La parálisis del Eurogrupo

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Todo el G-7 se arrodilla. Aplaude el 28 de junio que Washington se retire del acuerdo de la OCDE que imponía un impuesto sobre sociedades del 15% mínimo a las multinacionales. Alemania, Francia e Italia, obligadas a ese gravamen por directiva europea, embarran a sus empresas con una nueva competencia desleal de EE UU. Ni la Comisión ni el Eurogrupo se quejan.
El canciller alemán Friedrich Merz mata la unión bancaria. “No hay absolutamente ninguna razón” para agrupar en uno los fondos de garantías de depósitos (FGD) actualmente “a nivel de los Estados miembros“, declara el 3 de julio, por miedo a cargar con los fallidos en bancos de otros socios, el risk sharing. El FGD común es la pata coja de la Unión bancaria. Aplazarla va contra los compromisos de los cinco presidentes de 2014 y 2015 y contra el proyecto de directiva de la Comisión de 2014.
Y chirría contra el non paper de los cinco grandes socios al Eurogrupo, incluida Alemania, de “progresar en proyectos concretos de la unión bancaria”. Ni Comisión ni Eurogrupo mueven pestaña. Enorme contraste con el activismo ciego, irresponsable (patrimonialmente) e incompetente de Bruselas (carece de competencias) sobre una opa bancaria de moda en España.
La Comisión, al menos, hace cosas. Cada día menos estupendas: apoyar las actuaciones racistas e ilegales de Italia y Dinamarca deportando inmigrantes, fomentar un gasto militar desmedido en favor de la industria norteamericana. Pero el Eurogrupo no sale de la parálisis desde que en 2020 el portugués Mário Centeno cede su liderazgo al irlandés Paschal Donohoe, ya encauzados los fondos Next Generation contra la crisis pandémica, financiados mediante eurobonos, el éxtasis.
De esa presidencia nada surge. No importa la invasión rusa de Ucrania en 2022; la asfixia de la inflación; el derrumbe del multilateralismo por los aranceles trumpistas; la pérdida de competitividad de la eurozona al revaluarse el euro más de 14% desde una semana antes de su toma de posesión; o la reapertura del debate sobre el posible papel del euro como moneda de reserva, lanzado por el BCE. En el mejor de los casos, todo se salda mediante comunicados asmáticos de trámite carentes de propósito subyacente (EL PAÍS, 18/6/2025).
Mientras, los proyectos eco-financieros estrella del bienio 2014/2015, la culminación de la unión bancaria y la de la unión del mercado de capitales (UMC) sestean. Hay dos excepciones, ninguna gracias al liderazgo de la decrépita institución. A saber, una genérica hoja de ruta inconcreta propuesta por Francia y Alemania y aprobada en marzo de 2024. Y la etiqueta común “Finance Europe”, de unos activos equiparables voluntarios para financiar pymes, lanzada por España y Francia y asumida por el Laboratorio Europeo de Competitividad de los seis grandes países (más Luxemburgo), con la colaboración de la Comisión. Una especie de imaginativa “cooperación reforzada” de voluntarios a pequeños pasos.
Todo ello a la espera de que arranque una iniciativa mayor inspirada por los informes Letta (que propone reinvertir en Europa los 330.000 millones de ahorro europeo desviados anualmente a EUUU) y Draghi, que postula 800.000 millones de inversiones anuales adicionales para recuperar ritmo.
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