Último tren a Joan Miró

En lo que va de siglo, algunos aeropuertos han sido rebautizados con el nombre de iconos de la cultura. El Louis Armstrong de Nueva Orleans, el John Lennon de Liverpool, el Leoš Janáček de Ostrava, el Ian Fleming de Boscobel (Jamaica) o el Saint Exupéry de Lyon se han incorporado a una lista en la que ya figuraban el Leonardo Da Vinci de Roma, el W. A. Mozart de Salzburgo o el Antônio Carlos Jobim de Rio.
La magia de estos nombres insufla vida a esas ciudades inhóspitas que son las terminales. ¿Cuántos pasajeros no habrán tarareado en su tedioso tránsito aeroportuario el Imagine , el Desafinado o el aria de la Reina de la Noche tras leer en los letreros el nombre de sus autores, mientras otros viajeros buscaban en vano en el cielo la estela del último vuelo de El Principito ?
¿Estación La Sagrera-Joan Miró? Barcelona se asociaría con su artista más universalVincular a poetas, compositores y pintores con la idea de volar es una elegante manera de dar alas a su legado. Genios cuyo arte viajó por el mundo al encuentro de almas sensibles merecen pervivir asociados a la noción de viaje, siempre dinámica y favorecedora de la superación de barreras entre seres humanos.
Fue Lluís Permanyer quien tuvo la feliz idea de rebautizar El Prat con el nombre del barcelonés universal Joan Miró. Era una propuesta que no necesitaba de mucho argumentario: está muy documentada –por el propio cronista– la generosidad que el artista tuvo con su ciudad, a la que regaló valiosísimas obras y una fundación que ahora cumple 50 años. Así que se trataba de devolverle los favores.

‘Dona i Ocell’, una de las obras que Joan Miró legó a su ciudad
Jordi PlayEn la pasada década, La Vanguardia , de la mano de la Fundació Miró, trató de relanzar aquella iniciativa. El esfuerzo fue en vano: al final, se impuso la agenda política y el aeropuerto de El Prat se asoció para siempre a la figura de Josep Tarradellas, igual que el de Madrid rememora a Adolfo Suárez , o el JFK, al presidente asesinado. Con éxito de crítica y de público muy desigual, todo hay que decirlo.
Pero la vida, a veces, brinda nuevas oportunidades. Se recordará que Joan Miró –según explicó el propio artista a Permanyer– legó a Barcelona el mosaico de la Rambla, diseñado para recibir a los viajeros que llegaban en barco; el mural de la actual terminal T2, para los que venían en avión; y la escultura Dona i Ocell, para los que lo hacían en coche.
¿Resulta curioso, verdad, que Miró ignorara a los visitantes que llegaban en tren? De haberlo hecho habría creado alguna obra para la estación de França, seguramente. ¿Por qué no lo hizo? Tal vez, y es solo una suposición, lo obvió porque, en pleno auge popular de la automoción y de la aviación comercial, el artista pensó, allá en los 70, que el ferrocarril se iba a quedar obsoleto.
Medio siglo después, la realidad es otra. El tren gana cuota de mercado al avión y el automóvil se enfrente a un futuro incierto. Además, en el plano simbólico –ese que tanto motiva a los artistas–, el ferrocarril representa hoy la idea tan necesaria de una Europa vertebrada y próspera.
Lee tambiénEs en este contexto que Barcelona se dispone a inaugurar, en unos años, su flamante estación de la Sagrera, una terminal que bien podría denominarse, por qué no, La Sagrera-Joan Miró. Aprovechar esta oportunidad serviría para agradecer, con claridad, la extraordinaria generosidad de este artista con su ciudad.

Trabajos de instalacion de las vías en la futura estación de la Sagrera
Mané EspinosaSería injusto decir que ésta da la espalda a Miró, como sí hace con Salvador Dalí. Al contrario, la Barcelona mironiana es rica y diversa. Miró tiene en la ciudad un parque, una calle, una biblioteca, una escuela. Su obra está bien representada, la fundación proyecta bien su legado y cada vez que el MNAC da una rueda de prensa luce en los diarios y las televisiones su magnífico Mural per a IBM .
Pero llamar Joan Miró a la nueva estación central, por la que pasarán millones de personas, tendría un alto valor emocional. Y ya sabemos como influyen las emociones en la percepción que tenemos de las ciudades. Puestos a soñar, sería inspirador poder escuchar, por los altavoces del tren, “próxima estación, La Sagrera-Joan Miró”. Os damos la bienvenida a la ciudad de los prodigios mironianos.
El proyecto Convivir con Salvador DalíEn 2021, los grupos municipales acordaron que había que incluir a Salvador Dalí en el nomenclátor barcelonés. Dieciocho años antes, se daba casi por hecho que el genio de Figueres iba a dar nombre a la gran plaza prevista en la estación de la Sagrera. Pero las demoras en la construcción de ésta hicieron que la idea cayera en el olvido. Dalí, que ubicó el centro del universo en la mismísima estación de Perpiñán, merece ser recordado en esa plaza: en compañía de un Miró que en su momento también abrazó el surrealismo.
El legado Iluminador de la ciudadEn los años finales de la dictadura franquista, “Miró es una de las figuras que mejor representa la iluminación progresiva de la ciudad”. Lo afirma Josep Ramoneda en De Miró a Barcelona (Fundació Miró, 2014). En su opinión, sus obras Mural de l’aeroport (1970) y el Mosaic del Pla de l’Os fueron señales de futuro que Barcelona ofrecía al mundo, así como signos de identificación de la propia ciudad. La apertura de la Fundació Miró en 1975 consolidaría ese vínculo con Barcelona.
La actitud Sin concesiones al franquismoA las puertas de la celebración del medio siglo de la apertura de la Fundació Miró, es oportuno recordar que, pese a su generosa relación con Barcelona, el artista nacido en el pasaje del Crèdit no escatimó gestos contra el régimen franquista. Recuerda Josep Massot en Joan Miró, el niño que hablaba con los árboles (Galaxia Gutenberg) que el artista no asistió a la inauguración de su fundación el 10 de junio de 1975 porque aún vivía el dictador. No acudió hasta después de la muerte de éste.
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