Un drama inédito de Luis Rosales revela su tormento por no haber podido salvar a Lorca

En 1946, apenas una década después del asesinato de Federico García Lorca, su amigo Luis Rosales, que lo escondió en su casa los últimos días de su vida, escribió una obra de teatro que nunca publicó. Durante casi ochenta años permaneció oculta, hasta ahora que la profesora de la Universidad de Barcelona Noemí Montetes-Mairal la ha encontrado por azar en el Archivo Histórico Nacional. El manuscrito lleva también la firma Alfonso Moreno, pero como explica la profesora “puede afirmarse sin lugar a dudas que la inmensa mayoría de las ideas que jalonan la obra proceden de Rosales”. Se titula ¿Por qué?, y no solo amplía la obra conocida del poeta, sino que añade un elemento perturbador a una historia atravesada por las contradicciones y el silencio: la relación de los Rosales con la muerte de Lorca, una de las heridas más profundas y persistentes de la historia reciente de España.
En un pasaje de la trama, un personaje, de nombre Luis y que el propio Rosales dota de rasgos biográficos inequívocamente afines a él —un hombre de una familia burguesa con conexiones en las altas esferas—, dice estas demoledoras palabras: “... no puedo proceder de otra manera. Un deber de conciencia me obliga a ello. Nunca lo dije a nadie, pero hay algo en mi vida que necesita esta reparación. (Recordando). Hace ya muchos años. Era yo joven y pertenecía en mi país a un club revolucionario. Era entonces la moda. En los días de la revolución... yo delaté a un hombre, al General Krodar, que se encontraba refugiado en mi casa. Le costó la vida. Yo creí que era una obligación de justicia revolucionaria, pero desde entonces su recuerdo ha perturbado mi conciencia. Me repetía continuamente la palabra infamante: ¡Eres un delator! ¡Eres un delator!”.
El texto, incluido en la escena III del primer acto, es tan explícito que, sabiendo que Lorca fue detenido en el hogar de los Rosales en agosto de 1936, poco antes de su asesinato, es imposible no relacionarlo directamente con ello. Además de la clara autorreferencia, que Rosales acostumbraba a practicar en su obra, el nombre de la persona delatada, Krodar, tampoco parece ser casual, con las mismas vocales que Lorca y dos consonantes coincidentes. “Esto es un bombazo. Claro, te encuentras con esto y te quedas frío”, reconoce Montetes-Mairal, que halló el texto mientras buceaba en documentos para escribir un artículo sobre Dionisio Ridruejo. Pero sin dejar que la tensión se eleve demasiado, pronto llama a la calma: “Cualquiera podría entender que Rosales, en ese fragmento, está delatándose, pero es imposible, hay que entender bien esto, hay que conocer mucho al autor y haberse metido en su piel para entender por qué escribió una cosa así”.

Intentemos eso. Según explica la profesora, el fragmento no implica una delación real por parte de Luis Rosales —una idea que la historiografía ha desmentido hasta ahora—, sino que revela el atormentado estado de ánimo del poeta, consumido por la culpa de haber sobrevivido. Montetes-Mairal descarta la incriminación real porque “todas las pruebas, todas las evidencias lo niegan”. Todas las versiones aceptadas por los expertos coinciden en que Rosales no delató a Lorca. Lo que también está documentado, explica Montetes-Mairal, es que fue debido a un consejo de la familia Rosales, con Luis probablemente como el máximo responsable de la decisión, por lo que Lorca acabó refugiado en su casa, la opción preferida también por el propio poeta, que tenía alguna alternativa adicional —como alojarse en la casa de Manuel de Falla—. Los Rosales ya habían amparado en su hogar a otras personas vinculadas a la República antes que a Lorca, asumiendo un riesgo que en esos momentos podía implicar una “sentencia de muerte”.
A Rosales la historia oficialmente aceptada —que no deja de ser evasiva—, lejos de perjudicarle, le favorece. Él y sus hermanos Miguel y José, según defiende la profesora, fueron quienes más defendieron y trataron de salvar al poeta. De los cinco hermanos varones Rosales, solo Antonio y José eran “camisas viejas” de Falange —José, de hecho, era el falangista más importante de los cinco—, mientras que Luis y Gerardo, los artistas, eran los menos politizados. Miguel, Luis y José acudieron al Gobierno Civil de Granada tras la detención de Lorca, intentando desesperadamente liberarlo. No lo lograron. José Rosales incluso se atrevió a encañonar al comandante José Valdés, exigiendo una explicación. Luis Rosales, por su parte, fue objeto de un proceso judicial. Como indican “los numerosos estudiosos que han investigado las oscuras circunstancias que envolvieron la muerte del poeta”, el escritor tuvo que elaborar un pliego de descargo para salvar no solo su propia vida, sino salvaguardar también las de los miembros de su familia. Tras su proceso, en vez de matarlo o encarcelarlo, Luis fue condenado a pagar una multa muy elevada que acabó abonando su padre, Miguel Rosales Vallecillos.
¿Por qué entonces Luis Rosales escribe una obra en la que parece incriminarse cuando en realidad estuvo cerca de correr la misma suerte que su amigo? ¿Puede esto cambiar la versión reconocida de los hechos? “Pensemos que Luis Rosales escribió ese texto, y nunca lo quiso destruir. Si fuera realmente culpable, jamás lo hubiera escrito. Si no hubiera tenido nada que ver con su muerte, tampoco”, responde Montetes-Mairal. La obra es solo “la evidencia de la carcoma incansable de la culpa, que le roía entonces y le roería siempre, pese a su innegable inocencia, porque él estaba vivo, mientras que Lorca había muerto. Es la culpa del superviviente, del que cree que debería haber hecho más. Y se castiga incansablemente por ello”.

