Competitividad: entre lo urgente y lo cotidiano / Columna de Ana Fernanda Maiguashca

2025 ha sido un año marcado por una profunda volatibilidad política y económica a nivel global. Los conflictos internacionales en curso, la polarización geopolítica y la escalada proteccionista en el comercio mundial han truncado de alguna manera las incipientes tendencias de recuperación económica en el periodo postpandemia.
De acuerdo con el más reciente World Economic Outlook del FMI (2025), las expectativas de crecimiento de la economía global se ubican en 2,8% para este año; 0,5 puntos porcentuales menos frente a lo previsto en el mes de enero. La OMC (2025) estima que fruto de las medidas comerciales impuestas por Estados Unidos el comercio global se reduzca en cerca de 0,2 % durante 2025.
El país no se enfrenta a esta coyuntura con una particular fortaleza en términos de competitividad. El índice que hoy nos permite comparar de forma integral factores de competitividad con el mundo es el Índice de Competitividad Mundial, elaborado por el IMD desde hace 37 años. En este Colombia se ubica en el puesto 54 entre 69 países en 2025, registrando una puntuación de 49,66 en una escala entre 0 y 100.
El país se ubica en la tercera posición entre los países de América Latina, después de Chile (puesto 42) y Puerto Rico (45), y por delante de México (55), Brasil (58), Perú (60), Argentina (62) y Venezuela (69), únicos países de la región evaluados en la medición.
En este índice se reflejan algunos de los síntomas de aquellos temas en los que históricamente vemos nuestras debilidades. En el pilar de Eficiencia gubernamental, y en particular en los componentes de Marco institucional, Legislación para los negocios y Marco social, ocupamos los puestos 59, 60 y 67, respectivamente.
En el factor de Eficiencia empresarial, sus mayores retos se concentran en los pilares de Productividad y eficiencia (puesto 60) y Finanzas (63), mientras que, en el factor de Infraestructura, estos se observan en los pilares de Infraestructura científica y Educación, en los que se ubica en la posición 59.
Cuando dejamos de compararnos con el mundo y miramos nuestros indicadores regionales de competitividad, el panorama tiene la misma naturaleza: una pluralidad de síntomas que reflejan enormes retos y grandes brechas entre nuestras regiones. El CPC en alianza con la Universidad del Rosario elabora el Índice Departamental de Competitividad (IDC); una medición que ilustra este fenómeno para los 32 departamentos de Colombia y la ciudad de Bogotá, a través de 98 indicadores. Al examinar los datos del IDC de los últimos 7 años nos encontramos que la calificación promedio de los 13 pilares que medimos es de 4,7 ―en una escala entre 0 y 10― para los 33 territorios evaluados.

Vista de gran angular de Bogotá, capital de Colombia. Foto:iStock
Adicionalmente, encontramos que mientras la región mejor calificada en 2025, Bogotá, con un puntaje de 8,1, el departamento con el desempeño más bajo, Vichada, apenas llega a 2,5. En pilares como innovación, la brecha no se da únicamente frente al último del ranking, sino incluso entre el primero y el segundo: Bogotá registra un puntaje de 7,4, mientras que Antioquia obtiene 5,3, lo que representa una diferencia de 2,1 puntos. En total, 21 departamentos tienen calificaciones iguales o inferiores a 3 sobre 10 en este pilar.
Tal vez vale la pena destacar que uno de los resultados más relevantes de la edición 2025 es el avance registrado por todos los departamentos del país en términos de competitividad entre 2019 y 2025. Los 33 territorios evaluados presentaron un aumento en su puntaje general en comparación con lo observado hace siete años.
En cuanto a las áreas que evalúa el IDC, las mayores disparidades entre los departamentos se presentaron en temas relacionados con la adopción de las TIC, el sistema financiero, la sofisticación y diversificación, y la innovación. En estos casos, la diferencia entre el mejor y el peor desempeño fue superior a 7,5 puntos en una escala entre 0 y 10. Entre los indicadores con mayores brechas se destacan: ancho de banda de internet fijo, cuentas de ahorro, diversificación de la canasta exportadora e investigadores per cápita.
La disparidad en capacidades resulta en estrategias competitivas diferenciadas, lo cual resulta alentador en términos de diversificación de productos y de apuestas innovadoras. Alrededor del 20 % del PIB manufacturero nacional se genera en la región de Antioquia y eje cafetero, mientras que, cerca del 50 % del PIB minero se produce en los Llanos y la Orinoquía. En lo que respecta al empleo, alrededor del 20 % de la población ocupada en la región central trabaja en el sector de servicios sociales, comunales y personales, mientras que, más de un tercio de la población ocupada en la Amazonía se emplea en el sector agropecuario. Sin embargo, estas estrategias no tienen resultados tales que permitan cerrar las brechas sociales entre los diferentes departamentos.
En 2024, si bien el 5,4 % de la población de Bogotá estuvo bajo condición de pobreza multidimensional, en contraste, en el departamento de Vichada esta proporción alcanzó al 70,2 % (DANE, 2025). La densidad poblacional de Bogotá es evidentemente muy superior a la de todo el Vichada, pero este tipo de resultados ilustra cómo una parte importante del territorio no ofrece salidas a la pobreza para sus habitantes.
La ausencia de ciertas capacidades en el país y la marcada diferencia entre las regiones del país nos impide aumentar la productividad de nuestra economía. Si no logramos que nuestros esfuerzos sean más productivos vamos a continuar sin generar los ingresos que una sociedad de las características de la colombiana necesita para superar la pobreza y entrar en una dinámica de crecimiento suficiente y sostenible. El desempeño del país en materia de productividad ha sido históricamente bajo. El aporte de la productividad total de los factores al crecimiento económico en los últimos 20 años ha sido de -0,2 %. El crecimiento que exhibimos durante este período de tiempo provino de la inversión en activos de capital y en la fuerza laboral que se expandió.

