Inmigración 01

1. La inmigración será uno de los temas más urgentes en las próximas elecciones. Los partidos más grandes no querrían que así fuera y tratarán de hacerlo parecer algo menor y consensuado. Y dirán cosas asombrosas.
Todos los políticos están a favor de la inmigración. No todos en general, sólo todos los políticos acreditados por todos los comentaristas acreditados por los medios de comunicación acreditados por los partidos acreditados por el pensamiento de izquierda que tienen opiniones.
Se cree por ello que los políticos antes citados y debidamente escrutados también estarán a favor de los inmigrantes, los hombres que en un determinado momento de sus vidas vinieron y están en Portugal buscando algo mejor. Todo lo que no es Portugal pero que existirá en Portugal: trabajo, un hospital, una oportunidad. Tendría sentido que así fuera, que los políticos miraran a cada uno de estos desdichados hombres fuera de lugar y no sólo al paisaje irreal que forman cuando están todos juntos, tendría sentido que “inmigración” fuera sólo una designación simplificada para todos aquellos que viven en el frío, el hambre y el desvelo. Pero no es así, la inmigración se ha convertido en un monstruo ideal que los políticos miman desde lejos y quieren evitarle el mismo destino que la gallina de los huevos de oro: están ahí para poner impuestos y trabajo en la cesta de los gobiernos, no conviene observar cómo son por dentro, cómo viven, qué piensan, qué hacen por la noche. Y al no notar a los inmigrantes, tampoco notan, y mucho menos tienen el mismo celo protector, hacia sus súbditos habituales, aquellos que en todas partes se quejan de cosas normalmente asociadas con entidades monstruosas: su tamaño aterrador, su voracidad, su rudeza y su mal olor. Son los ancianos y ancianas que ya estaban aquí y ahora encuentran cada rincón de su tierra ocupado, quienes ahora viven con miedo y tienen que cambiar de rumbo, quienes tienen que bajar la mirada para no ser considerados objetos de violación. Hay una diferencia vital entre la realidad sociológica y política en la que se borran los rostros y los nombres de 1,5 millones de unidades –la “inmigración”– y la carne viva de seres humanos que llegaron desde los confines de su mundo, donde tenían un nombre y una historia, a este confín del mundo que no es el suyo. Y otra diferencia vital entre el pueblo portugués que, se dice, en el futuro y en general se beneficiará de reformas y más frambuesas, y cada uno de ellos que se cruza con Martim Moniz o una pequeña plaza de Odemira. Y al no tener en cuenta estas diferencias, los gobiernos podrán aliviar una penuria estadística a costa de una catástrofe humana.
2. Los argumentos en defensa de la inmigración son de diversa índole, pero pueden resumirse en dos . El primero de ellos establece pragmáticamente que los inmigrantes son necesarios para trabajar , para pagar impuestos y para garantizar el futuro de la seguridad social. El segundo argumento es emotivo y quiere rondar lo material, solloza y nos recuerda que los inmigrantes son seres muy humanos que deben ser acogidos y a quienes se les debe ayudar. El primero se basa en las hojas de cálculo de Excel de los ministerios y parece despiadado. Y es despiadado, es ciego, porque ni la nota a pie de página más furtiva presta atención al vertiginoso choque cultural que implica esa importación de obra. Todos los problemas que hace décadas se asociaban a la importación de una joven del sertão para servir en un hogar familiar en Restelo se reproducen de forma desmesurada por la presencia, no de uno, ni de dos, sino de cientos de miles de inmigrantes con un bajísimo nivel cultural –además de la cultura implícita, adquirida por aculturación en sus tierras y que es el lastre indestructible de su identidad y de sus comportamientos. Es posible que todavía haya mujeres que vivieron los grandes problemas con los sirvientes que antaño plagaban los hogares fascistas. La mayoría de ellos podrán recordar la dificultad que tuvieron para convencer a sus rústicas hijitas de que se bañaran con regularidad y no se sonaran la nariz con los delantales. En la escala de una fuerza de servicio que asciende a 1,5 millones y se acerca a los dos millones, una importación que por alguna razón no se considera “fascista” a pesar de aprovecharse descaradamente de la pobreza y la vulnerabilidad, estas dificultades serán inmensas. Serán irresolubles, como demuestra el ejemplo de otros países –incluso considerando que el jefe portugués es mucho más socialista y comprensivo, con todos, siempre que no sean mujeres que estén amamantando.
Para quienes dudan de la crueldad de los argumentos económicos, quizá sea más convincente apelar a su elegancia de modales, que dudosamente poseen. Por lo menos, son formas un tanto descaradas, porque así es como se deben llamar a estos argumentos y contratos con hombres de garganta cerrada y sin habilidades de negociación. El trabajo de baja calidad, centrado en actividades sin casi ningún valor añadido, que perpetúa una economía que importa paquistaníes para recoger arándanos y expulsa el talento de las zonas de vanguardia, no es sólo un expediente desvergonzado, es completamente estúpido, sorprendente incluso para los portugueses.
