La mala salud de hierro del valenciano

Contra una primera impresión derivada de los hechos que a continuación relataré, hoy la situación del valenciano, la lengua propia que se habla en buena parte de la Comunitat Valenciana, que conforma el elemento de singularidad más preciado del que dispone y que comparte con los territorios vecinos de Catalunya y de les Illes Balears, es la de una mala salud de hierro. Esta afirmación puede sorprender a más de uno que esté al tanto de determinadas decisiones administrativas tomadas recientemente desde ámbitos políticos, como, por ejemplo, la reducción de un 25% del presupuesto destinado a l’Acadèmia Valenciana de la Llengua, la aprobación de una petición de que la ciudad de Alicante sea declarada “ciudad castellanohablante”, la drástica reducción de las ayudas a numerosas entidades de reconocida trayectoria en la promoción del valenciano o, en el ámbito educativo, la denominada ley de Libertad Educativa, que ha generado una situación de tensión innecesaria en el seno de las familias sobre la elección de la lengua vehicular en las escuelas.
¿Qué tienen en común estas medidas? Básicamente tres cosas: que han sido adoptadas por impulso de Vox (con el apoyo, imprudente y, diría yo, contraproducente para sus propios intereses, del PP); que son actuaciones exclusivamente asociadas a la esfera política y, en concreto, a los mecanismos particulares de los que dispone la actuación pública y que no conseguirán el objetivo de hacer del valenciano una lengua muerta.
El valenciano es un tema político, pero no partidista: ¿hay que citar a Joan Fuster? Sí, pero mejor a Teodor Llorente. En 1879, el gran patriarca de la València conservadora y de la Renaixença local y fundador del diario Las Provincias ya advirtió contra la pretensión de quienes querían enviar demasiado rápidamente el valenciano al agujero de las lenguas difuntas: “Llengua morta és la llatina, una llengua que no parla avui ningú (...) llengua morta la llengua valenciana! Ixcau al carrer, atengau als primers que passen, i sabreu si és llengua morta; aneu de poble en poble per lo nostre regne de València, i voreu que està tan viva com un paxarell”.
No soy tan inconsciente para desconocer que el apoyo institucional es importante cuando hablamos de dignificar el papel de una lengua (yo mismo tuve el honor de dirigir el Servei de Política Lingüística de la Universitat de València durante años y sé de lo que hablo), pero quiero destacar también la fortaleza de esta misma lengua en la vida cotidiana de millones de valencianos, cada día, en cada momento de su existencia. La lengua está viva: otra cosa son los cambios en los mecanismos sociológicos de adhesión al valenciano en una sociedad mucho más compleja que la del XIX y más fragmentada y plural que la del XX.
Llegados a este punto me pregunto si no nos estaremos equivocando al aplicar estructuras explicativas del uso del valenciano que ya no están en vigor. Escuchar hoy música en valenciano es diferente a escucharla cuando tenía veintipocos años. En aquel momento era sinónimo de opción militante. Hoy, es sinónimo de ganas de vivir, de alegría, de convivencia. Cuando grupos como Oques Grasses (de Osona) o Figa Flawas (de Valls) se presentan en València, como lo hicieron en mayo del 2024, los miles y miles de espectadores que llenaron la plaza de toros cantaron y bailaron al ritmo de una lengua que los impulsa y vivifica como nunca había pasado en la historia de este pueblo. Nunca.
Escuchar música en valenciano era sinónimo de militancia; hoy es sinónimo de alegría, de convivenciaY dudo mucho que todos los asistentes establecieran una estricta correlación entre ideología y presencia en aquel concierto. Y esta es, para mí, la mejor noticia que podríamos tener: que el valenciano sea percibido como un elemento más de la cotidianidad, de la vida en la calle y en las plazas, una parte inseparable de la biografía íntima y particular de buena parte de la población valenciana. Aquí es donde se juega la partida definitiva.
¡Aquí y en los campos de fútbol y en las canchas de baloncesto! La referencia deportiva no es baladí. En el estadio Ciutat de València, donde juega el Levante UD (equipo de Primera División en esta temporada), todas las comunicaciones a los 20.000 espectadores asistentes se hacen en valenciano. Y el grupo La Fúmiga, nacido en Alzira, ha compuesto el nuevo himno del València Basket Club (“La meua promesa és estar sempre amb tu, una història d’amor, des de València al món...”) para que los 9.000 asistentes a la Fonteta de Sant Lluís (y dentro de poco al Roig Arena) lo canten ex toto corde.
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El valenciano, malgré tout, forma parte de la vida colectiva de millones de personas. El resultado de la consulta pública que la Generalitat Valenciana (con gobierno PP-Vox) realizó este 2025 sobre demanda y oferta en las escuelas revelaba que, en los centros privados concertados, con un 7% de oferta en valenciano, la demanda de las familias subía al 30%, mientras en los públicos era del 60% (con una oferta del 40%). Incluso en comarcas castellanohablantes, la demanda en valenciano lograba en algunos casos un 30% o más. En la ciudad de València, la encuesta mostraba que la demanda (35,14%) era más del doble que la oferta (15%) y, en la escuela pública, la petición era mayoritaria, con un 55,36%.
Hoy los mecanismos de adhesión simbólica al valenciano ya no pasan por la bandera. O en todo caso, la bandera es otra, es la vida, que se ha hecho plural y heterogénea. Tenemos que asumirlo y reajustar nuestras expectativas. Pero también tendrían que saberlo aquellos que, desde la administración, pretenden limitar esa misma vida a un único acento, el suyo.
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