De Ortega a Roig: logros y patinazos de la filantropía en España
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Ahora que la polarización ha convertido cualquier insinuación política en bronca asegurada, en un ritual tan teatralizado en redes como una representación de La verbena de la paloma, es bueno señalar que más allá del ruido, algunas controversias —por complejas— merecen más la pena que otras.
Ejemplo. Aunque cada vez que Amancio Ortega hace una donación las posiciones antagónicas están perfectamente alineadas —entre el millonario que quiere blanquearse y el filántropo de ensueño— el asunto político en disputa —la filantropía en sociedades espectacularizadas de libre mercado— tiene demasiadas aristas para dejarlo al albur de las redes sociales.
De diseccionar el melón se encarga Carlos Almela en el ensayo Filantropía bastarda (Círculo de bellas artes). Hablamos con él sobre blanqueamientos, altruismo y por qué no necesitamos héroes filantrópicos (pero sí su dinero).
PREGUNTA. La reconstrucción de Notre Dame fue la última gran demostración de fuerza filantrópica… con su lado oscuro. Entre la celebración y el exhibicionismo. ¿Qué chirrió ahí?
RESPUESTA. Pues justo eso: estamos en una sociedad del espectáculo donde el donativo, tradicionalmente más discreto, se pone en escena. Y esa mediatización expone tanto al aplauso como al abucheo, reflejando tanto la legitimidad de la gran filantropía para intervenir en pro del interés general… como su fragilidad.
Los industriales franceses del lujo fueron los primeros en emitir comunicados y notas de prensa tras el incendio. La familia Pinault (Kering) movió ficha con una promesa inicial de 100 millones de euros… con la catedral prácticamente todavía humeando. Luego siguieron Bernard Arnault (LVMH) y la familia Bettencourt (L’Oréal), con 200 millones cada uno.
Es importante señalar que, la misma noche del incendio, Macron había hecho ya un llamamiento a los donativos, y que rápidamente el Ministerio de Cultura organizó cuatro vehículos para poder recibirlos. No sería justo decir que estos ultrarricos actuaron como mecenas pistoleros.
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Dicho esto, hay dos nudos más en la polémica.
El primero tiene que ver con el plano simbólico. Habida cuenta de las ventajas fiscales que el dispositivo francés de mecenazgo permite, y el coste que supone para las arcas públicas, en realidad, todos los franceses contribuyen a lo que luego se presentó como el donativo de Pinault o de Arnault. ¿Por qué tanto aplauso a las élites económicas, y no celebrar más la importante (y anónima) filantropía de masas?
El segundo nudo tiene que ver con la justicia social. En un mundo atravesado por una desigualdad socioeconómica creciente, hay algo obsceno en la capacidad inmediata de las élites a aportar un dinero que normalmente parece difícil de encontrar. Y entra ahí la cuestión de la jerarquía de las causas sociales. ¿Por qué Notre Dame logra recaudar miles de millones de euros en unas semanas, y la lucha contra el sinhogarismo, el racismo, o los refugiados palestinos lo hacen a muy duras penas?
En el libro hago mío el himno de Tina Turner: "We don’t need another hero". Si creemos en la democracia, necesitamos ver también a las élites arremangándose con la gente, con los movimientos sociales. No solo aportando con el talonario.
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P. La Dana valenciana fue casi un experimento sobre los diversos tipos de ayudas públicas y filantropías privadas. Entre la burocracia y la acción directa, entre el lento orden y el caos vertiginoso, ¿quién se manejó de manera más eficaz sobre el terreno?
R. Es una obviedad que durante la Dana, la principal entidad que falló, por desgracia, fue pública: la Generalitat. Y falló por irresponsabilidad, y con los recortes al servicio autonómico de emergencias de telón de fondo.
Dicho esto, durante la Dana convergieron todos los tipos de acción (pública, privada, ciudadana) para responder a la tragedia, permitiéndonos repensar las relaciones de competición y complementariedad entre la acción del Estado, la sociedad civil y la comunitaria.
Fue increíble la oleada de generosidad y civismo, las vecinas que acogieron a gente en sus casas, las personas de toda España que llegaron con palas, alimento y agua. Esa respuesta fue la primera, naturalmente, pero sin la organización pública de esta fuerza ciudadana todo habría sido un caos.