El segundo de los dos argumentos principales se refiere a los preceptos de la constitución. Pero, aunque no es un argumento desvergonzado, sí implica cierta vergüenza para quienes lo invocan. Se trata de partidos de extrema izquierda que defienden la llegada de inmigrantes y abren los brazos a todos aquellos que quieran entrar en Portugal. Organizaron procesiones, a las que llamaron manifestaciones , para dejar claro al mundo sufriente que en Portugal hay una fuente de Jacob. Da miedo pensar qué harían si la Constitución no estipulase que “…Los extranjeros y los apátridas que se encuentren o residan en Portugal gozan de los derechos y están sujetos a los deberes de los ciudadanos portugueses…”. En este caso constitucionalmente omitido, hay que admitir que no se sentirían obligados a ningún deber de solidaridad y, suponiendo que los portugueses ya tuvieran garantizados derechos –trabajo, comida, techo–, independientemente del esfuerzo gastado para merecerlos, los extranjeros estarían muy bien atendidos por el comedor social y la doctora Isabel Jonet, mendigando, aburridos y alojados en la isla de Culatra. En esta Lampedusa portuguesa, los partidos de extrema izquierda, en bloque y libres de las ataduras de la inteligencia, promoverían el rápido paso a la ciudadanía de todos aquellos persas, malabares y bantúes, no necesariamente para aliviarles de las ataduras insulares, sino para lograr el derecho a voto y de esta manera recompensarlos con la mejora de su representación parlamentaria. Pero quizá no lo harían de esa manera. Podrían estar padeciendo una solidaridad desinteresada –y por tanto errónea– que los inclinaría hacia el bien y los haría aparecer como sujetos del idealismo pequeñoburgués. En tal caso quedarían sujetos sin remisión a la enorme vergüenza de la que ya hoy se les sospecha. La vergüenza de ser solidarios y de no poder escapar a la reducción de sus principios a los principios cristianos de misericordia y caridad. Podrían introducir pequeñas correcciones a la fórmula canónica –dar tostadas con aguacate gratinado a quien tiene hambre, ofrecer un daiquiri a quien tiene sed, dar una bufanda a quien tiene frío, organizar una petición por alguien que ha sido arrestado…–, pero no se eximirían del aterrador mandato de tener, en el fondo, una buena alma cristiana.
Todo esto contrasta con el pragmatismo sin fe de quienes exigen a los inmigrantes que los pongan a construir en lugar de ofrecerles un hogar y estos, como es de conocimiento público, son en su mayoría políticos conservadores y educados en principios cristianos. Igualmente anómalo debería ser que los partidos de izquierda se atrevan a pedir a los inmigrantes que les den un hogar, siempre que no sea en un alojamiento local, y una profesión, una vez aprobada por el comité de trabajadores.
3. Pero no todo es lo que parece. Los principios humanitarios y suficientemente cristianos de los partidos que se han alternado en el poder durante 50 años no se han perdido. El PS y el PSD, que el más reciente 25 de abril repitieron con descaro cómico el discurso oficial y almibarado sobre la virtud obligatoria de la fecha, siguen cuidando de los viejos pobres y han asegurado, desde que se agotaron las viejas reservas de oro y de ilusión, la siembra de nuevos lechos de indigentes. Los pobres son propiedad del Estado y son entregados en consignación a los gobiernos ; Los pobres no son los pobres seres de la Señora Doña Gertrudes ni de ningún otro bienhechor que busca ganar el cielo. Los pobres y necesitados siguen siendo necesarios para el ejercicio prudente de la bondad pública y constitucional. Es necesario mantener estables a los pobres y necesitados mediante subsidios, apoyo al ingreso y pequeños aumentos regulares, lo cual se hace con moderación para que no se vuelvan voluminosos y exigentes como se ha visto que sucede con muchos animales domésticos. Tampoco se han perdido el rigor secular y la crueldad de los partidos de extrema izquierda. Durante muchos años se advirtieron unos a otros y a los que pasaban junto a ellos, que dar limosna a un pobre retrasaría un día la revolución; sería muy malo que los pobres dejaran de existir, ellos, el adorno más hermoso de las calles que iluminaba el sol de la tierra. Hoy en día, siguen queriendo preservarlo por la misma razón estratégica. Crearían pobres si se les diera la oportunidad de montar una maquinaria de gestión estatal despiadada y perfecta, como en la Unión Soviética o en cualquiera de los otros países desafortunados que hoy se asfixian en la extrema pobreza, en el sur y en las epistemologías. No tienen la oportunidad de hacerlo con materias primas nacionales y, habiendo concluido que no hay pobres y minorías en número y calidad suficiente, les queda la opción de importarlas. Son ellos los inmigrantes, convertidos imaginativamente en agentes de la revolución permanente y mundial –al fin y al cabo, tal como Trotsky pensaba que debía ser. Ambos bandos, a espaldas del otro, luchan por los pobres. Nos disputan. Algunos prometen prosperidad ahora, es decir, en el próximo presupuesto, otros para más adelante, cuando se les dé la oportunidad de acabar con los ricos, los banqueros, los agrarios, los capitalistas, los hospitales privados, las tropas y los impuestos. Lo harán, si no lo han hecho aún será por una razón ajena a su voluntad siempre proclamada. Así que denles los votos necesarios. Y, una vez que el pueblo haya hecho esto, en un acto luminoso de obligación cívica –más precisamente en un día en el que la libertad es nuevamente abolida, porque se censura la libertad de no votar–, sólo será cuestión de paciencia. La misma paciencia que nos permite, después de 50 años, ver la democratización (no la libertad, que es otra cosa), el desarrollo (que sólo no existe porque era necesario cubrir los gastos corrientes) y la descolonización (casi perfecta, porque la abrumadora mayoría de la gente negra sobrevivió).
