Google, entre la apuesta por la IA y la presión de Bruselas

Lino Cattaruzzi mira la economía española como un organismo vivo que está a punto de cambiar de metabolismo. Desde la planta 21 de la sede de Google España en la madrileña Torre Picasso, el responsable en España del gigante tecnológico describe una transición que, a su juicio, es inevitable, aunque aún no plenamente entendida. “La inteligencia artificial [IA] puede aportar 120.000 millones de euros a la economía española entre 2024 y 2034”, afirma. “Es aproximadamente un 8% del PIB. Unos 12 millones de trabajadores verán cómo su productividad mejora de forma directa”. Descarta esa burbuja que algunos afirman que existe en torno a una tecnología que, para él, no es una herramienta más: es una palanca macroeconómica. Y también social: “Probablemente, la IA supone el cambio más espectacular que vamos a vivir en nuestras vidas”, afirma.
Esa cifra —120.000 millones— podría parecer una proyección optimista si no se entendiera de dónde procede. Cattaruzzi lo explica con una precisión casi quirúrgica: la mayor parte del impacto llegará por la vía de la productividad, el gran déficit de la economía española desde hace décadas. “Un empleado en España podría ganar hasta 175 horas al año gracias a la automatización de tareas repetitivas”, señala. Tareas que ocupan buena parte de las horas efectivas de trabajo: redactar documentos, ordenar información, resumir informes, preparar presentaciones. “Esas horas liberadas no son ahorro; son crecimiento”, dice, insistiendo en que la IA no resta, sino que desplaza tiempo hacia actividades con más valor añadido.
Esa capilaridad tecnológica encuentra en España un terreno peculiar. El país es, por estructura, un territorio pyme. Y en ese ecosistema, la IA ha funcionado como un igualador de capacidades. “El 72% de las pymes españolas ya usa IA en su publicidad digital”, recuerda Cattaruzzi. “Y cuatro de cada diez dicen que la IA les está ayudando a reducir costes”. Pero va más allá: donde la IA está desatando un efecto especialmente transformador es en la internacionalización. Antes, exportar requería recursos, tiempo y complejas adaptaciones de contenido. Hoy basta una instrucción bien diseñada. “Una pyme de una región pequeña puede traducir su web, adaptar sus imágenes o personalizar campañas para cada mercado. Puede vender en toda Europa o Latinoamérica en cuestión de días”. En un país donde el tamaño medio empresarial es reducido, esta capacidad de escalar hacia fuera tiene un peso económico innegable.
Pero la ecuación que dibuja Cattaruzzi no es solo tecnológica. Tiene dos vértices adicionales que, desde su punto de vista, serán determinantes para que España capture el potencial de la IA: regulación y talento. Sobre la primera, es pragmático y no quiere entrar en el largo y oneroso desencuentro con Bruselas en materia de competencia o protección de datos. Pese a que el diseño legislativo en marcha busca limitar el poder de los gatekeepers como Google, se limita a señalar: “Europa necesita una regulación clara, simple y orientada a la innovación”.
En este enjambre regulatorio en plena definición y solo un par de días después de la entrevista con EL PAÍS, Bruselas anunció la apertura de una nueva investigación sobre una supuesta práctica anticompetitiva en uno de los sectores más afectados por la integración de herramientas de IA en su buscador: los medios de comunicación. Bruselas quiere aclarar si el gigante pudiera estar abusando de su posición de dominio al no ofrecer una compensación “adecuada” a los creadores de contenido o al no darles la opción de negarse a que su material sea utilizado para este fin. Preguntado por este periódico, Cattaruzzi no quiso evaluar la investigación. Desde el entorno del buscador, la posición oficial es que la medida “corre el riesgo de frenar la innovación en un mercado más competitivo que nunca” y que la compañía seguirá trabajando “estrechamente con las industrias creativas y de noticias en su transición hacia la era de la IA”.
Sobre el talento, la otra mitad de la ecuación, Cattaruzzi repite que la tecnología, por sí sola, no genera impacto. Lo genera la capacidad de usarla. “Por eso nos hemos comprometido a formar a un millón de personas en España antes de 2027 en competencias de IA”. No se refiere solo a programadores o perfiles técnicos; incluye a directivos, gestores públicos, profesionales de sectores tradicionales y jóvenes y estudiantes. “Si no resolvemos la brecha de habilidades, España podría quedar en una situación paradójica: acceso a modelos avanzados sin capacidad para explotarlos”.
Al preguntarle por el miedo a perder el empleo, un fantasma que acompaña cada ola de automatización, su respuesta se apoya en evidencia. “Hace años un gran medio estadounidense pronosticó que la IA acabaría con los radiólogos por el auge de herramientas de imágenes para diagnóstico médico. La realidad, hoy por hoy, es la contraria. Faltan radiólogos porque tenemos mucha más información para hacer diagnósticos más profundos”. Lo atribuye a un fenómeno que la economía laboral conoce bien: la IA no sustituye toda una profesión, sino tareas concretas, las más mecánicas. Es un desplazamiento interno, no una eliminación. “En la sanidad pública, un médico dedica el 25% del tiempo a tareas administrativas. Con IA, ese tiempo se reduce, pero no para prescindir de médicos, sino para que puedan dedicarlo al paciente”. El mensaje final es claro: “La IA no reduce empleo; eleva el valor del trabajo”.
Más beneficiosEn 2024, Google España logró unos ingresos de 328,5 millones de euros, según las cuentas del Registro Mercantil, un 13,1% más, y elevó un 42,7% su beneficio neto, situándolo en 78,5 millones. Cattaruzzi identifica 2026 como un punto de inflexión. “Vamos a ver una adopción mucho más rápida en áreas con impacto directo en márgenes: logística, comercialización, marketing, atención al cliente”. Pero destaca un elemento especialmente disruptivo: la llegada de los agentes de IA, sistemas capaces de ejecutar tareas complejas de principio a fin tras analizar autónomamente el entorno antes de tomar decisiones o realizar tareas que cumplan objetivos predeterminados sin apenas intervención humana.
España, añade, no se limita a consumir tecnología. “Hay innovación real”, dice, y menciona tres ejemplos: Freepik, un sitio de imagen y sonido que exporta contenidos visuales de alta calidad desde Málaga; Idoven, que ha reducido diagnósticos cardiológicos de ocho horas a ocho minutos gracias al uso de algoritmos en la nube; o el CSIC, que desarrolla modelos abiertos para salud, terapias digitales y enfermedades tropicales apoyado en IA. Son señales de un ecosistema que empieza a generar valor tecnológico propio.
Cattaruzzi resume su visión en una frase que funciona como tesis económica y como guía estratégica: “España ya es una potencia en turismo, banca y servicios. La IA puede elevar su competitividad, aumentar su capacidad exportadora y fortalecer su productividad. Si unimos formación, regulación adecuada y tecnología de vanguardia, el país puede capturar buena parte del crecimiento global de esta década”.
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