Ana Fernanda Maiguashca, presidenta del Consejo Privado de Competitividad. Foto:Asobancaria
Sin embargo, estos factores no ofrecen un panorama alentador en la coyuntura presente. En el caso de la inversión, su participación en el PIB logró un nivel máximo en la historia reciente de 23 % entre 2014 y 2015 ¬―antes de la caída mundial en los precios del petróleo―. Después de entonces, este rubro ha caído a niveles cercanos al 17 % en 2024.
Por su parte, la transición demográfica está ocurriendo a una tasa más acelerada que la prevista originalmente por proyecciones de las Naciones Unidas o del DANE. Según estimaciones de esta última entidad, la población colombiana iniciaría su decrecimiento en el año 2052. En algunos ejercicios realizados por el Banco de la República se ilustra que podría ser el caso que, sumando el impacto de la emigración y de la reciente desaceleración en la tasa de natalidad, el decrecimiento haya iniciado desde el año 2022 (Banrep, 2025).
En particular este fenómeno hace que sea crucial contar con una estrategia que nos permita atraer mayores niveles de inversión y aumentar la productividad de los factores. Ahora bien, muchas veces cuando hacemos este tipo de análisis es fácil caer en uno de dos extremos: uno que tiende a sobre simplificar el problema y escoger una bala de plata que resolverá todos los problemas, y otro que, al ver la complejidad del problema de avanzar en diversos frentes a la vez y sobre todo de aceptar que muchas de las apuestas sólo ofrecen retornos en el largo plazo, optan por la parálisis. Ninguno de esos dos extremos nos ofrece salidas.
Podemos en cambio pensar en algunas palancas que podríamos utilizar si nos damos el chance de salir de la caja y hacer apuestas audaces que nos permitan abrir caminos de progreso. Estas no son ni las únicas relevantes ni las únicas posibles, son una forma de ilustrar que tendríamos que ser capaces de hacer un acuerdo mínimo que nos genere resultados que a su vez generen el entusiasmo por la transformación.
Dado que es urgente recuperar y superar los niveles actuales de inversión como porcentaje del PIB, es necesario reflexionar sobre los grandes frentes de movilización de capital que han impulsado la economía en el pasado. El sector minero-energético y el de infraestructura son dos ejemplos clave. Asimismo, debemos considerar las condiciones transversales que faciliten mayores apuestas de creación de capital en el país.
Las señales de exploración en el frente minero-energético tanto para gas como para petróleo son fundamentales. Igualmente lo es la señal de una senda de ajuste fiscal creíble que reduzca el costo del capital para todos los proyectos. Finalmente es necesario pensar en una sustitución de fuentes tributarias que busquen recursos en impuestos al consumo y no a la inversión de capital.
El potencial energético a su vez debe despegar y por lo tanto tendremos que diseñar un plan de choque que destrabe el proceso de licenciamiento para la generación, conexión y transmisión de diversas fuentes de energía. Finalmente, debemos dar vía libre a más iniciativas privadas dentro del esquema de asociaciones público-privadas para jalonar el sector de infraestructura de transporte.
En el sector educativo, es posible promover una mayor formación vocacional desde la educación media, permitiendo que los jóvenes se vinculen a oficios en el marco de sus instituciones educativas. Hoy en día enfrentamos altos niveles de deserción en esta población; el reto está en lograr que puedan generar algún tipo de ingreso y fortalecer su capital humano sin abandonar el sistema educativo.

Pymes Foto:MinCit
En el frente laboral tenemos que generar un espacio de flexibilidad para que personas que tienen disponibilidad parcial de horas de trabajo puedan realizar aportes a la seguridad social. En cuanto al costo de la formalidad debemos empujarnos a pensar soluciones audaces: tenemos que permitir que ciertos andamiajes como el del registro mercantil y las cajas de compensación busquen un esquema de financiación que no recaiga sobre la formalidad de la parte más vulnerable de la cadena productiva.
Finalmente necesitamos de un sector productivo que se reúna en torno a proyectos productivos para buscar motores privados de desarrollo en tanto se logra que la política pública los acompañe. Hoy día ya existen grupos trabajando en el frente de nearshoring, construcción, producción alimentaria, energía e inclusión financiera. En la medida en que todos asumamos el compromiso de pensar e impulsar soluciones menos convencionales que las adoptadas hasta ahora, podremos abrir nuevas oportunidades para quienes han encontrado en otras economías una vía para romper sus ciclos de pobreza. Este es un camino que tenemos que recorrer juntos como sociedad, en el que tenemos que ser más creativos y flexibles puesto que las condiciones que nos impone el mundo nos van quitando espacio para seguir atados a nuestro modelo tradicional de progreso gradual.
Visite la página web del Consejo Privado de Competitividad: www.compite.com.co.
*Ana Fernanda Maiguashca, presidenta del Consejo Privado de Competitividad.
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