Picasso y las sombras de la felicidad

Cuando yo era niño, en los años cincuenta, Picasso estaba en todas partes: en museos, plazas de toros, playas y revistas del corazón. Su digna actitud durante la ocupación alemana y su estatus de exiliado número uno del régimen franquista le otorgaban también el respeto civil, y Gernika , tal vez la pintura más popular del siglo XX, era la estrella indiscutida del MoMA. Cuando se declaró comunista, el Partido Comunista se lo apropió y poetas y biógrafos, desde Rafael Alberti hasta Louis Aragon y Paul Éluard, pasando por Pierre Daix, le dedicaron un sinfín de páginas. Todo el mundo le rendía pleitesía, cualquier cosa que hiciera era jaleada, comentada, elogiada… y cualquier crítica se volvía contra el crítico y lo convertía en un carcamal derechista.
Pablo Picasso con Claude Picasso en La Californie, Cannes 1955.
Edward QuinnSolo en ese contexto se concibe el vigor con el que fue atacado Vivir con Picasso , el libro que publicó Françoise Gilot, compañera de Picasso y madre de sus hijos, Claude y Paloma, después de su separación. El libro es un sabroso relato de diez años de una relación vital y compleja, rica en amor, trabajo, arte, libros, hijos, amigos, viajes y polémicas, con esporádicos e inevitables moscardones. Escrita con mucho cariño y sentido del humor, en ningún momento cae en el ajuste de cuentas: excepcional, como lo era Françoise Gilot.
Es emocionante ver a Picasso aplicándose en hacer algo al alcance de sus hijosLa exposición que se inauguró el jueves 25 en el Museu Picasso es un emocionante homenaje de Paloma Picasso a su hermano Claude, a la vez que la vindicación de una relación nada convencional.
Es una larga instantánea de diez años en la vida de una familia fuera de lo común, gracias a las abundantes fotos de David Douglas Duncan y otras, más posadas, de Edward Quinn, con alguna que otra del archivo familiar. Eso a modo de pentagrama donde se escribe una sinfonía coral en la que el amor de los cuatro protagonistas pasa por el arte.
No solo el Arte con mayúscula que Picasso habitó y transformó, sino los muchos minúsculos objetos que utilizaba, insignificantes hasta que él los raptaba y metamorfoseaba, generalmente con la complicidad y el alborozo de Paloma y Claude, aunque en ocasiones la desaparición de algún juguete querido o de una muñeca creada al alimón los dejara con un palmo de narices.
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Una metamorfosis constante, evidencia de que el genio capaz de retratar a Gertrude Stein o de componer el Gernika habita en esas manos imparables, juguetonas, que cautivan la atención maravillada de sus hijos hasta que convierten el pequeño auto desechado, la muñequita recortada, la astilla coloreada, en algo capaz de detener la mirada de los mayores, muchos años después de aquellos días de alegría.

Françoise Gilot junto a sus hijos Claude y Paloma Picasso
Robert Doisneau / Gamma-Rapho PhotoPorque alegría es lo que nos cuenta esta exposición, muy bien complementada con un muy eficaz catálogo: un derroche de gestos, de complicidad, de casualidades y causalidades que le devuelven su naturaleza y su naturalidad a esa abusadísima palabra: creación.
Es emocionante ver a Picasso, a veces tan jupiterino, en tono menor, aplicándose en hacer algo al alcance de sus hijos, dibujando con la lengua entre los labios para sacar a Françoise todo lo guapa que sabe que es. Como es impresionante ver la entereza con que Françoise recoge el guante y sigue con su arte, muy consciente del talento que tiene delante, pero serenamente consciente de su derecho a intentarlo. ¡Ahí es nada: ser mujer y crear frente a Picasso!
Viendo el resultado, se comprende que tuviera una excelente carrera como artista. No gracias a Picasso, por cierto, sino a pesar de las barreras que él intentó ponerle cuando ella se fue. No creo que haya habido barreras capaces de contener a Gilot.
La exposición es un merecidísimo homenaje a Claude, a quien conocí hace muchos años siendo yo presidente de la CIAGP cuando nos recibió a una delegación de Vegap en la bellísima sede de Picasso Administration en la Place Vendôme: esa fue una de sus creaciones, su gran contribución al legado de su padre. En esa ocasión, como en las siguientes, afortunadamente menos protocolarias, fue siempre cortés, amabilísimo, claramente consciente de lo que representaba, pero sin presumir jamás de ello.
Gracias a su hermana Paloma, y al Museo Picasso de Barcelona, por este regalo emocionante.
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