Leer juntos

Cuando mis hijos me piden que leamos juntos, de pronto se enciende una luz distinta, que se superpone a la que proviene de las ventanas o las lámparas. Ocurre los fines de semana, en el sofá, y los blandos días de las vacaciones, en la terraza del hotel o en la cama de un apartamento alquilado. Son momentos de un valor estratosférico, cuyo precio es oro en el presente, pero se hunde en el mercado de futuros. Pronto llegará la adolescencia, y en vez de la lectura en el sofá o la cama preferirán una habitación con la puerta cerrada, auriculares, el letrero de no molestar. Por eso a veces levanto la mirada de mi libro y los observo abismados en sus álbumes ilustrados, sus mangas, sus primeras novelas, esas ficciones que les conmueven y divierten e interrogan, para recordar ese parpadeo, esa media sonrisa, esa concentración iluminada.
Un grupo de niñas ojea libros en Sant Jordi, en Girona )
Agustí Ensesa / ColaboradoresRetrasaremos los móviles todo lo que sea posible. Alargaremos el tiempo de los libros, los juegos de mesa, las pelotas y bicicletas, los videojuegos y las películas del Studio Ghibli. El tiempo sin la atención dividida. No hay prisa. Ya les llegará el regalo envenenado, el rito de paso, la apabullante complejidad. Y estará bien que les llegue, porque aprender a ser adulto en el siglo XXI es aprender a dominar en la medida de lo posible el móvil y el correo electrónico y los buscadores y las redes sociales y la inteligencia artificial para que no seas tú el dominado. Encontrar ese equilibrio nuevo, entre todos los de siempre.
Aprender a ser adulto es aprender a dominar el móvil, el correo y los buscadores y redes socialesIntuyo que, pese a que las estadísticas demuestren que los muy jóvenes leen más que nunca, la percepción social es terca en su repetición de que sólo consumen pantallas porque su lectura se ha vuelto invisible a ojos de los mayores. Ha desaparecido del transporte público y de las playas, del espacio donde podían comprobar el resto de generaciones que los jóvenes tomaban el relevo, eran lectores. Ahora el bus, el metro o las piscinas son los reinos del móvil. La lectura masiva de la juventud se ha vuelto casi exclusiva de los dormitorios. Podemos adivinarla gracias a las cifras de los libros que se venden en librerías o se prestan, en bibliotecas o entre amigos (los adolescentes son por naturaleza traficantes). Pero es casi invisible. Sólo aparece a través de las webcams, en YouTube o TikTok, esas otras ventanas.
Lee tambiénAprovecho que todavía están cerradas para mirarlos leer Detective Conan , Adèle , Geronimo Stilton , los universos que ocupan en su imaginario las parcelas que en el mío ocuparon Los Hollister o Tintín cuando tenía su edad y sólo había tres canales en el televisor y un par de horas de programación infantil diarias. En la tele Diana se arrancaba la piel y se veía su cara de lagarto; o David hablaba con el Coche Fantástico. Yo leía a solas durante las tardes doradas del fin de semana. De fondo empezaba a sonar música mákina , pero el Spectrum 128K con casete no había llegado a nuestras vidas y el futuro todavía no era un mercado.
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