La tesis la comparte el historiador Ian Gibson, que encuentra en el texto “un descubrimiento importantísimo”. Pocas voces como la suya, biógrafo fundamental de Federico García Lorca, tienen tanta autoridad en lo que respecta a la vida del poeta. Gibson conoció bien a Rosales y siempre tuvo una esperanza: “Yo siempre le achacaba o le decía: ‘Luis, yo espero que tú hayas escrito tu versión de los hechos, de tu puño y letra, y que no solo te hayas limitado a hablar con rojos extranjeros como yo”, confiesa. La aparición de esta obra, por tanto, se presenta como la posible respuesta a esa constante invitación al poeta a dejar su testimonio personal para la posteridad. Aunque el hispanista aún no ha tenido acceso al texto completo de la obra, la descripción del pasaje clave le resulta inequívoca: “La alusión es obvia, ¿no?”. Pero piensa lo mismo que Montetes-Mairal y señala, como lleva años haciéndolo, a Ramón Ruiz Alonso —quien denunció a Lorca— como el verdadero “malo” de la historia. A Rosales lo exime de responsabilidad directa. “Además, conviene recordar que fue Lorca quien le pidió asilo”, dice.
La cuestión de la delación del paradero del poeta ha sido objeto de estudio durante años. Se ha llegado a sostener que pudo ser su hermano Antonio Rosales, o incluso el mayor, Miguel, ambos contrarios a la decisión de alojar a Lorca, algo que la familia ha negado. La tesis más extendida, sin embargo, es que quien delató el paradero del poeta fue su propia hermana, Concha García Lorca, cuando el 15 de agosto un escuadrón violento se presentó en la Huerta de San Vicente para detener al poeta y, al no dar con él, decidió llevarse a su padre. En última instancia, subraya Montetes-Mairal, “el que fuera Antonio, Miguel, Concha —o quién sabe—, en realidad no importa tanto como el hecho central que da pie a la escritura de ese párrafo tan sorprendente en el que su autor parece incriminarse: que Luis Rosales creía no haber hecho lo suficiente para evitar la delación, para evitar la detención, para evitar la muerte de su amigo”. La muerte de Lorca, como afirmó Rosales en más de una ocasión, fue el acontecimiento más determinante de su vida. Por eso Montetes-Mairal, cuando leyó la obra, quedó “completamente apabullada”, al igual que el propio hijo del poeta, Luis Rosales, cuando se la dio a conocer ella misma. Rosales ha preferido no hacer más comentarios a este diario.
Gibson ahonda en el contexto de aquella Granada de julio de 1936. Lorca, ya amenazado y desesperado, buscó refugio en la casa de los Rosales, una familia influyente pero dividida. “Tener a Federico en casa suponía un riesgo”, explica, recordando cómo algunos hermanos, como Antonio, un “fanático exacerbado” de la Falange, no querían a Lorca allí. La casa familiar, además, estaba peligrosamente cerca del Gobierno Civil, donde se organizaba la represión. Cuando lo descubren, Ruiz Alonso, entonces rival de los Rosales en la Falange, aprovecha para “machacar” a sus rivales políticos y acusar a los Rosales de proteger a un “rojo”. “Fue una fatalidad, es como una tragedia griega”, sentencia Gibson, quien ha documentado minuciosamente cómo Luis Rosales y sus hermanos se jugaron la vida intentando salvar al poeta.
Más allá del sorprendente pasaje explícitamente dedicado a Lorca, la obra de Rosales ofrece una crítica mordaz a los autoritarismos en 1946, en el corazón de la dictadura franquista. “Es que es imposible que lo hubieran publicado en esos años”, afirma Noemí Montetes-Mairal, recordando que el teatro era el género más censurado entonces, muy por encima de la poesía, que “que era de lectura muy minoritaria”, era la menos vigilada. También destaca especialmente que el texto, fechado en 1946, precede en dos años en muchos aspectos a la célebre 1984, de George Orwell, al alzarse también como una premonición y una crítica a los totalitarismos que asolaron Europa. La obra tuvo solo una lectura privada entre colegas de la revista Escorial y nunca vio la luz. Hasta hoy.
EL PAÍS