El Barça recuerda al mundo que el fútbol debe ser divertido

En algún momento divertirse con el fútbol se ha convertido en un pecado, una cosa de piperos, no hemos venido a esta vida a disfrutar. Es consecuencia del postureo identitario y bastante tóxico que mueve las redes sociales y, también, una excusa cómoda cuando tu equipo es un peñazo. No importa pasarlo bien y el resultado, sólo cuando ganas. Si palmas, lo que importa es que nosotros somos diferentes, pese a que está comprobado que todas las aficiones son iguales. ¿Saben cómo lo sé? Porque absolutamente todas presumen de no ser como el resto. No falla una.
Pensaba en esto mientras era feliz viendo al Barça ganar la Liga contra el Madrid y perder la Champions frente al Inter. No por el resultado -que en el primer caso también, no les voy a mentir- sino porque fueron partidos memorables. Resulta que me gusta el fútbol y lo había olvidado. Lo hemos olvidado muchos. El equipo de autor de Hansi Flick no es el mejor que he visto, pero sí el más divertido. Y la diversión es lo que nos llevó al fútbol antes de que las miserias adultas nos hicieran mezquinos.
Como debí ser asesino en serie en otra vida y el karma me lo está devolviendo, vi el clásico con 14 niños de 11 años invadiendo mi salón. Estuvieron todo el partido gritando, celebrando los goles en la cara de los otros y riéndose. Se lo pasaron en grande. Al acabar, se felicitaron o se dieron ánimos y siguieron destrozándome la casa en amor y compañía, mientras yo hacía cortes de mangas virtuales a mis amigos madridistas. La enfermedad no viene de serie, la pillamos a base de zascas y memes.
Los apóstoles del fútbol como religión y no como juego me dirán que me divierte tanto porque no soy del Barça, que es una aberración recibir siete goles en una semifinal de Champions y que si fuera culé me pasaría los partidos al borde del ictus. Esto último es probable, pero no había visto al barcelonismo tan orgulloso de su equipo desde Pep Guardiola. Y me da envidia.
Me da envidia que vayan al campo sabiendo que todo puede suceder, que un 0-2 no es nada, que el fútbol se juega a ganar sin miedo a perder, que la risa de los malditos niños es un indicador de felicidad al que aspirar y mi hija sufre como una bellaca para llegar sin dormirse al minuto 60 cuando ve al Atleti. Ganar es de horteras, pero divertirse... Divertirse es lo único realmente importante del fútbol. O debería.
elmundo