Un salvavidas de urgencia para el catalán

Si tiemblan los gigantes, imagínense los liliputienses. Donald Trump, que el primer día de su mandato ya había ordenado eliminar la versión española de la página web de la Casa Blanca, firmó el pasado 1 de marzo una orden ejecutiva que declaraba el inglés lengua oficial en EE.UU. ¿El objetivo? Que la Administración estadounidense sea menos complaciente con el uso del castellano y empuje a los ciudadanos a la integración a través del idioma que se quiere común. Este mismo martes, el premier británico, el laborista Keir Starmer, escribía en sus redes sociales: “Si quieres vivir en el Reino Unido, deberías hablar inglés. Es de sentido común”. Los estadounidenses y los británicos, derecha e izquierda, expresando inquietudes similares. Es lo que parece: estados fuertes con un idioma imperial atormentados por su futuro lingüístico.
Si este es el estado de ánimo con el inglés, no hace falta esfuerzo alguno para entender el desasosiego de los catalanohablantes. Una comunidad lingüística que en porcentaje sobre el total de habitantes no deja de menguar. El Benjamin Button de los idiomas. Si en el 2003 era el 48% de la población la que utilizaba esta lengua habitualmente, en el 2025 esta proporción alcanza tan solo el 32,6%.
El Pacte Nacional per la Llengua puede calificarse de mayoritario e indispensable¡La vida es dura!, dicen los globalistas de la individualidad y quienes no ven su lengua materna amenazada. ¡Hay que hacer simpático el catalán!, añaden quienes se aferran a cualquier coartada para recomendar el ajo y agua a los que hablamos este idioma. ¡No haber politizado la lengua!, añaden otros con algo de razón pero ningún interés por auxiliar lo que, patrimonialmente, también deberían considerar suyo. ¡Es la libertad de elección, a fin de cuentas somos bilingües!, espetan los que disfrutan del abrumador predominio del castellano y que solo han de cambiar de idioma por voluntad y nunca, a diferencia de sus compatriotas catalanohablantes, por necesidad.
Todo este prólogo sirve para enfatizar cuán perentorio resulta el Pacte Nacional per la Llengua coronado el martes por el Govern de Salvador Illa y cuyo trabajo de preparación dio inicio con el de Pere Aragonès. Las ausencias –Junts, CUP, PP, Vox y AC– imposibilitan que pueda calificarse el acuerdo alcanzado como nacional, como pretenden los firmantes, pero sí de mayoritario e indispensable.
Salvador Illa
Llibert TeixidóVean si no. Como individuo de una especie amenazada de extinción he hecho los números. Si la suerte me acompaña y cumplo con la esperanza de vida que las estadísticas fijan para un varón, 81 años, me quedan 27 calendarios por delante. Tiempo suficiente para, de mantenerse la tendencia de usos lingüísticos de los últimos cinco lustros, asistir antes al funeral de mi lengua –que estaría ya por debajo del 20% como idioma de utilización habitual entre los catalanes– que al mío propio vestido con el traje de pino.
Como no está previsto que cambien los flujos migratorios y tampoco se adivina un repunte de la natalidad, cabe pensar que eso es lo que sucedería si la Administración siguiese cruzada de brazos. Aunque, a decir verdad, tampoco está claro que el escenario vaya a ser diferente ahora que se ha decidido a moverlos. Porque lo cierto es que la lengua, únicamente aprendida, sin una masa crítica suficiente de hablantes que la tenga como materna, tiende al raquitismo. Y de ahí a la inutilidad media solo un paso porque la riqueza expresiva sufre de malnutrición. Pero no nos pongamos pesados con la demografía, que con tan solo mentarla lo señalan a uno como antipático, carca y supremacista, aunque haya leído y adore a Paco Candel.
En el plano meramente político, el Pacte Nacional per la Llengua confirma la inteligencia política de Salvador Illa. El presidente de la Generalitat pone ambos pies en la baldosa que actúa como mínimo común denominador del catalanismo, la lengua, y hace más difícil que cuaje la línea de oposición que promueve Junts cuando lo acusa de desnacionalizar Catalunya. Quizás regalarle ese aval era demasiado para los junteros. Aun así, la presencia de Jordi Pujol es lo que parece. Un recordatorio de que en el 2025 aún es posible mantener una mirada por encima de la lucha partidista en cuestiones nucleares de identidad como la lengua. La presencia del expresidente hizo evidente que un sí vigilante y crítico de Junts hubiera sido más entendible y fácil de explicar.
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