Como cada verano, regresan los cuadernos de vacaciones. ¿Pero quién los inventó?

Entre los clientes de Roger Magnard se encontraba Raymond Fabry. Este director de una importante librería y papelería, que abastecía principalmente a colegios católicos independientes de la región parisina, era también el editor de la librería "L'école des bons livres", ahora conocida como "L'école des loisirs". En su catálogo, Robert Magnard descubrió los cuadernillos de "Devoirs de Vacances", pequeños cuadernillos de formato reducido que imponían un sinfín de ejercicios impresos en letra pequeña para cada curso. Eran una auténtica tarea, austera y desagradable, y no incitaban a nadie a comprar nada.

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Una competencia
Roger Magnard tomó la idea e imaginó un producto más deseable, en un formato bastante grande, con una disposición aireada, grandes espacios para las respuestas, numerosas ilustraciones para colorear y, sobre todo, un recorrido divertido y opcional que permita tanto repasar lo esencial de lo aprendido durante el año, como anticipar ligeramente el siguiente nivel.
Los primeros cuadernos se publicaron en 1934. Se vendían únicamente en Creuse, donde vivía Roger Magnard, así como en los departamentos vecinos. El editor les añadió un toque personal: personajes infantiles, Loulou y Babette, inspirados en los primeros hijos de su matrimonio, Louis y Elizabeth, quienes contribuyeron al éxito de sus cuadernos entre los escolares. Para hacerlos aún más atractivos, colaboró con el profesorado y organizó un concurso. Al final del verano, los niños que devolvían los cuadernos de vacaciones más bonitos ganaban un premio.
Roger Magnard esperaba obtener beneficios de sus cuadernos con 6.000 o 7.000 ejemplares, de los cuales vendió 50.000. Desde el primer año, fue un verdadero éxito, lo que le permitió fundar Éditions Magnard en 1936. Durante la Segunda Guerra Mundial, el cuaderno de vacaciones sufrió la escasez de papel que afectó a todas las editoriales. Además, el editor fue citado por los servicios de censura del régimen de Vichy, y los cuadernos de Loulou y Babette fueron prohibidos: un ejercicio proponía colorear la bandera inglesa y otro consistía en recitar el poema «Libertad» de Paul Éluard.
La década de 1950 fue la época dorada del cuaderno de vacaciones Magnard. La editorial ofrecía grandes premios: bicicletas, un televisor... En 1956, el primer premio no fue otro que... ¡un coche, un Renault de 4 caballos! A partir de los años 70 y 80, la competencia empezó a surgir. El auge de los supermercados y luego de los hipermercados permitió a las grandes editoriales entrar en el mercado extraescolar y hacerse con el cuaderno de vacaciones. Éditions Magnard abandonó entonces la competencia, pero fue también durante esta época que Louis Magnard, hijo del fundador, elevó la empresa al nivel de las mayores editoriales escolares francesas, fundó su propia distribuidora (Dilisco) y posteriormente adquirió Éditions Vuibert.
SudOuest