Hay que señalar que, por positiva que sea la generosidad privada y ciudadana, siempre es más sensible en la emergencia que en la reconstrucción. Los primeros días de la Dana, Amancio Ortega, Juan Roig, los Reyes o Rosalía pasaron por allí. Algunos aportando centenares de millones de euros, otros poniendo su capital institucional o simbólico, o incluso cogiendo una pala.
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Pero la reconstrucción profunda se hace con fondos públicos, con los actores locales, con los ayuntamientos, con entidades de base como la Fundació Horta Sud, que cuida a diario la relación con el tejido asociativo, con los colegios, e incluso pensando ya en las necesarias transformaciones de la comarca.
También es evidente que el reparto de ayudas del Estado, por los controles administrativos, no puede ser tan ágil como la de Mercadona. ¿A qué se debe esto? ¿A décadas de neoliberalismo que intentan provocar y demostrar la ineficacia de los servicios públicos? ¿A décadas de corrupción, todavía vigente, que nos obligan a sistemas con pesadas burocracias y controles? ¿A la falta de imaginación institucional y de innovación jurídica?
Para futuras ocasiones, mejor engrasar mecanismos de colaboración público-privado-comunitarios, que pelearnos por ponernos la medalla. Es evidente que la eficacia en la respuesta es mayor cuando todos vamos a una.
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P. Ahondando en la labor de Mercadona. Durante la Dana, estuvo en el foco de las redes para bien y para mal, de las ayudas a los damnificados a sus repartidores de supermercado atrapados por la riada. ¿Cómo calificarías sus tareas tras la riada?
R. En el plano filantrópico, la acción de Mercadona fue destacable, ágil y positiva: lanzaron ayudas a fondo perdido para los trabajadores afectados, dotadas con 40 millones de euros; desde la Marina empresarial, aportaron otros 25 millones en ayudas a autónomos, pymes y startups. También se destinaron recursos y ayudas a centros escolares, especialmente enfocadas en los comedores.
Además, a través de las fundaciones que preside, y que tienen expertise en esos ámbitos, Juan Roig [dueño de Mercadona] apoyó a las federaciones deportivas para recuperar material y retomar su actividad. Hortensia Herrero [mujer de Roig y vicepresidenta de Mercadona] hizo lo mismo en el campo cultural, con 4 millones de euros para la artesanía de la seda, las bandas de música y las escuelas de danza.
Dicho esto, y aplaudidas esas medidas, ¿libra esto al dueño de Mercadona de las críticas? Aquella tarde, cuando muchas empresas cesaron su actividad para proteger a sus trabajadores, Mercadona perdió la oportunidad de ser modélica protegiendo a su personal.
Aplaudir la filantropía de los Roig no debería impedir criticar a su empresa si hay razones para ello, por su gestión, margen de precios o modelo de negocio. Tenemos que ser capaces de matizar.
El camino del progreso en el mecenazgo empresarial pasa por una mayor coherencia. Ojalá tener empresas verdaderamente comprometidas con la responsabilidad social, con modelos de negocio sostenibles, y a la vez, que dediquen cuantos más beneficios mejor al bien común.
"Seguimos atrapados en un debate cristiano sobre si el mecenas es buena persona. La bondad de Amancio no es el tema relevante"
P. Al hilo de esto: Amancio Ortega es el rey de las broncas sobre filantropía, del “solo trata de blanquearse” al “encima de que reparte su fortuna, os quejáis”. ¿Qué nos dicen estás discusiones sobre los límites de la filantropía?
R. Nos dicen que falta acuerdo social sobre la filantropía. Que el contrato social decimonónico no funciona ya y hay que regenerar los consensos. Es natural que lo que más fricción genere, en una democracia que se quiere avanzada, sea la acción filantrópica de las élites empresariales, porque hemos aprendido a observar a los poderosos, incluso a los mejor intencionados.
Ya que usas la palabra blanquear, empezaré por la parte económica: la filantropía no es un blanqueo de dinero, no es una actividad fiscalmente lucrativa. Quien dona dinero, pierde dinero, por mucha deducción que haya. Está estudiado que estas ventajas fiscales no son decisivas, ni suelen ser el motivo principal del mecenazgo de particulares y empresas.
