Pornografía del hambre: cómo nos engañan Hamás y la ONU

La última gran campaña de supervivencia de Hamás no se lleva a cabo con cohetes, sino con imágenes de niños hambrientos. La pornografía del hambre es una de las armas más eficaces del terrorismo yihadista : manipula las emociones, distorsiona las percepciones y convierte cada noticiero occidental en una caja de resonancia para la propaganda islamista.
A diario, las agencias de noticias distribuyen imágenes y vídeos cuidadosamente preparados, con cortes y ángulos cuidadosamente seleccionados, y se reproducen en televisión y periódicos. Los titulares son siempre los mismos: «La ONU confirma», «La OMS advierte», «El Ministerio de Salud de Gaza denuncia». A veces ni siquiera eso, y la noticia se presenta como si fuera cierta simplemente porque se anunció.
Pero ¿quién es "la ONU"? El público no lo cuestiona porque confía en las siglas, imaginándose que son personas angelicales, neutrales, vestidas de azul y llenas de buenas intenciones. El problema es que, en Gaza, estos "funcionarios de la ONU" no son neutrales ni independientes. Son palestinos que viven bajo el régimen de Hamás, obedecen a Hamás y, en muchos casos, son Hamás. ¡Por eso están vivos!
La maquinaria propagandística funciona con precisión. Ningún periodista extranjero opera libremente en la Franja de Gaza. Todos los "reporteros" de los que dependen medios como la BBC, Reuters, France Presse o Al Jazeera están bajo el control directo de Hamás. Todo lo que sale de allí cuenta con la aprobación de Hamás, que incluso produce imágenes y vídeos, como está ampliamente documentado. No se publican imágenes de yihadistas muertos o heridos. No hay registros de escondites de armas en escuelas, hospitales o mezquitas. Lo que existe proviene de grabaciones tomadas por tropas israelíes y se descarta rápidamente. Occidente solo ve la versión editada y aprobada por Hamás. Una narrativa fabricada para excitar e indignar. Y con cada imagen, verdadera o falsa, de un niño herido o un edificio destruido, las redacciones occidentales, con su mezcla de ignorancia y antisemitismo larvado, lanzan automáticamente acusaciones contra Israel.
Es crucial recordar el punto de partida: Hamás atacó a Israel con un objetivo declarado e innegable: matar judíos, secuestrar civiles, torturar y aterrorizar. Lo ocurrido el 7 de octubre no fue una operación militar; fue una masacre deliberada, un pogromo del siglo XXI. ¡Un genocidio en toda la extensión de la palabra!
Los líderes de Hamás sabían que no destruirían a Israel con este ataque y que la respuesta israelí sería implacable. Contaban con ello. Ese era su plan.
Su estrategia siempre ha sido usar los cuerpos de sus propios civiles como escudos humanos y munición mediática. Sabían que cuantas más muertes exhibieran, reales o inventadas, mayor sería la presión internacional para obligar a Israel a detenerse. Sabían que las capitales europeas, con sus multitudes agitadas y gobiernos tímidos, eran el caldo de cultivo perfecto para este chantaje emocional. Y que si Israel no se detenía, como era probable dada la magnitud del acto terrorista, el Estado judío quedaría cada vez más aislado, enfrentándose a posibles boicots y sanciones; en resumen, la asfixia gradual del país. Destruir a Israel es, como todos saben, su verdadero objetivo, y no lo ocultan.
La ONU y muchas ONG desempeñan un papel vergonzoso en este asunto. Organizaciones como la UNRWA, cuyo personal es 99% palestino y está infiltrado hasta la médula por militantes y simpatizantes de Hamás, distribuyen no solo ayuda humanitaria, sino también la ideología y la red de control del grupo terrorista. La ONU, a través de las declaraciones de sus representantes, como el ingeniero Guterres, Lazzarini o Francesca Albanese, nunca ha ocultado su parcialidad. Estos altos funcionarios no llegaron a sus puestos por ser modelos de imparcialidad o competencia. Fueron elegidos con el voto masivo de países musulmanes o aliados de estos regímenes, a menudo comprados con petrodólares, al igual que Qatar compró el Mundial de 2022. La misma lógica de corrupción y sumisión geopolítica alimenta la complicidad con Hamás.
La supuesta "hambruna en Gaza" es la última gran narrativa inventada. La ayuda humanitaria enviada a la Franja por la ONU no desaparece milagrosamente. Hamás se la apropia, la revende en el mercado negro y la utiliza como moneda de cambio política. Testimonios de civiles palestinos e investigaciones independientes muestran que camiones de la ONU están siendo secuestrados por hombres armados de Hamás. Los almacenes están controlados por el grupo terrorista, que vende alimentos y medicamentos a precios inflados, mientras que sus colaboradores y funcionarios de la ONU (palestinos que le obedecen) hacen la vista gorda y siguen culpando a Israel de una "crisis humanitaria" que ellos mismos perpetúan. Cualquiera que intente desbaratar este plan es castigado, generalmente con la muerte. Existen registros objetivos de palestinos asesinados por intentar acceder a alimentos sin el permiso de Hamás o por colaborar con organizaciones que intentan distribuir ayuda fuera de la red yihadista.
