Primero inventamos el verano, luego llegó el Mundial: Xabi echa abajo el viejo Madrid
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En España pasó algo importante en los años 60. Hubo un ministro gallego que se inventó el verano. Primero fue un eslogan: Spain is different, necesario para atraer turistas incautos a la trampa del sol. Tras ese eslogan llegó un cine popular que cambiaría la forma en que el español se miraba a sí mismo. Lo que comúnmente se designa como imaginario colectivo. España pasó de ser un país severo con ocasionales explosiones de genio artístico, a un país hedonista en el que todas las energías se quemaban en el altar del verano y de la fiesta popular, algo que en los 80 mutó al “salir de copas” como esencia absoluta y un tanto totalitaria del alma de la nación.
Seguimos ahí. No se sabe si el sol es más o menos abrasador que antes. Pero ya nadie recuerda lo que había antes. Ahora en verano todo se para. La realidad está consumida por una ligereza impuesta desde las altas esferas. No hay escapatoria.
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Hasta este año. Un invento tan importante como aquel de Fraga Iribarne ha conseguido que la turra inmisericorde de la playa y la sangría quede en un segundo plano.
Ese invento es el Mundial de Clubes.
Se jugaban unos cuartos de final entre dos equipos cuyo enfrentamiento es ya un clásico: el Borussia Dortmund y el Real Madrid.
Las gradas estaban llenas. El color blanco abrumaba al amarillo. El fútbol en EEUU es patrimonio de los hispanos y va por el camino de convertirse en algo parecido en cuanto a identidad de lo que es el baloncesto para los afroamericanos. Los hispanos consumen de primera mano el fútbol español y, a través de él, se hacen a la Copa de Europa.
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Es el Real Madrid el club más seguido y es el Barça el segundo a cierta distancia. Todo lo que no sea esa dialéctica ibérica, apenas existe para el hincha estadounidense de origen latino. El Madrid les permite soñar a lo grande, comulgar con una comunidad abierta y generosa donde lo único que se les pide es vestir de blanco, conocer la historia de la entidad y enervarse con las andanadas antimadridistas.
La verdadera hispanidad está ahí, en el fútbol, y ese es un poder que ningún gobierno se ha atrevido a explorar.
En el otro lado se hallaría el Athletic Club. Un equipo que, desde el origen del fútbol en España se concibió como un guardián de la raza vasca. El Real se creó para todo lo contrario: "Fichen a los mejores, allá donde estén”; decía Hernández Coronado, y quizás por eso, Athletic y Madrid, se han llevado históricamente muy bien, porque se saben opuestos y, por tanto, complementarios.
El caso NicoEl asunto de la raza ya no es lo que era, todo está desdibujado, pero a los hinchas del Bilbao (así se llama al Athletic en el resto del “estado”, y también lo hace Simeone, por cierto) les sigue emocionando ver a un jugador de los suyos con apellidos eusquéricos, que conservan el misterio de lo antiquísimo, de lo no polucionado.
Todo es extraño, mágico y sentimental en el País Vasco, y también el asunto de Nico Williams al que se lo quieren llevar a otro club del fútbol estatal. Para los que no conozcan la antigua lengua vasca, fútbol estatal equivale a fútbol español, y estado equivale a nación. Son pequeñas variaciones en la diversidad infinita de nuestro país.
Nico es bueno, incluso muy bueno, y cuando los jugadores se perciben a sí mismos como cracks, quieren volar lo más alto posible en un escaparate que les permita lucirse con los más grandes y acceder al paraíso de la Champions League. El Athletic da un jugador de estos cada 15 años. En los 90 fue Julen Guerrero y 15 años más tarde llegó Muniain. Ambos fueron tentados por clubs grandes, Julen, que fue el primer media punta llegador moderno, estuvo a un centímetro del Real Madrid. Y los dos renunciaron a esa gloria —que les susurraban, iba a ser efímera— para quedarse en la eternidad que es la intrahistoria sentimental de un equipo.
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Se quedaron en la comodidad del clan, del abrazo cariñoso y del relato sentimental. Algo hermoso, pero que nunca sale bien. Los jugadores de élite necesitan estímulos continuamente para no bajar niveles en el deporte más cruel y competitivo que existe. Necesitan luchar por títulos, estar rodeados por los mejores en el día a día y subir escalones en la jerarquía de las leyendas, donde ellos se miran de reojo, y donde sueñan desde niños con estar.
Para comprobar cuál es la mentalidad de un gran futbolista sólo tienen ustedes que ver esos vídeos donde se comparan unos jugadores con otros y el crack escoge entre ellos. Se lo toman con una seriedad asombrosa, prueba de que han pasado media vida barajando en qué lugar de la élite se encuentran.
Julen y Muniain se quedaron en su club e inmediatamente su rendimiento decayó hasta la parodia. Se deprimieron y, a partir de ahí, su vida en el Athletic se convirtió en una pequeña tortura. Esos jugadores deben partir, y luego, quizás en su última etapa, volver. Un depredador no puede caminar entre herbívoros sin que sus colmillos se vuelvan de cartón.
