Superestar: la verdad demente del 'tamarismo'

Superestar pronto deja claro que es de todo menos normal. Pero qué es normal, quién es normal, quién quiere ser normal. Y cómo abordar un fenómeno como el tamarismo desde el realismo, el costumbrismo o, ejem, la normalidad.
El caso es que a Nacho Vigalondo, creador de Superestar, el tamarismo no le interesa demasiado. Su serie aborda el improbable fenómeno mediático de Tamara Seisdedos y sus peculiares satélites, pero lo hace casi como un trámite para poder contar otras cosas. Superestar no mira a Tamara, a Tony Genil o a Loly Álvarez desde arriba, ni siquiera desde fuera. Vigalondo quiere entrar en sus mundos interiores y, desde ahí, contar su historia. Y entiéndase ese su no como las peripecias que vivieron, sino como las que creyeron que estaban viviendo. Es un plan arriesgado (incluso algo irrespetuoso, pues en la realidad casi todos viven), pero también el único posible. O eso parece tras ver la serie. Superestar es la ficción más marciana del año. También una de las muy pocas que harán que el espectador piense: «Yo esto no lo he visto nunca». No lo ha visto y no lo veía venir.
La extraña pandilla que, en el cambio de siglo, llevó la televisión trash (que no basura) a su cénit, desfila por Superestar con cierto orden. Cada episodio se centra en uno de sus integrantes, empezando por la simpar Margarita Seisdedos y terminando por una Tamara-Yurena que dará sentido (o no) a lo que hasta ese momento parece un caos incontrolable. Lo parece y lo es, porque si algo es Superestar es contradictoria. Es previsible enfrentarse con desconfianza a la primera imagen de Ingrid García-Jonsson como Tamara Seisdedos; es imposible que poco después no estés hipnotizado por su interpretación, que abraza al personaje sin reducirlo a una colección de mohines. En la Tamara de Ingrid hay una mujer real. También hay hombres reales en el Tony Genil de Pepón Nieto, el Arlekín de Julián Villagrán, el Leonardo Dantés de Secun de la Rosa o el Paco Porras de Carlos Areces. Por no hablar de Loly Álvarez que, en manos de Natalia de Molina, reclama una serie independiente. Todos tienen su espacio propio en Superestar. Son espacios paralelos y demenciales. Superestar es un multiverso de perspectivas, de realidades alteradas y de referencias que Nacho Vigalondo consigue hacer compatibles: la serie transita entre David Lynch, John Waters, Eloy de la Iglesia, Chema García Ibarra y Paolo Vasile.
Superestar comienza contando la historia de Margarita Seisdedos. Lo hace con un ejercicio de punto de vista narrativo tan obvio como radical. En ese momento la serie descubre su mejor carta: todo lo que va a ver usted a partir de ahora ocurrió, pero eso no es lo importante. Metámonos en las cabezas de sus protagonistas, juguemos a ver el mundo como lo ven Loly, Tony o Leonardo.
Será divertido, pero también será aterrador. Superestar no es una serie sobre la fama, sino sobre la soledad y la necesidad de validación. Y sobre vivir (sobre-vivir) en tu fantasía como salvavidas de una realidad implacable y cruel. Atentos a la recreación de Crónicas marcianas, con el propio Nacho Vigalondo al frente. Y a la aparición de Albert Pla. Aparición casi en su acepción de visión de un ser sobrenatural y fantástico.
Producida por los Javis y recién estrenada por Netflix, Superestar es también sobrenatural y fantástica. No hay nada normal en ella. Pero quién quiere más series normales. Y sin embargo eso es lo que más deseaba Tamara Seisdedos: respeto, validación y, en definitiva, normalidad.
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