Emmanuel Mouret, el cineasta del amor

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Emmanuel Mouret, el cineasta del amor

Emmanuel Mouret, el cineasta del amor

Los franceses han sabido como nadie, y desde siempre, capitalizar el sentimiento amoroso. De ahí que pueda sonar atrevido definir a Emmanuel Mouret (Marsella, 1970) como el cineasta del amor. Pero así es. Desde sus inicios, en los años noventa, le ha dado vueltas al amor en una obra que ya supera la docena de largometrajes, aunque siempre desde una perspectiva cómica y luminosa, sin dejar por ello de ser reflexiva e incluso filosófica. En nuestro país se dio a conocer con la comedia coral El arte de amar (2011), que ya era su séptimo largo. Con el siguiente, Caprice (2015), se despidió de la etapa en la que había sido el héroe de sus propias desaventuras, cual mezcla de Woody Allen y Jacques Brel, para crecer como cineasta, siempre acompañado de su director de fotografía Laurent Desmet, con las magistrales Las cosas que decimos, las cosas que hacemos (2020) y Crónica de un amor efímero (2022), dos películas que, por la naturaleza discursiva de los diálogos, nada naturalistas, y la exquisita educación de sus personajes, podrían verse, a la luz de su precedente adaptación de Diderot, Mademoiselle de Joncquières (2018) –estrenada en Netflix como Lady J (sic)–, como películas de época que transcurrirían en la actualidad, sin vestidos aparatosos, pero con la exigencia intelectual y la coqueta altanería del siglo de las luces.

Por el amor incondicional que dispensa a sus personajes y por la frescura de su mirada, su cine también puede recordar al de Guillaume Brac, otro cineasta no lo suficientemente conocido, ni reivindicado, a este lado de los Pirineos, aunque el director de la maravillosa ¡Al abordaje! (2020) se sitúa en un cine popular, nada aburguesado, mientras que los personajes de Mouret son más de quedar en museos, escuchar música clásica o encontrarse por casualidad en cines de reestreno.

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El director Emmanuel Mouret siempre le ha dado vueltas al amor en una obra cómica y luminosa a la vez que reflexiva

⁄ ‘Tres amigas’ puede verse como una comedia filosófica sobre la culpa, un tema muy cinematográfico

En Tres amigas, que llega a las salas el 11 de julio, Vincent Macaigne es más una ausencia que una presencia. Su personaje no tarda en expirar, para convertirse en un ex marido evanescente, un amigable fantasma: “Podría decirse que, al morir, ha terminado su terapia, pues ha solucionado todos sus problemas con el amor ­posesivo. Por fin es capaz de un amor más puro, más relajado, más tierno”, nos dice Mouret, con su charme habitual.

Todo empieza cuando India Hair (maravillosa y también divertidísima actriz), su mujer, una apocada profesora de instituto, empieza a sentirse culpable, porque a pesar de que su marido la adora, y que tienen una hija maravillosa, siente que ya no lo quiere como antes, cosa que la atormenta. Empujada por la necesidad de ser honesta, se lo acaba confesando, precipitando los acontecimientos en una dirección que la harán sentir todavía más culpable, por lo que será incapaz de reconstruir su vida. “Me interesaba esta idea, propia de un melodrama, pero al mismo tiempo me parecía demasiado grave para mi manera de ser. Así que la ligué con otras historias que tenía en mente, las de sus amigas”.

Por un lado, está el personaje de Camille Cottin, que ya no cree en la pasión, pero está convencida de mantener una relación tranquila, segura y equilibrada. Por el otro, está el de Sarah Forestier, que es un poco más desastre, en lo profesional como en lo sentimental, y tiene un lío con un hombre casado, el Sr. X… “Estas dos historias me permitían hacer una película más ligera, con mayor musicalidad, sin que por ello sus dilemas personales dejaran de aportar ideas”.

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India Hair y Vincent Macaigne en un fotograma de la película

⁄ “El cine no tiene que aportar respuestas, pero te permite acompañar a los personajes, sin juzgarlos”

Tres amigas puede verse como una comedia filosófica sobre la culpa, un tema que, como nos recuerda Mouret, no puede ser más cinematográfico: “Además de en el melodrama, está en casi todo Hitchcock, y también es una cuestión fundamental en nuestra relación con los demás”. Para el cineasta, que no soldado, del amor “podemos remontarnos hasta el teatro clásico, y nos encontraremos con que esa misma pregunta siempre ha estado ahí: ¿A qué tenemos que ser fiel, a nuestros sentimientos o a nuestros compromisos? Naturalmente, no hay respuesta. Podemos hallar respuestas en internet, en la radio o la televisión, pero me parece más justo y legítimo vivir en la duda, aceptarla, porque la duda nos empuja a prestar más atención al otro. El cine no tiene que aportar respuestas, pero te permite acompañar a los personajes, sin juzgarlos, al menos en las películas que me gustan. Al final, la catarsis que nos ofrece la gran pantalla está en el privilegio de compartir las dudas de los personajes”, continúa, imparable este amante de la duda, que no sería capaz de reprimirla, aunque le generase culpa: “Es terrible sentirse culpable, pero lo contrario quizás es peor, porque implica no querer ver al otro, taparse los ojos. Uno se deshumaniza cuando no se siente culpable. Al final, la cuestión es cómo podemos hacerlo para vivir todos juntos, ya que interesarse por el mundo de la pareja es hacerlo por la unidad mínima de la sociedad, y lo que vemos es que ahí es todo muy complicado”.

Emmanuel Mouret​Tres amigas​Estreno en cines el 11 de julio

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