Sócrates, filosofía de bolsillo

Leí que José Sócrates, el popular "ingeniero", se emocionó en el tribunal al recordar los 450.000 euros que su madre le había dado para estudiar en París. Lo entiendo perfectamente: yo también me emociono cada vez que recuerdo las veces que mi madre me dio 450.000 euros. Eran casi cero, pero la verdad es que nunca estudié en París, donde la vida debe ser carísima para un universitario.
Es hora de hacer cuentas, como recomendó quien lanzó al "Ing." Sócrates a la política y hoy condena regularmente a Israel. Primero, ignoremos los millones que el "Ing." Sócrates, quien admitió subsistir en relativa pobreza, habrá vaciado de las cuentas de su amigo, un gran amigo, Carlos Santos Silva. Luego, hubo un préstamo bancario de 120.000 euros para financiar la estancia parisina, que, según fuentes alternativas, fue de 150.000. Finalmente, los ya mencionados 450.000 euros de su madre, con los que el "Ing." Sócrates pudo o no haber devuelto el préstamo anterior. Como mínimo, los dos años en Francia le costaron a él, o a su pobre (expresión exagerada) madre, casi 20.000 euros al mes, y eso con una casa gentilmente proporcionada por su amigo Carlos Santos Silva o, según la Fiscalía, por él mismo. Eso es mucho foie gras y mucho champán.
Aun así, nada del otro mundo para alguien que gastó 18.000 en un fin de semana en Formentera y, según se dice, mientras era primer ministro, 100.000 en un par de vacaciones en Venecia y Menorca. Con champán o Riojas reserva, el presupuesto alcanza para unas tres copas al día. Y no olvidemos las cenas de los viernes en un restaurante lisboeta, que reunía al "Ing." Sócrates con leales camaradas como los doctores Galamba y Vieira da Silva, así como a ese Silva Pereira, con el rostro y los modales del "Ing." Su amigo Carlos Santos Silva, que no se sentó a la mesa, recibió la cuenta altruistamente, y la cuenta fue cuantiosa. Por eso hay élites y gente común, hay ex primeros ministros y ex primeros ministros: la semana pasada cené con Pedro Passos Coelho en la capital por 41 euros. Cada uno pagó lo suyo. No sé si notan que sigo emocionado.
La emoción que siento, que se confunde ligeramente con envidia, se relaciona con mi falta de amigos generosos, quienes, como es su deber, financian viviendas dignas, comidas con mariscos, vacaciones y lo que sea que se les presente. Sin embargo, me conmueven hasta las lágrimas sobre todo los recursos de la madre del "Ing." Sócrates. No solo son extraordinarios los orígenes de la fortuna de la mujer: más extraordinaria aún es la habilidad con la que esos orígenes se alteran en el discurso de su hijo, el hijo pródigo y agradecido, amnésico y emotivo. A veces, la mujer había heredado millones de su padre (una fortuna que, en su desorientación, los fiscales no lograron encontrar), a veces, poseía propiedades prestigiosas (que, por suprema coincidencia, negoció con su amigo Carlos Santos Silva), a veces, poseía muebles valiosos (en forma de una o dos cajas fuertes). La gente astuta diversifica sus inversiones: la madre del "Ing." Sócrates diversificó sus ahorros. Y los diversificó tanto que llegó a perderles la pista, como en una llamada telefónica de 2014, donde se escuchó a la Sra. Adelaide Monteira confesar que la habían "depilado" y que estaba "en apuros". Dado el apoyo que le brindó a su primogénito, no es de extrañar.
Ya basta, ¿no? Los desaciertos de "Eng." Sócrates dan pie a innumerables chistes. Lo que "Eng." Sócrates significó y significa para el país no tiene gracia. Durante una eternidad, nos gobernó, no por decreto divino ni por golpe de estado, sino por la libre elección de los votantes, que lo querían al frente del gobierno. Y lo quisieron en dos ocasiones: una con el mayor triunfo en la historia del Partido Socialista y la otra en 2009, cuando el "asunto" de Freeport había alimentado sospechas razonables sobre la integridad del "feroz animal" durante meses.
Es legítimo y aconsejable recordar que el "Ing." Sócrates fue quizás una figura central en una red que atrapó a políticos, abogados, banqueros, constructores, empresarios y compinches en general. Sería igualmente interesante no olvidar que, en el gobierno, en el parlamento y en el partido, cientos y cientos de individuos sirvieron a su mitomanía y a todo lo demás, más allá de toda sospecha y evidencia. Estas almas insignificantes, que tarde y en el peor momento posible intentaron presentarse como puras, no tenían por qué ser cómplices de los embrollos que investigaban los tribunales para ser cómplices del desastre ético, psiquiátrico y económico que entonces se avecinaba. Ni un alma dimitió en protesta por el desastre.
Pero lo que realmente impresiona es la gente, el considerable porcentaje de personas que, durante un tiempo inconcebible, creyeron en el "Ing. Sócrates" a pesar del sentido común, y que, además de creer, le ofrecieron promesas de lealtad, himnos, devoción. Y sus votos. A lo largo de seis años, con un poco de apoyo extra tras su caída, dos millones de ciudadanos siguieron ciegamente los tortuosos caminos que se abrieron en la mente de esta criatura, una criatura de la que ninguna persona en su sano juicio aceptaría ni un solo auto usado gratis.
En resumen, la facilidad con la que el ingeniero Sócrates engañó a los portugueses es impactante y aterradora. Mejor (o peor): la facilidad con la que los portugueses se dejaron engañar es espantosa; una tradición que, de hecho, no ha desaparecido. Muchos de los que se avergonzaban de aclamar a un tramposo aclamaban sin vacilar a los siguientes. Y repetirán la hazaña con el siguiente. ¿Fue el ingeniero Sócrates una aberración? No lo creo, y la realidad me da la razón.
observador