Los inmigrantes pueden ser necesarios para lo que los partidos gobernantes quieran decir. Para los demás, aquellos que utilizan su 2 o 3% para inflarse como ranas cojas e imponer a los demás el protagonismo de sus vientres huecos, los inmigrantes son una variedad de personas elegidas a las que quieren proteger porque nadie más lo hará. Cada uno de ellos, el señor Almeida y los demás individuos singulares y resonantes de la pintoresca Lisboa, pueden decir lo mismo. Y otras cosas convenientes, con la misma entonación silogística de un entrenador de fútbol antes de un gran partido. Pero no es verdad, o es sólo la pequeña verdad que siempre existe en una gran mentira y la hace brillante. Se necesitan inmigrantes para aumentar la población votante. De ahí el deseo de concederles la nacionalidad, mucho mayor que el compromiso de proporcionarles una vivienda, que no es, para todos y como hemos visto, una casa, una casa normal, sujeta a alquiler y sin rejas en las ventanas.
Los inmigrantes son la carta que los partidos juegan con más esperanza. Son la mano valiosa con la que creen poder ganar en el póquer de la política. Una escalera real (angoleña, brasileña, marroquí, nepalí e india) o al menos dos parejas (2 angoleñas y 2 brasileñas, más fáciles de conseguir que una marfileña, aunque sin el mismo glamour internacionalista). Es macabro que los partidos estén dispuestos a jugar con los seres humanos como si todo estuviera permitido en el juego político. La mayoría de los ciudadanos extranjeros que llegan a Portugal están desprotegidos. Llegaron aquí engañados sobre lo que les esperaba, sólo la enorme pobreza de la que provienen hace tolerables las condiciones en que viven. No saben nada de Portugal, el nivel educativo de muchos no les da ninguna aspiración a conocer a ningún otro portugués que no sea Cristiano Ronaldo, todos viven apoyados en sus tradiciones e idiosincrasias culturales, lo que permite a un hombre desplazado sólo reconocerse como humano.
Ésos son los seres humanos extraños y dolidos que están siendo llamados, a quienes se les da la ilusión de ser portugueses a costa de un documento que lo acredite, a quienes se les distribuye servidumbre y un formulario para Hacienda. Y esperamos que voten, agradecidos, en las próximas elecciones.
4. Uno de los caminos de la democracia ha sido la incorporación sucesiva de protagonistas, es decir, aquellos que, dentro de un sistema variable de indagación, participan en la determinación de las decisiones. Hay muchas formas de democracia y la que se hizo popular en el siglo XIX, la democracia representativa basada en el sufragio popular, es sólo una de ellas. Desde la llamada madre de la democracia, la muy poética Atenas, a nuevos grupos sociales se les ha permitido participar en actos de democracia. En general, la expansión se ha hecho desde un núcleo central de ciudadanos ya considerados como interesados en la toma de decisiones democráticas –interesados en el sentido de que se admite que sus consecuencias les afectan y de que son conscientes de todos los contextos que esas decisiones deben respetar– a grupos en los que ese interés, incluido el material, y el conocimiento, son admisibles pero aún más dudosos.
Es un hecho que aún hoy, en innumerables organizaciones y entidades, las decisiones son brutalmente reservadas a quienes son conscientes de lo que se va a decidir y de sus consecuencias, tienen un interés significativo en ellas, tienen una responsabilidad social reconocida y conocen las condiciones que subyacen a lo que se va a decidir – podría ser el Banco de Portugal, la Orden de Doctores o, para entender la sensibilidad de las decisiones, el Vitória Futebol Clube. Son instituciones obstinadamente ajenas a la diversidad de opiniones, son elitistas y un día se hundirán en una gran orgía de justicia democrática.
