Sustentabilidad vs seguridad alimentaria. Un debate estéril.

En las últimas décadas se ha intensificado el debate centrado en el costo ambiental que implica darle de comer a los ahora más de nueve mil millones de personas, porque garantizar la seguridad alimentaria de una población que no cesa de crecer tiene ineludiblemente un efecto en el ambiente. Esta es una factura que se endosa al sector agropecuario, al que se le pide producir cada vez más, al mismo tiempo que se le exige contaminar cada vez menos.
Desde hace más de 10 mil años, para garantizar la producción de alimentos, la agricultura ha alterado necesariamente la ecología del mundo de diversas maneras, ya sea por la modificación de las especies vegetales de las que nos alimentamos, por la invasión de sistemas ecológicos en aras de ampliar la frontera agrícola y pecuaria y, desde la segunda mitad del siglo XX, por la introducción de agroquímicos que mejoran la productividad, pero cuyo uso indiscriminado contamina suelos y aguas.
Hoy entendemos que, para lograr una producción agropecuaria más eficiente, todas las plantas y animales domesticadas han tenido que ser manipuladas genéticamente por el ser humano, sea en forma empírica o desarrollando y aplicando conocimientos técnicos y científicos. También hoy sabemos que la productividad no depende tanto de la extensión de la frontera agrícola como de la introducción de procesos más eficientes y que muchos de estos procesos pueden sustituirse con buenas prácticas que disminuyan o eliminen los impactos negativos.
Hasta ahora, la humanidad ha logrado solventar la producción suficiente de alimentos (el acceso económico y social para todas las personas es otra historia), pero también debemos reconocer que el aumento de la demanda de alimentos pone en riesgo el frágil equilibrio entre productividad y sustentabilidad.
La mayor producción agropecuaria y la conservación de diversos ecosistemas no son objetivos excluyentes, para ello se debe reconocer que respetar áreas protegidas, salvaguardar bosques y selvas, evitar contaminar suelos, ríos y mares, al final son acciones necesarias para un desarrollo sustentable, es decir aquel que garantice la producción de alimentos en el presente y en el futuro, disminuyendo y, si es posible, eliminando el impacto negativo de las actividades agropecuarias en el ambiente, es decir, logrando el equilibrio necesario entre estos dos ámbitos.
Si este equilibrio se mantiene, podremos producir alimentos para la demanda actual y garantizaremos el abasto suficiente para las futuras generaciones. Si bien es cierto que esto solo es posible con la participación de todos los actores involucrados, también lo es que se debe partir de la acción del Estado, mediante las políticas públicas y, en su caso, marcos normativos y legales en materia ambiental y agrícola. De principio, las autoridades de ambos sectores deberían trabajar con absoluta coordinación, cambiando posiciones unilaterales por una visión compartida. Debemos reconocer que lo que existe hoy es una competencia imperfecta entre las instituciones encargadas de ambos temas.
Tampoco podemos ignorar las presiones que ejercen diferentes sectores de la sociedad. Por un lado, los grupos ambientalistas que abogan por detener la agricultura y la ganadería extensivas y la captura descontrolada de la pesca en los ríos y mares, así como las malas prácticas agrícolas, pero que en el extremo niegan los avances que permiten producir los alimentos que consume la población. Por el otro lado, están los productores, de todo tipo, que en toda la cadena productiva presionan para seguir ofertando una gran variedad de alimentos, y los consumidores, que también presionan para obtenerlos; vale decir, muchas veces, a costa de un desarrollo sustentable.
Ambas posiciones llevadas al extremo son irreales e insostenibles. De ahí la importancia de que las políticas públicas y las decisiones políticas estén orientadas a evitar que tales extremos se acentúen y buscar las posturas intermedias y sensatas que permitan el equilibrio entre dos objetivos: seguridad alimentaria y desarrollo sustentable.
La única actividad que, hasta ahora, permite trasformar los recursos naturales en alimentos es la agricultura. Para que ésta sea sostenible y, a la vez, más eficiente tendremos que introducir amplias mejoras en los sistemas productivos, que permitan producir más en los espacios ya habilitados para ello, conservando la salud de los suelos y utilizando menos agua por unidad producida, entre otras medidas. Para lograrlo tendremos que hacer uso de la ciencia aplicada a la agricultura.
Las innovaciones y desarrollos científicos han demostrado que podemos producir todos los alimentos que requerimos si hacemos uso de la caja de herramientas que hoy está a nuestro alcance y que es aún más necesaria en aquellos países con déficit de alimentos, como el nuestro.
Las buenas prácticas agrícolas tradicionales aplicadas por nuestros agricultores, sumadas a los avances que ofrecen la inteligencia artificial, la agricultura de precisión, la bioeconomía y la biotecnología, incluyendo la poderosa herramienta CRISPR-Cas, permitirán a la agricultura mexicana dar respuesta al reto que impone nuestra realidad: producir más para garantizar la seguridad alimentaria, manteniendo el equilibrio de los ecosistemas; este desafío es real, la disyuntiva de optar por un camino u otro, no lo es.
Para superar el reto, se requiere de una política que conlleve la aceptación y utilización regulada de los avances científico-tecnológicos, y que no sean obstaculizados por meras posiciones ideológicas, que se traducen en sobrerregulaciones o prohibiciones a herramientas que nos ayudarían a solventar nuestros problemas de dependencia alimentaria; por ejemplo, permitir el acceso a diversos avances en la biotecnología aplicada a la agricultura siguiendo los lineamientos de bioseguridad con los que ya cuenta el país.
Eleconomista