No rompamos el aislamiento de los talibanes

Tras prohibir la música, la educación para niñas de doce años o más, el trabajo de las mujeres sin supervisión gubernamental o que viajen solas, las barbas afeitadas, los salones de belleza y muchas otras cosas perfectamente normales, los talibanes ahora prohíben internet. Con esto, el régimen afgano da otro paso importante para hacer de su país un lugar inhabitable. Especialmente para mujeres y niñas, pero también para hombres y niños.
Desde la semana pasada, el internet de fibra óptica ha estado prohibido en diez de las 34 provincias del país. El líder supremo Haibatullah Akhundzada quiere impedir que los afganos vean pornografía, intercambien mensajes románticos o realicen otras actividades que considera objetables. Posteriormente, también prohibió el uso de libros de autoras en las universidades, así como la educación sobre derechos humanos y violencia sexual.
Mientras tanto, las conexiones a internet móvil también fallan en algunos lugares, y aún está pendiente una nueva prórroga oficial de la prohibición de internet. Esta ha sido la tendencia desde que los talibanes recuperaron el poder en su país de manos del gobierno elegido democráticamente y del ejército internacional en 2021: cada vez se permite menos, nunca más. Al restablecer la flagelación, la lapidación y otros castigos corporales , los talibanes están haciendo cumplir eficazmente estos decretos.
La prohibición de internet está privando a las adolescentes del último acceso que les queda a la educación. Ahora que sus escuelas están cerradas, muchas reciben educación en línea desde casa, pero incluso allí, el riesgo de deterioro moral es aparentemente demasiado alto. Lo que les queda es una vida de cocinar, lavar y ser madres a una edad muy temprana.
Esto ha provocado una verdadera indignación internacional. La Corte Penal Internacional incluso ha emitido una orden de arresto contra Akhundzada por crímenes de lesa humanidad. Pero mientras las puertas en Afganistán siguen cerrándose, muchos Estados, con el paso del tiempo, buscan oportunistamente un acercamiento al régimen de Kabul.
Este verano, Rusia se convirtió en el primer país en reconocer a los talibanes como gobernantes oficiales, principalmente para establecer relaciones comerciales. Su vecina China aún no ha dado ese paso, pero sí cuenta con un embajador en Kabul, al igual que los Emiratos Árabes Unidos.
La semana pasada, el presidente estadounidense Trump, con su habitual rudeza, contactó a los talibanes. Quiere que Estados Unidos recupere el acceso a la base militar de Bagram, cerca de Kabul —esta vez no para combatir a los talibanes, sino para vigilar a China— y cree que algún tipo de transacción debería ser posible. No mencionó el destino de los afganos.
Los países europeos también están estrechando lazos con cautela. Por ejemplo, se ha permitido que la embajada afgana en Oslo reanude sus servicios consulares. Y funcionarios alemanes en Kabul y Qatar están negociando con los talibanes la devolución de los solicitantes de asilo afganos rechazados. Esto puede contribuir a alcanzar un objetivo nacional, pero también les da a los talibanes lo que anhelan desesperadamente: un mayor reconocimiento internacional.
Para Akhundzada y sus ministros, esta normalización quizá no se esté produciendo con la suficiente rapidez, pero la situación sin duda les favorece. Están dejando que el tiempo siga su curso, a costa del pueblo afgano. Esto no debería ser recompensado.
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