En Europa se hablan unas 200 lenguas (y este es el futuro que le aguarda a muchas de ellas)

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En Europa se hablan unas 200 lenguas (y este es el futuro que le aguarda a muchas de ellas)

En Europa se hablan unas 200 lenguas (y este es el futuro que le aguarda a muchas de ellas)

Las lenguas de Europa son unas doscientas —si se adopta un criterio restrictivo, serían menos—, de las que solo 24 son oficiales para los 27 países miembros de la UE. Las fronteras administrativas no coinciden con las lingüísticas. El alemán se extiende por Austria y Suiza; el francés, por Bélgica, Suiza y también Italia; en Alemania también se habla sorbio, lengua eslava de la región de Lusacia; y el danés, lengua de la región de Schleswig-Holstein, y Alemania cuenta además con dos millones de hablantes de turco. En Francia, además de bretón, provenzal y varias lenguas más, el árabe está en boca de más de tres millones de franceses.

Las lenguas se expanden con los ejércitos vencedores. El griego se difundió por el Mediterráneo durante la campaña militar de Alejandro Magno, y el latín, con las operaciones militares del Imperio romano. El árabe eclipsó al latín en Egipto, Oriente Medio y el norte de África, y pudo haber acabado con el de la Península Ibérica si los castellanos no hubieran luchado contra ellos durante ocho siglos. De haber sido la lengua de las huestes catalanohablantes, tal vez hoy sería el catalán —y no la nuestra— la lengua de Extremadura, Andalucía y las Canarias; y, por qué no, de América, si Colón hubiera viajado al servicio de la corona de un reino catalanófono.

Doy estos ejemplos a favor del entendimiento y la justeza en la reflexión. Pero imaginemos, solo imaginemos, que los americanos y los rusos no hubieran prestado ayuda militar, y que los ejércitos de Hitler, triunfantes en sus proyectos anexionistas, se hubieran adueñado del territorio pretendido. Tal vez hoy nadie pondría en duda la condición del alemán como lengua unificadora de Europa: de los gobernantes, de la administración, de la enseñanza media y universitaria; única subvencionada en publicaciones generales y periódicas, multiplicada en cadenas de televisión y radio, y solitaria en todo el dominio de carteles y rótulos, gestionada desde Berlín y capacitada para ensombrecer otras hablas regionales y periféricas como el italiano o el español. Entiendo que es difícil imaginarlo, pero tal vez un cambio de régimen pacífico habría atenuado el absolutismo hitleriano sin prescindir del alemán como lengua soberana por una razón eminentemente práctica: todo imperio necesita una lengua unificadora.

placeholder Estatua de Alejandro Magno, quien con sus campañas militares expandió el griego. (iStock)
Estatua de Alejandro Magno, quien con sus campañas militares expandió el griego. (iStock)

No podemos rendirnos a la imaginación. Hemos llegado al siglo XXI con este perfil, con los atuendos que conocemos y no de otra manera más romántica o deseada. Tampoco podemos decir que las lenguas se distribuyan como un mosaico y quedarnos ahí. Es sabido que dominios que fueron monolingües han pasado a ambilingües porque los hablantes han añadido otra lengua de mayor alcance, y ambas son ahora necesarias en el día a día.

En el País de Gales, Alsacia o el País Vasco, todos los hablantes se expresan sin dificultad en inglés, francés o español, respectivamente; y algunos de ellos (tal vez un 20% en el País de Gales, un 46 % en Alsacia y un 42 % en Euskadi) son también capaces de hacerlo con igual o muy parecida habilidad en galés, alsaciano o euskera, que son también lenguas propias de los territorios. Diremos que Londres, París y Madrid son ciudades monolingües porque en ellas hay una sola lengua de referencia: inglés, francés y español; pero Cardiff, Estrasburgo o San Sebastián son ciudades ambilingües porque muchos de sus habitantes se expresan y entienden con amplia destreza en galés e inglés, en alsaciano y francés, o en euskera y español. No decimos que algunos hablantes de estas demarcaciones han elegido hablar dos lenguas —claro que no—, lo que ha sucedido es que, por razones históricas (guerras, anexiones, invasiones, acuerdos, tratados…), una lengua ha entrado en el territorio de otra por voluntad de sus hablantes, pues es muy difícil imponer una lengua a la fuerza. Una vez poseedores de dos, muchos de ellos, acuciados por las circunstancias, abandonan la propia; otros la mantienen. Las decisiones se producen en los cambios de generación. Ambas conviven hasta que la local, más débil, languidece y desaparece. El proceso puede durar varias generaciones, incluso varios siglos. Así murió el dalmático, desplazado por el serbocroata; así desaparecieron el córnico y el manés, desplazados por el inglés; y así parece que va a morir en breve el casubio, anegado por el polaco.

Dependencia e independencia

Para facilitar una mejor comprensión de estos enredados asuntos, mucho más delicados en un país como el nuestro, llamaremos lengua independiente a aquella que cubre en su totalidad las necesidades de comunicación de sus hablantes; lengua semidependiente, a la que cubre ampliamente la comunicación, pero no en su totalidad, pues para determinadas situaciones culturales necesita servirse de otra; y lengua dependiente, a aquellas que necesariamente se emparejan con otra en los ambientes cotidianos, porque si sus hablantes fueran monolingües quedarían semimudos y marginados.

