Gaël Faye: “La escritura ayuda a curar, hallar sentido a la existencia y comprender el caos”

Gaël Faye (Buyumbura, 1982) ha vuelto a triunfar en Francia con El jacarandá, su segunda novela, también inspirada en el genocidio ruandés, como Pequeño país, su irrupción literaria y gran éxito internacional. El nuevo libro, premio Renaudot 2024, se publica esta semana en castellano (Salamandra). Con su relato desgarrador y a la vez poético, Faye, de padre francés y madre ruandesa, prosigue su misión de “romper el círculo infernal del silencio”. Él se siente responsable de que la historia no se olvide ni se falsee, y de evitar que “el crimen de los crímenes”, el genocidio, se repita en otros lugares. Las dos novelas son “dos piezas del mismo puzle”.
Función terapéutica Crear sirve como boya de salvamento para no hundirse por la sobrecarga del dolor”El autor explicó a La Vanguardia, en una cafetería de París , que una bisabuela por el lado paterno, exiliada en Lyon debido a la Guerra Civil, era de Barcelona, donde el escritor vuela este lunes para presentar la obra. “Sé que allí viven miembros de la familia, pero perdimos el contacto”, matiza.
Progreso En 1994 parecía inimaginable que Ruanda pudiera rehacerse tan rápido”Usted compone música, es rapero y escritor. ¿Qué le da más placer como creador?
Lo más importante para mí es el acto de escribir.
¿Más que cantar?
Si no hubiera escritura, no compondría música. Yo amo la música, pero no hasta el punto de hacerla sin palabras.
¿Cuánto hay de autobiográfico en sus dos libros?
Diría que el primero, Pequeño país , es en verdad una autobiografía emocional. No viví exactamente lo mismo que el personaje, pero sí todo lo que sufrió a nivel emocional, el asombro de la infancia, el sentimiento de miedo cuando llega la guerra, de incomprensión, el exilio, cuando Gabriel cuenta su mestizaje. En El jacarandá mi deseo fue imaginar la vida que habría podido tener de haber nacido en Francia en mi entorno familiar. Habría sido como Milan. En mi familia no se habría hablado de Ruanda y yo habría intentado comprender. Pero contrariamente a Milan, yo crecí en la región, en Burundi, aunque lo mismo que él, mi familia ruandesa no hablaba (del genocidio). Tampoco mi madre. Compartimos, pues, ese silencio familiar. Eso es muy autobiográfico.
¿Escribir es también curarse de todo ese drama?
Sí, creo que uno se cura encontrando un sentido al sinsentido de la existencia. La escritura sirve también a eso, a permitir comprender el caos en que vivimos, las incomprensiones. Permite encontrar respuestas. Cuando uno viene de una historia de enorme violencia y de silencio, del exilio, el genocidio, las guerras, y que en la familia nadie habla, escribir me permite continuar a interrogarme y a no transmitir yo mismo a mis hijos ese silencio acompañado de mucho dolor. No digo que poner palabras al dolor sane, pero sí ayuda.
Lee también El argelino Kamel Daoud gana el premio Goncourt por su novela 'Houris' La Vanguardia
En una ocasión dijo que crear era “una boya de salvamento”
Sí, es eso, una boya. Para mí, sirve para no hundirse por la sobrecarga de esta historia, demasiado dolorosa. Crear me permitió también salir de mi soledad, compartir con otros que pasaron por la misma experiencia que la mía. Eso ayuda a no ahogarse.
Usted describe en algún momento Ruanda como un “país de leche y miel”. ¿Ahora va mucho mejor, no, pese a la guerra en el vecino Congo?
Sí, el interior del país es seguro. Es un país dinámico, joven, con muchos proyectos. Los gobernantes ofrecen una visión de futuro. Los jóvenes ruandeses no necesitan marcharse. Si salen a hacer estudios, tienen ganas de volver. No es lo mismo que Burundi, que se ha degradado respecto a cuando yo crecí allí. Es pobre, con una gran crisis económica. Ruanda es un caso particular porque hace 30 años era una fosa común a cielo abierto y hoy es una sociedad en la que yo mismo crío a mis hijos con mi esposa, llevando una vida normal. Cuando llegué por primera vez, en 1994, puedo decirle que parecía inimaginable que en un lugar así una sociedad podría rehacerse con tal rapidez.
Lee también Se cumplen 30 años del horror de Ruanda, el genocidio de los cien días Xavier Aldekoa
Usted recuerda que Ruanda es también un caso especial de cohabitación entre las víctimas y sus verdugos.
Es cierto. En general, en los grandes genocidios del siglo XX, como la Shoah o el genocidio armenio, a menudo las víctimas y los verdugos no se conocían. Eran los ejércitos los que destruían una población. En Ruanda eran los vecinos, los amigos, a veces gente de la misma familia. Y es un país muy pequeño, más pequeño la región de Bretaña o que Bélgica, y densamente poblado. Se vive siempre muy cerca los unos de los otros. Se ha tenido que rehacer la sociedad en esa gran proximidad, con gente que cometió lo peor y que vivió lo peor, afrontando las cuestiones del perdón, de la reconciliación y de la justicia.
Lee también 'Pequeño país' triunfa en un exitoso BCN Film Fest Astrid Meseguer
Un viejo misionero en Camerún me dijo hace años que “el futuro de África son las mujeres”. ¿Está de acuerdo?
Diría que son el presente. La sociedad ruandesa se ha reconstruido gracias a las mujeres. Por ejemplo, el personaje de Eusébie hace cursos por la noche, se ocupa de toda la familia. Es lo que pasó. Los hombres estaban en el frente, en prisión o muertos. Hoy Ruanda es el país del mundo con más proporción de mujeres en el Parlamento. También se ve muchas mujeres en los ministerios.
¿Son también importantes para la reconciliación?
Pienso que sí. Las mujeres pagaron el peor tributo del genocidio. Se las mató, como a todos, y además hubo la violación como arma de destrucción. Hace tres años hice un documental para la cadena Arte, El silencio de las palabras , sobre retratos de mujeres que sufrieron violencias sexuales durante el genocidio.
Como persona binacional, ¿qué opina del eterno debate en Francia sobre la inmigración, sobre cómo frenarla? ¿Es muy sensible ante este tema?
Sí, soy sensible a que un discurso político fabrique un chivo expiatorio porque es la premisa de todos los genocidios. Así que eso me causa un problema. Considero que a partir del momento en que se convierte a una comunidad o un grupo de seres humanos en el responsable de todos los problemas, es que esta sociedad está enferma, que hay manipulación. Por eso digo que es terrible que el mismo mecanismo se reproduzca. Y se conocen los efectos a largo plazo de ese tipo de discursos, de ese tipo debate. Se conocen muy bien. Siempre es lo mismo. Así que pienso que, con el conocimiento de la historia, hay que seguir combatiendo ese discurso que marginaliza al otro, que lo deshumaniza también de algún modo y que lo hace chivo expiatorio. Normalmente los políticos lo utilizan para ocultar su propia incompetencia.
lavanguardia