La Navidad y sus guilty pleasures

Las Navidades están llenas de guilty pleasures (lo que se conoce como placeres culpables). No sé qué pasa en Navidad, pero es como si nos metiéramos todos en una especie de delirio colectivo del mal gusto que solo aceptamos en esta época: jerséis, pijamas y zapatillas con estampados de renos y árboles terribles; turrones y mazapanes malísimos; luces horteras y películas romanticonas que en ninguna otra época del año soportaríamos; campañas publicitarias y programas especiales navideños que dan vergüenza ajena pero que, sin embargo, todos ponemos para abrazar nuestra nostalgia, las Campanadas y el vestido de la Pedroche... En fin. Podría hacer una lista interminable, pero mejor me paro aquí, porque tengo que reconocer que, aunque siempre me levanto como el Grinch en Navidad, también acabo siendo la tía más navideña de todas. Me gusta la Navidad, me gusta el corazón tan blando que se nos queda y que nos pongamos todos un poco ñoños, me gusta compartir, regalar y, sobre todo, me gustan las cenas navideñas.
De hecho, mi mayor guilty pleasure navideño es este: los episodios especiales de series y sus cenas navideñas. Me encantan. Creo que las cenas navideñas tienen un potencial dramático increíble. Aparecen personajes secundarios, tramas que nadie había explorado. Una Navidad es también el encuentro con lo que fuimos. Y el pasado a veces duele mucho. Los guionistas lo saben y nos dan a todos lo que queremos. Entre mis favoritos están el episodio de El del Armadillo navideño de Friends. El de The Big Bang Theory o el de The Office.
A veces ni siquiera he visto la serie, pero me pongo el episodio navideño de turno. Así descubrí el capítulo Peces en la segunda temporada de The Bear. Una joya del guion y del manejo de la tensión dramática de 66 minutos que se puede ver sin saber nada de la serie y seguir pensando que es una maravilla. Yo no he visto The Bear (me aburrí pronto, cuando me di cuenta de que todo iba a ser cocinar y fumar y poner cara de pena, que es lo único que hace el personaje de Jeremy Allen White), pero ese episodio es fantástico porque narra el momento en el que una familia se quiebra. Una madre hipercontroladora, que intenta hacer la cena perfecta y unos hijos que no saben cómo gestionar el pasado que se les viene encima. Y entre medias: silencios, drama, gritos, comida arruinada y mucho mucho alcohol. Si solo puedes ver una cosa estas Navidades, te lo recomiendo. Y ni siquiera es un guilty pleasure, es uno de los mejores capítulos que he visto nunca de una serie.
elmundo