Las lenguas independientes de Europa están habilitadas para la vida social, cultural, universitaria y de investigación. Cuentan con un bagaje instructivo sólido, con una literatura que ha hecho historia, con publicaciones de todo tipo, y su desarrollo es suficiente para que sus hablantes puedan cubrir la comunicación desde el monolingüismo. Pertenecen a esta categoría: inglés, español, francés, alemán, italiano y ruso. Y podríamos añadir el rumano. Estas lenguas cuentan con hablantes monolingües que pueden conocer otra lengua destinada a servir de manera ocasional; por tanto, su dominio es más limitado que cuando se trata de una lengua de uso necesario en la cotidianeidad.

Muchos de los hablantes de dos lenguas abandonan la propia; otros la mantienen

Las lenguas semidependientes, mucho más numerosas, están fuertemente necesitadas de otra que cubra las necesidades de desarrollo cultural de sus hablantes. No son estos conocedores plenos de la segunda lengua, pero sí suficientemente hábiles para servirse de ella en el desarrollo instructivo. Los llamamos bilingües. Entre las germánicas, pertenecen a este grupo los hablantes de noruego, que hablan fluidamente inglés, lengua que se enseña desde muy temprano en las escuelas y que está presente en la universidad, en la cultura, en el trabajo y en la televisión. El islandés, el sueco, el danés y el holandés corren parecida suerte. Entre las eslavas, el polaco, el checo, el eslovaco, el esloveno, el serbocroata-bosnio y el macedonio se sirven del inglés; el bielorruso del ruso; y el ucraniano del ruso y del inglés. El albanés y el griego también se apoyan en el inglés.

Las lenguas dependientes viven necesariamente emparejadas con otra y son mayoría en Europa y en el mundo. Carecen de hablantes monolingües porque se sirven de dos en la vida diaria. Los antepasados se unieron a otra que facilitaba el acceso a los avances técnicos, sociales y culturales, y poco a poco la eclipsó. Llegó entonces un momento en que la fuerza y utilidad de la nueva lengua impide recuperar su independencia. El tártaro, baskiro y chuvasio son lenguas túrquicas cuyos hablantes han de usar el ruso en el día a día; y la misma suerte corren el mari, udmurto y komí, lenguas de la familia urálica. El sorbio, frisón y danés de Alemania son lenguas dependientes emparejadas con el alemán. En Suiza, el alemán, francés e italiano son lenguas independientes, pero no el romanche, cuyos hablantes son ambilingües con el alemán. En Francia, los hablantes de provenzal, gascón, corso, bretón, alsaciano, vasco y catalán lo son también de francés, lengua que sirve para el desarrollo cultural. De la misma manera, forman pareja con el italiano el sardo, friulano, napolitano-calabrés, siciliano, véneto, lombardo, piamontés y ligur, entre otros.

El ambilingüismo no es una moda contemporánea, sino una transición obligatoria en los cambios lingüísticos. Cuando los romanos se propusieron —y luego consiguieron— hacer de Hispania una provincia más de su imperio, se instalaron en un territorio que fue primero ambilingüe íbero-latino, y luego los hablantes se quedaron con la lengua más útil para la comunicación, olvidando el íbero hasta su desaparición. La lengua parásita se debilita. Así sucede con el vasco hablado en el sur de Francia, que se prepara para la extinción porque sus hablantes prefieren convivir en francés, lengua que resulta más útil.

placeholder Cartel en francés y en euskera en la localidad de San Juan de Luz. (iStock)
Cartel en francés y en euskera en la localidad de San Juan de Luz. (iStock)

La lengua europea supranacional es el inglés y, a diferencia de otras lenguas universales, no se ha extendido con un ejército. Está presente en todas las ciudades y en toda la cultura. Nadie lo promociona ni lo recomienda, y al mismo tiempo lo hacen quienes lo hablan, lo que ha venido sucediendo con los cambios lingüísticos. De la misma manera, nadie decide ni impone qué palabras debemos usar y cuáles no. Triunfa, elegida espontáneamente, la que mejor se ajusta a las necesidades, sin imposición.

En este contexto cambiante, las lenguas europeas se descubren no solo como vehículos de comunicación, sino como reflejos de la historia, la geografía y las aspiraciones. Comprender su distribución, sus vínculos de dependencia y sus tensiones internas es imprescindible para abordar con rigor los debates sobre identidad, integración y diversidad.

No se trata de preservar lenguas como reliquias, sino de entender sus funciones vivas en una Europa plural. Será en ese delicado equilibrio entre utilidad y herencia donde se dirima el futuro lingüístico del continente.

**Rafael del Moral es sociolingüista experto en lenguas del mundo y autor de la 'Enciclopedia de las lenguas', 'Breve historia de las lenguas', 'Historia de las lenguas hispánicas' y' Las batallas de la eñe', así como de numerosos artículos en revistas especializadas.

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