“Dos allí, dos aquí” - bolero de León XI

“Un rey ha muerto, un rey ha sido nombrado”, dice el refrán. Jesucristo, según la tradición católica, quiso dejar un representante, es decir un vicario, para guiar a sus seguidores a través de las mareas de la Historia, hasta su regreso en la Gloria (¡aquí reside la fe multisecular de la Iglesia!). Por tanto, la Iglesia no puede ni debe permanecer por mucho tiempo huérfana de aquel a quien le fue dado el poder/servicio de las llaves. Francisco fue un Papa notable, por diferentes razones, tal como lo han sido todos los Papas desde Pío IX en los últimos doscientos años aproximadamente. Y lo han sido porque, después de las revoluciones e ideas que empezaron a dictar el mundo después de la Ilustración, y que se intensificaron a partir del siglo XIX, la Iglesia, a través de sus Papas, no tuvo otra alternativa que responder, de maneras diferentes, a las preguntas que la modernidad le planteaba.
El pontificado de Francisco surge en un contexto en el que en el planeta se extreman posiciones muy marcadas y beligerantes en relación a diversas agendas globales, geopolíticas e identitarias. Sin entrar en el fondo de tales agendas, lo cierto es que su pontificado ha sido siempre atento y marcado por una gran sensibilidad en relación a las cuestiones sociales y planetarias (migrantes, paz, ecología, ecumenismo, excluidos y vulnerables). Y, después de un Papa teólogo, que afrontó tales cuestiones desde perspectivas quirúrgicas y teológicas claras –y aquí no hay un juicio de mérito, sino sólo una constatación de método–, Francisco fue, ante todo, un pastor, y como pastor preocupado por los dramas humanos y sociales condujo su pontificado. En cuanto a temas específicamente doctrinales, se buscó que temas de la modernidad y sus agendas contemporáneas entraran en diálogo con temas sensibles de la doctrina católica, como la sexualidad, la homosexualidad, el matrimonio, la Eucaristía, el papel de la mujer, la ecología, la representación en la Iglesia, entre otros. También aquí entró, por supuesto, la teología y se produjeron documentos, pero, al parecer, las teologías y los documentos emanados de la Sede de Pedro tuvieron como ámbito o punto de partida ciertas sensibilidades pastorales para darles forma. La valoración de si ese diálogo fue bueno y bien hecho o no varía según la visión teológica de muy diferentes grupos católicos que habitan la Iglesia católica cada vez más plural. Su pontificado estuvo marcado también por una cierta informalidad que, por una parte, hacía menos hierática y más cercana al pueblo la figura del Papa, pero por otra generaba cierto ruido en sus intervenciones y discursos más espontáneos, y provocaba cierto malestar en quienes entendían que había, en medio de la legítima informalidad, ciertos aspectos que eclipsaban el sentido de lo sagrado. En cierto modo, fue un Papa muy latino y muy argentino, si podemos mirar su pontificado a través de estereotipos como estos.
León XIV es todavía una incógnita. ¡Y qué bien que así sea! Siempre corremos el riesgo de proyectar, en análisis hechos tan tempranamente, nuestros propios deseos e ideales sobre cómo debería ser el Papa. Y yo aquí también corro ese riesgo. Sin embargo, creo que –quizás si lo vemos desde la perspectiva de quienes lo eligieron– él es la persona adecuada para este momento de la Iglesia, que está tan polarizado como las sociedades civiles hoy. Sospecho que fue un nombre que agradó a varias tendencias dentro de la Iglesia, ya que surgió como un nombre de conciliación. Pero, naturalmente, no será posible contentar a todos todo el tiempo, y aquí y allá ya parece dar señales específicas, a veces más hacia la preservación y afirmación de las doctrinas seculares y de los símbolos más tradicionales de la Iglesia –y, en el caso de las doctrinas, en clave ortodoxa de comprensión según los Símbolos de la Fe, los Catecismos de la Iglesia y los documentos conciliares. Un posible signo de este celo quizá se haya dado en su primera homilía, pues destacó la centralidad redentora de Cristo –y de la Iglesia/Arca a la que prometió su Espíritu– para iluminar las tinieblas del mundo (Jn 1,4-5), en contraste con relativismos justificados por irenismos que han encontrado también hogar entre los cristianos. De este modo, él se erige como el primer testigo de una verdad que debe ser proclamada. Sin embargo, ahora también da señales de actuar más al estilo de Francisco, más pastoral y preocupado por las cuestiones sociales y planetarias, siendo un pastor con “olor a oveja”, como bien precisó Francisco debe ser la identidad del obispo y de los líderes de la Iglesia, que tienen la misión de servir conforme al servicio de entrega del mismo Cristo. Y, de hecho, no son acciones opuestas, sino más bien complementarias. Después de todo, el cristianismo es, en muchos sentidos, una religión de paradojas, en la que tanto "y" como "es" más importante que "o" o "lo otro". Y quizá esto es lo que León XIV pretende poner de relieve, y lo que falta en este momento en la Iglesia: saber que la sensibilidad humana/pastoral y la claridad doctrinal son complementarias, y que un Papa debe asegurar ambas perspectivas en un pontificado. Para la doctrina católica, el Papa es el sucesor de Pedro, y la misión petrina fundamental es “confirmar en la fe” a los cristianos, es decir, confirmar en la fe (doctrina) y en la caridad, porque la caridad sin doctrina es acción social, política o filantrópica que no requiere ser cristiano para realizarla, y la doctrina sin caridad/acción y preocupación social es fe muerta, sólo teoría filosófico-teológica que no transforma la vida de las personas.
Mi primera impresión es que León XIV pretende unir lo que muchos vieron, en los últimos dos o tres pontificados, como algo en cierta manera separado o extremo hacia un lado o hacia el otro, para crear Papas “favoritos” para grupos y teologías en la Iglesia. León XIV, sin embargo, parece, en este primer momento, buscar la armonía entre la razón de la fe y la acción del amor, entre doctrina y pastoral, ya que deben alimentarse recíprocamente. Como en el famoso bolero cantado por la brasileña Elis Regina, se podría decir que un pontificado como éste es (¿o es? ¿o sería?) una “voz que calma” , porque “son dos [pasos] allá, dos pasos acá”. Aprender a bailar así, dos pasos a la izquierda, dos pasos a la derecha, te permite mantener el ritmo correcto. Ser quien lleva el equilibrio y el conductor de este bolero, en estos tiempos, parece ser su enorme, pero imprescindible, desafío.
observador