el amor y el hogar no se estaban dando acá. Fue una ciudad donde podía trabajar. Lo agradezco, pues tengo agencia allá. Hace poco hice una serie en Atlanta para el mercado norteamericano, para Hulu, que sale en enero. Simplemente me sirvió para expandir mi mercado, pero igual he trabajado en Brasil, España, Argentina. Hollywood siempre estará ahí, aunque no pasa por el mejor momento. Creo que es más sensato trabajar en Europa y Latinoamérica. El mundo actoral está muy quieto en EE. UU. Además, en Colombia se están produciendo unas grandes series.
Parodiando la frase: ‘Al infinito y más allá’, ¿a dónde aspira llegar?
El infinito es eterno y nadie es eterno en el mundo.
Recomendado: Verónica Orozco
Verónica Orozco. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
eltiempo