Es esta dinámica la que Occidente se niega a ver. No se trata solo de ignorancia; existe un deseo de culpar a Israel a toda costa, una adicción casi cultural a señalar con el dedo al judío.
Los líderes occidentales, especialmente en Europa, siguen emitiendo declaraciones "equilibradas", condenando siempre a Israel, como si la democracia israelí y una organización terrorista estuvieran en el mismo plano moral. Esta postura "salomónica" es, de hecho, cobardía disfrazada de diplomacia. Tras ella se esconde una simple realidad: hay docenas de países musulmanes, Israel es solo uno. Los judíos son un puñado, los musulmanes superan los 2.000 millones, el 25% de la población mundial. En los suburbios de las principales ciudades europeas, los inmigrantes islámicos ya constituyen una fuerza demográfica capaz de intimidar a los gobiernos e influir en las políticas públicas. Es más fácil culpar a Israel que enfrentarse a los disturbios y atentados en París, Bruselas, Madrid o Berlín. Y el dinero del petróleo y el gas ahora financia periódicos, cadenas de televisión, empresas, clubes de fútbol, individuos y universidades en todo Occidente. Las compensaciones son inevitables.
Mientras tanto, Israel continúa la guerra a la que se vio obligado a entrar, ahora intentando quitarle el agua a los peces, es decir, a la población de Hamás. La estrategia es dura, pero no nueva. Las contraguerrillas británicas en Malasia y las operaciones portuguesas en África siguieron un principio similar: separar a la población civil de los insurgentes, quitándoles el "agua" donde nadan los peces. Gaza, sin embargo, es un caso extremo. Hamás ha convertido a la población en su escudo, combatiendo en barrios residenciales, utilizando escuelas y hospitales como depósitos de armas y centros de mando. Toda operación israelí, por muy cuidadosa que sea, inevitablemente genera bajas civiles, y eso es precisamente lo que Hamás busca. Es su modelo de negocio: convertir cada combate en un cadáver civil y cada cadáver en un comunicado de prensa. Cuantos más cadáveres, reales o inventados, más beneficios obtiene Hamás.
Lo más repugnante es que, cuando las cifras delirantes inventadas por Hamás llegan a la prensa europea, no hay ninguna advertencia ni crítica. El "Ministerio de Salud de Gaza", Hamás, se cita como si fuera una entidad neutral, creíble e independiente. Es como si, en la década de 1940, la prensa occidental publicara declaraciones del Ministerio de Propaganda de Goebbels sin ningún filtro. La diferencia es que ahora esta propaganda lleva el sello de la ONU y el de ONG como Médicos Sin Fronteras, cuyos informes se basan en "testimonios" proporcionados por Hamás.
La indignación occidental, alimentada por estas mentiras, es vergonzosa. Marchas "por Palestina" recorren las capitales europeas con pancartas que exigen el fin de Israel, a menudo acompañadas de banderas de Hamás y lemas abiertamente antisemitas. La línea entre la "solidaridad con Gaza" y el odio a los judíos desapareció hace tiempo. Las democracias que hoy se conmueven con las imágenes que Hamás produce de la "hambruna en Gaza" son las mismas que, hace ochenta años, cerraron sus puertas a los refugiados judíos o los enviaron de vuelta a los campos de exterminio. Nada cambia cuando la moral se rige por la cobardía y la propaganda.
La incómoda verdad es que la crisis humanitaria en Gaza ni siquiera es un "efecto secundario" de la guerra; es una estrategia deliberada de Hamás. Sin la complicidad de la ONU y la ingenuidad de Occidente, este enfoque ya habría fracasado. Pero mientras los periodistas estén dispuestos a repetir, sin verificación, las cifras e imágenes de Hamás, y mientras los líderes europeos se preocupen más por los votos en los suburbios islámicos que por la verdad, el terrorismo seguirá prevaleciendo en la opinión pública.
Israel aprendió hace mucho tiempo que no puede depender de la buena voluntad del mundo, pues su supervivencia depende de ello. Pero está perdiendo en el terreno de las percepciones, la propaganda y el odio.
Para Israel, cada cadáver es una vida. Para Hamás, cada imagen de hambruna es un activo. Para la ONU, cada declaración es un gesto de alineamiento político. Para la prensa occidental, es solo otra "historia humana" que garantiza clics y audiencia.
El resultado es un Occidente moralmente en bancarrota, cómplice, consciente o voluntariamente, del cinismo, el yihadismo y el antisemitismo.
observador