Viajes alrededor de un cuarto: Rejtman, Chirbes, Uriarte

El escritor de diarios viaja alrededor de sí mismo; un carrusel continuo, sin freno, sin escalas, sin despegue, en el que el único movimiento posible es vertical. La ida y la vuelta son indistinguibles. El único a bordo es un pasajero de cabotaje: no sale de su cuarto, de la locación que es indivisible de sí mismo. En Cuarto sucio, ubicación peligrosa (Ediciones UDP), el cineasta y autor Martín Rejtman montó una bitácora de las habitaciones de hotel que visitó en los últimos treinta años. Hace muchos que Rejtman practica yoga (materia de su último largometraje, La práctica, filmado en Chile, mismo lugar en el que editó este libro) pero su técnica literaria es la del aikido: explotar la fuerza del rival y redirigirla para una mejor defensa.
Sus historias de hoteles trastocan la cronología (es decir, quiebran la progresión temporal de un diario y -esto probablemente sea una desventaja- pierden el arco de la edad) quizá porque cuentan invariablemente lo mismo: los contratiempos que le salieron al cruce como nómade momentáneo, provisorio, casi todos en el extranjero. Miles: desperfectos, destratos, malentendidos. Problemas de traducción y de maneras de hablar o pronunciar los idiomas ajenos. El viaje en sí asoma en segundo plano. No hay ánimo de retratar ni realzar casi nada. Un grado casi cero de la prosa en el que los renglones no reniegan de su linealidad, pero en el que sobreviene cierta hipnosis gracias a la consignación seca de hechos inanes, con pausas de una sana insolencia descriptiva. (Los que han visto las películas de Rejtman reconocerán alguna continuidad; sobre todo el estilo blanco, en staccato, del ping-pong arisco de sus diálogos).
Acá se trata, por encima de todo, de registrar los desafortunados intercambios con empleados de hotel y las diarias desgracias gastronómicas. Nada es lo que se espera y nada es como se lo mostraron antes en una foto. ("Las imágenes mienten" parece uno de los subtextos de Cuarto sucio...). Estas páginas insinúan un axioma de hierro: la persona fácilmente irritable atrae la inepcia y la crueldad ajenas como un imán. Es un Libro de Quejas desbordante de efímeras comedias de efecto hilarante, no importa -literariamente hablando- si voluntario o involuntario. Esta reincidente exhibición de infortunios -de una mortificación casi voluptuosa, de una banalidad casi ostentosa- se reconvierte merced a la redención de la gracia sintáctica.
Gracias a todo esto el narrador -en general un viajero solitario; a veces semicamuflado en un plural anónimo- adquiere entonces cualidad de personaje. No es dispendioso. Es vegetariano. Cree en la homeopatía. Es casi teatralmente neurótico; lo confiesa en varias ocasiones como si no hubiera quedado claro. La cantidad de veces que pide cambio de cuarto puede hacer pensar que lo que en el fondo deseaba era cambiar de persona.
La incomodidad -de Iowa a Tailandia- es su condena y su reino. ¿Es un culposo que busca crear más inconvenientes, o el encargo de una crónica de esta naturaleza lo puso en la senda de la desventura, es decir de un tono? "Uno empieza a actuar sobre su vida cuando está escribiendo un diario", leemos advertidos. Es extraño un diario por contrato, y más extraño es descubrir en la cubierta del libro que ha sido “editado” por otra persona. (Favores que en otra época solían hacerse post-mortem: publicar un diario y que otro decidiera qué incluir y qué excluir y en qué orden ubicar los fragmentos, los rastros y restos).
Como sea, el resultado no pretende alcanzar o atribuirse grandes virtudes literarias -Rejtman calla, incluso, sus lecturas y casi todas las alusiones culturales, acaso para no aspirar a un prestigio por ósmosis- pero es tremendamente llevadero, con no pocas instancias de vuelo: "A las 4 y 30 de la madrugada llaman por teléfono: Your wake up call... Qué extraño heredar las costumbres de huéspedes anteriores, cuando uno siempre finge estar en un lugar nuevo. Se rompe la ilusión. ¿Cómo no llevan todo a cero?".
Por momentos la mordacidad de Rejtman encuentra su centro en la palabra "casi", otro letimotiv del libro, en especial porque cada percance amenaza con terminar, casi, en una catástrofe: "Vivir un año en Roma me complicó un poco la vida, porque después ya no podía tomar café en casi ninguna otra parte". Ese "un poco" amaga con desentonar con "ninguna otra parte", pero en verdad funciona como cebador de la causticidad del autor de Literatura y otros cuentos.
En un género tan hospitalario como el del diario íntimo, tal vez sea provechoso ensayar algún paralelismo o contraste. Por ejemplo, los diarios de Rafael Chirbes y de Iñaki Uriarte, también redactados en estas últimas décadas. Tres desplazados: Chirbes en las afueras de Valencia, Uriarte entre Bilbao y Benidorm, Rejtman un poco en todas partes (caso contrario, montado a su bicicleta por Buenos Aires).
Chirbes y Uriarte son torturados de otro modo. Tienen la voluntad de calar hondo. Los tres tomos de Chirbes, Diarios. A ratos perdidos (Anagrama), son una poderosa letanía de desesperanza, compensada por algo que no cabe sino llamar una fuerza interior y moral inquebrantables. Allí el autor de Crematorio anotó, de paso, una sugerente delimitación de la zona geográfica de esta clase de libros: “El destinatario de los cuadernos íntimos de un escritor es un ente confuso. Yo creo que los cuadernos íntimos son textos anfibios, que son y no son sólo para consumo de uno mismo”. De los tres, Chirbes es claramente el más incómodo consigo mismo y su lectura -acaso en parte por eso- es la que más se parece a una experiencia (lo que por cierto no les quita méritos de otra índole a Rejtman y a Uriarte)..
Con el desparpajo de no sentirse escritor, Iñaki Uriarte -honesto, frontal, jovial, jocoso, avispado- grafica bien que un diario también se lleva para ir en contra de uno mismo. Igual que Chirbes. Y, como Chirbes, Uriarte sabe contar sin vueltas cómo es como lector (la lectura una luz confiable cualquier día, cualquier semana, sobre todo en tiempos crepusculares y borrascosos). Y, como Chirbes, Uriarte es un maestro en restarse importancia. De hecho Uriarte se pasea alegremente en las páginas de sus Diarios (Editorial Pepitas de Calabaza) para perderse y reencontrarse: “A veces no soy como el que escribe estas páginas. Incluso me produce extrañeza su autor. Pero releo algo de lo que dice y ya puedo seguir hablando como él”.
El más escritor de los tres, si puede decirse así, Rafael Chirbes no pudo o supo apreciar sus propios libros lo suficiente. O es dable creer que no le fue dado el tiempo suficiente para que eso sucediera. Es el único de esta tríada que deja al lector con un ánimo tirando a entristecido, aunque en todo caso se trate de una tristeza resonante y vital. Se sabe que hay obras -literarias, artísticas, cinematográficas- que por su naturaleza se la hacen más difícil a su creador para que pueda dimensionarlas.
Clarin