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Una hinchada tiene derecho a volverle la espalda a un jugador que se va a otro equipo. Un club tiene derecho a no negociar, a exigir el pago de la cláusula. Pero nadie tiene derecho al chantaje sentimental, eso rompe el vínculo del fútbol con la vida por pura abrasión. Todos esos relatos maravillosos de los Williams llegando a nado a la tierra de promisión que es el Athletic tienen un reverso oscuro: controlar la libertad del jugador, dejarles claro que todo lo que son, se lo deben al club vasco, y que no hay cosa peor que ser un desagradecido.
El Borussia-Real Madrid fue otro paso en la construcción del nuevo Madrid de Xabi Alonso, que es también la destrucción del viejo Madrid de Carlo Ancelotti. Con el italiano, los partidos decisivos se comenzaban con las manos en los bolsillos hasta que algún jugador silbaba una melodía reconocible. Durante muchos minutos el Madrid estaba a merced de los rivales y sólo al final las piezas encajaban y sobre el césped surgían esas catedrales luminosas y terribles pero efímeras. En esas ráfagas de fútbol estaba contenida la enciclopedia del deporte mismo y, tras ello, quedaba competir con todo lo que se tenía.
El Madrid de Xabi es capaz de mantener un nivel muy alto durante muchos minutos. En este caso durante todo el primer tiempo. No eran acciones sublimes, aunque siempre había algún gesto técnico fuera de la norma que abría las puertas del área. En general, fue suficiente con la precisión de los jugadores interiores y la movilidad de Fran García, para desarmar la defensa del Dortmund. Y entre Tchouaméni, Fede, Huijsen y la presión del resto, los alemanes apenas se asomaron al área blanca.
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Y de repente, en los últimos 5 minutos del partido: el desplome. Xabi utiliza siempre el mismo 11 para que los automatismos suelden más rápido pero la segunda unidad sigue todavía en las miasmas del último año de Ancelotti. Ceballos y Modric parecen venir del cine mudo y el resto apenas cuenta para el tolosarra.
Xabi ha convertido a Tchouaméni en la viga maestra de su equipo y cuando el francés falta (salió en el minuto 85), el hueco que deja en el medio, es enorme. En la última jugada del partido, se descubrió el óxido en las articulaciones de Rüdiger. Ya no puede correr. El desgaste de sus meniscos, como el de las pensiones, ha entrado en una fase irreversible. Su compañero, Huijsen, había hecho un encuentro impoluto como si el partido ya se hubiera jugado en su cabeza, hasta esa última ocasión funesta donde hizo todo lo que se puede hacer mal. Penalti, roja y expulsión. 19 años y una inocencia a cuestas que en Champions podría costar la eliminación.
El rol de Güler en la base de la jugada ha liberado completamente a Valverde. El uruguayo no quiere estar anclado ni quiere la responsabilidad de dar el primer pase. Él es otra cosa. Entre Güler y Tchouamení hacen de pivote, un cometido que antaño correspondía a una sola persona, aunque a ratos se permitía cierta duplicidad: Casemiro dirigía las acciones de demolición mientras Kroos daba el primer pase que asombraba al mundo. Por otro lado, Redondo mandaba sobre el cielo y la tierra en una soledad que le convenía a su carácter heroico.
Ninguna de estas tareas le gustan a Fede. Ni el primer pase, ni esa responsabilidad de pensar la jugada ni ser el tapón del adversario. Una vez liberado física y mentalmente, Valverde se convierte en el mejor mediocampista del mundo. Todo lo mejora, todo lo corta, es el comodín del entrenador, quien calafatea los agujeros del barco y el que asalta sin miramientos la cámara secreta.
Vinicius es un interrogante abierto. Parece estar redefiniendo su juego a la vez que Xabi le confiere un nuevo papel. El brasileño nunca volverá a tener 30 carreras por partido de esas entre lo fantástico y lo real; su juego por dentro, le da sitio y espacio a Bellingham y a Gonzalo, pero algo entre su pensamiento y la acción se ha atrofiado.
En su última gran temporada, su jugada más aclamada fue aquella en la que Kroos le marca el camino con un gesto y él define a la velocidad del pensamiento. Pequeños y velocísimos desmarques y el juego infinito de su cintura. Vinicius no parece ya disfrutar de las carreras por la banda hacia la locura. Tampoco de las contras, que nunca se le dieron bien, y ahora terminan siempre en frustración. Por el medio, su superioridad física se mantiene intacta, pero su imaginación se ha evaporado. Quizás sea solo la resaca de la temporada o puede que esté pensando de más en un momento de crisis.
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Y quedan los goles. Uno lo marcó Gonzalo: limpio y sencillo, como es él, a medias entre Morientes y Van Nistelrooy. Otro fue de Fran García en una jugada digna del fútbol actual donde todos tocan la cuerda y es el lateral quien entra desde segunda línea. En el último, Mbappé hizo de figura, por el escorzo y la facilidad. También estuvo Güler asistiendo, con esa zurda que sin ser poética es exacta y ve cosas que los demás ni siquiera intuimos.
El Confidencial