El robot que se mueve utilizando únicamente la inteligencia del cuerpo y la física

Sin chip. Sin código. Sin inteligencia artificial. Pero el aire comprimido y los tubos de goma, se movían sabiamente según las leyes de la física. En una era en la que la inteligencia artificial invade cada rincón de la tecnología, un grupo de científicos en Ámsterdam ha decidido ir en la dirección opuesta. Han creado un robot de aire comprimido, con patas oscilantes, que se mueve sin sensores, sin electrónica y sin una sola línea de código. Pero camina, salta y nada.
Publicado en Science , un estudio realizado por investigadores del instituto AMOLF en los Países Bajos describe un robot sorprendentemente simple, hecho de tubos flexibles, que podría cambiar la forma en que pensamos sobre la inteligencia en las máquinas. “Es el orden que surge del caos”, explicó el autor principal del estudio, el investigador italiano Alberto Comoretto.
El robot se mueve gracias a un flujo continuo de aire comprimido. Tomada individualmente, cada una de sus patas —un tubo flexible— se agita caóticamente, un poco como los hombres inflables de las gasolineras. Pero cuando las piernas se conectan entre sí, sucede algo sorprendente: comienzan a sincronizarse. Encuentran un ritmo. Y luego, como si fueran capaces de seguir un impulso natural de su propia naturaleza, caminan.
“Es hipnótico”, dice Comoretto, estudiante de doctorado en robótica blanda. No hay código, solo física. Las piernas se autoorganizan y, una vez sincronizadas, se mueven. Y van rápido.
El robot recorre una distancia igual a 30 veces su propia longitud cada segundo: una velocidad sin precedentes para un robot blando. A modo de comparación –como se explica en la nota de prensa que anuncia el estudio– un Ferrari “sólo” llega a 20.
Pero el verdadero giro está en la capacidad de adaptación. Sin sensores ni control centralizado, el robot cambia su marcha cuando encuentra un obstáculo. En tierra salta. En el agua nada estilo libre. Todo esto surge únicamente de la interacción entre su cuerpo flexible y el entorno que lo rodea.
“Es una forma de inteligencia descentralizada”, explica Mannus Schomaker, coautor del estudio. “Al igual que las estrellas de mar, que coordinan cientos de pedicelos sin un cerebro central, este robot se adapta gracias a la retroalimentación local”.
Menos cerebro, menos algoritmos, más cuerpoEn un campo dominado por algoritmos complejos y hardware sofisticado, esta creación parece casi revolucionaria en su simplicidad. Bas Overvelde, director del grupo de Materia Robótica Blanda del AMOLF, lo expresa sin rodeos: «Ni siquiera es un robot, en sentido estricto. Es una máquina. Pero se comporta como un ser vivo».
Las implicaciones son profundas. Si de sistemas simples pueden surgir comportamientos inteligentes, quizá estemos juzgando mal la robótica y la inteligencia misma.
“Menos cerebro, más cuerpo”, dice Comoretto. “Menos código, más física”. Y tal vez, escondida en los materiales más simples, se esconde una complejidad que apenas hemos empezado a comprender.
La Repubblica