No es el momento de descubrir, entre todos aquellos a quienes se les ha concedido el derecho a voto, quién cumple mínimamente los criterios de responsabilidad para opinar y tomar decisiones. Sin duda, la Hermana Lúcia tomó decisiones informadas en momentos que afectaron importantes causas públicas y seculares (opciones nacionales sobre política energética o la asignación de recursos a la Seguridad Social), pero este fue un caso particular de información privilegiada. También los presos por graves delitos contra la sociedad, los sociópatas y los reincidentes, forman parte de la población votante y están llamados a decidir qué gobierno consideran ideal para organizar la policía. Las personas mayores con demencia, certificadas por un médico como incapaces de administrar sus propios bienes y encontrar el baño en su propia casa, también podrán votar e intervenir, de forma remota pero muy digna para la democracia, en lo que se legisle sobre identidad de género.
La reducción de la edad para votar se viene preparando desde hace mucho tiempo, sólo estamos esperando el momento oportuno, ahora menos cercano ya que hay muchos jóvenes y chicas sin sentido que simpatizan con Chega. Pero ya no había prisa. Porque ahora tenemos inmigrantes. Es urgente traerlos, darles la nacionalidad, hacerles ver quién es amigo y quién no, y esperar.
Los buenos portugueses pueden tener muchas cualidades y tienen exactamente la misma belleza e inteligencia que los hijos del búho. Pero no es suficiente, todavía son muy pocos. El electorado necesita más calidad, más inteligencia, más cultura, más discernimiento. Los inmigrantes traerán todo esto.
Lo que se está preparando es de enorme gravedad.
La calidad de los que votan en Portugal es muy mala, porque también es mala la calidad de los que viven, trabajan y luchan aquí, temblando como un coche viejo que produce ruido y humo, pero no se mueve. No es su culpa: después de todo, son amables, están sufriendo y la mayoría de ellos nunca han conocido otro tiempo ni otro lugar. Será peor. La democracia, ese régimen accidental que la inmovilidad de los cerebros considera el último, que la falta de gusto considera bello y al que la mediocridad no exige más que celebraciones regulares, será cada vez peor. La libertad está amenazada. Es la democracia la que amenaza la libertad. La libertad de pensamiento no es lo mismo que la libertad de alguien que no tiene ningún pensamiento. ¿Quién decide sobre esto? Es la pregunta del siglo. No responder ni siquiera plantear la pregunta es lo que quieren quienes están contra la libertad y confían, con razón, en que el régimen democrático en su actual, chapucera y defectuosa configuración se encargará de acabar con ella.
Nota: El lunes 28 de abril, continuando el fin de semana largo iniciado el 25 de abril, el sindicato de inspectores del CP, más precisamente el SFRCI (Sindicato de Inspectores Comerciales Itinerantes de Ferrocarriles), está en huelga. La SFRCI es uno de los 15 sindicatos que operan en CP, un participante clave en las acciones de FECTRANS, una asociación afiliada a la CGTP de inspiración comunista. En 2019, la SFRCI contaba con 314 afiliados, un número no muy elevado pero que aún podría ampliarse y, así, escindirse en otro sindicato, permitir, en el futuro, dos huelgas tándem –la legislación portuguesa es muy permisiva, tanto que entre 2020 y 2024 se crearon 163 nuevas asociaciones sindicales en Portugal. El sindicato informa que hay un apoyo del 100% a la huelga, lo que supone la paralización total de todos los trenes en Portugal y la paralización de cientos de miles de personas que dependen de un tren para ir a trabajar, llevar a sus hijos a la escuela, ir a una cita médica, asistir a una audiencia, estar en una entrevista de trabajo o hacer un examen. Los trabajadores de SFRCI están ejerciendo su derecho democrático y constitucionalmente garantizado a la huelga. Los ciudadanos que viajan en tren, y todos los demás a causa de la contaminación, 9 a 10 millones, han perdido hoy su libertad: la libertad de viajar, de trabajar, el derecho a la salud y los pocos euros que gana la mayoría para la necesidad todavía no resuelta de limpiar escaleras o atender en el mostrador.
Nota a la nota: El apagón que suspendió esta crónica en el tiempo es ya el apagón de ayer. Hoy es posible concluirlo todo. Además de las crónicas y las lavadoras paradas antes de centrifugar. El mundo globalizado y sin fronteras no sólo implica riesgo de virus y terroristas. La interdependencia y la porosidad son excelentes cuando todo está bien y el sol brilla en Phuket. Sin embargo, puede producirse una tragedia inconmensurable cuando algo sale mal. Esta vez no fue así.
observador