La termita de la corrupción

Según el diccionario, corrupto es el que se deja sobornar, pervertir o viciar. El verbo romper lleva un prefijo que indica “participación, en colaboración con otro”. Uno no corrompe si dos no quieren; sin corruptor no hay corrupto. Aquí la corrupción es sistémica, forma parte de una manera de hacer, no solo en política. El que paga o cobra en negro, el que altera la tasación de un piso o lo explota sin licencia, el que construye esperando una amnistía urbanística y se asegura generosamente de que los sancionadores miren a otro lado, los que se garantizan macroproyectos con mordidas, los que modifican las reglas a cambio de favores.
Lo peor de la corrupción no es que robe aprovechándose de los demás, sino su asimilación, que vuelve impracticable la vía legal porque el proceso es demasiado engorroso. Si siempre se ha hecho así, si todo el mundo lo hace así, ¿por qué voy a ser el tonto? Es como funciona y basta con que no te pillen. Es estructural, forma parte del sistema. Para hacer la trampa, necesitas que alguien te la acepte, tiene que haber un win-win.
Si siempre se ha hecho así, si todo el mundo lo hace así, ¿por qué voy a ser el tonto?Hay mucha literatura al respecto, novelas magníficas de Rafael Chirbes o Guillem Frontera, películas como El reino o B, que se quedan cortas al retratar la manera de proceder, en realidad mucho más descarada y chabacana. A eso hay que añadir las hemerotecas, rebosantes de casos que son la crónica vergonzosa del país; unos y otros se la reprochan en una guerra ridícula donde solo ven la corrupción en el ojo ajeno, y a la que los demás asistimos hartos, asqueados e impotentes.
Lee también El monstruo de la turistización Llucia Ramis
Al normalizarla, la corrupción erosiona los fundamentos de la confianza, daña la estructura de la democracia, deforma la imagen de las instituciones, y el conjunto entra en descomposición. Es como el nido de termitas que descubres cuando ya se han comido los cimientos de donde vives. Según una teoría nada científica, la casa tiende a aguantar. Es a lo que nos hemos acostumbrado. A veces alguien promete que fumigará (seguramente contratando a dedo). Pero no basta. Habría que restaurarlo todo. No tirarlo abajo para volver a construirlo, ojo, porque entonces nos quedaríamos sin techo y además ya sabemos qué pasa en este tipo de obras. Por otro lado, con cada nuevo crujido y cada nueva grieta, más urgente se vuelve salir corriendo de aquí.
lavanguardia