Otro tema es el blanqueo de imagen. Lo que intento explicar en el libro es que cuando nos centramos demasiado en que si lavado de cara, que si compra de conciencias, que si bula papal… seguimos atrapados en un debate cristiano para determinar si un mecenas es buena persona o no.
Honestamente, como profesional de la filantropía, la bondad de Amancio no me parece el tema relevante. Me parece más importante evaluar el rigor de su acción filantrópica, la calidad del trabajo de su fundación o el compromiso sostenido en el tiempo con la sanidad pública.
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P. Hablemos de dos acciones filantrópicas concretas del dueño de Zara: máquinas contra el cáncer y fondo de afectados por la Dana. ¿Cómo las ves?
R. Sobre las máquinas contra el cáncer, creo que hay que destacar varios puntos positivos. Es un programa en colaboración con los hospitales y consejerías. Amancio no ha montado una clínica privada con sus máquinas, sino que reconoce y honra a la sanidad pública.
También es un programa que muestra el rol que la filantropía quiere tener hoy: complementar la labor del Estado, en este caso en el ámbito del bienestar, aportando innovaciones que si no tardarían más tiempo en llegar. De hecho, su programa se fue probando poco a poco y después generalizando en varios puntos de España, y ahora se está desplegando también en Portugal.
Ahora bien, falta consenso sobre su actuación, dialogar con las federaciones médicas, informar con mayor transparencia. Las críticas de partidos políticos y asociaciones médicas fueron numerosas, anticipando que el despliegue sobre el terreno sería lento, costoso y errático. ¿Por qué estas máquinas y no otros temas urgentes de la sanidad pública? ¿La decisión se basa en una corazonada de Amancio, en su biografía, o en un informe riguroso hecho con universidades y agentes sociales?
No por disponer de medios y recursos puede uno decidir libremente que los hospitales tienen que tener esta u otra máquina. Uno puede tener un deseo, una intuición, una propuesta, pero hay que construir estrategias, argumentarios, consensos, trabajo en red.
Sobre el fondo de afectados por la Dana, estamos en el terreno de la emergencia, con un donativo más puntual y muy contundente: 100 millones de ayudas directas para los afectados, transferidos a través de los Ayuntamientos de l’Horta sud y Castilla-La Mancha. Pasar por lo público es garantía de transparencia, equidad y uniformidad: la fundación Amancio Ortega no dispone del equipo o conocimientos para distribuir estas ayudas. Pero, vista la relativa lentitud administrativa, ¿habrían sido igual de seguros, pero más ágiles, otros cauces?
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P.¿Qué te parecen las tareas filantrópicas de (la fundadora de Zara y ex mujer de Amancio) Rosalía Mera?
R. Su recorrido filantrópico es bonito, tiene que ver con la llegada al mundo de un hijo con diversidad funcional, y a partir de ahí, el deseo de organizar un proyecto filantrópico, como es Paideia Galiza. Pocas mecenas hacen lo que ella hizo, que es formarse en Magisterio, a la par que daba forma a esta fundación comprometida con la educación y la inclusión. Este amor por el conocimiento se tradujo en una serie de publicaciones de ensayos extranjeros sobre pedagogía crítica que, imagino, eran difíciles de encontrar en castellano en aquella época.
Rosalía Mera hizo más. Fue de las pocas mecenas, con un nivel económico como el suyo, en movilizarse tras el Prestige, en aplaudir la labor de los indignados durante el 15M, y en luchar por el derecho al aborto cuando el PP amenazaba con dar pasos atrás. También destaca su deseo de cuidar y defender el gallego.
Esta coherencia es poco habitual. Y justamente por ello, creo que su Fundación podría ser todavía más vanguardista, más transparente e interactiva en su comunicación, experimentar con formas de gobernanza más abiertas, practicar la distribución de fondos participativa, arriesgar más con sus programas.
"En España, la mitad del esfuerzo filantrópico anual son las donaciones individuales, de las cuales, la inmensa mayoría son anónimas"
P. ¿Qué papel juegan las donaciones anónimas en el sistema filantrópico español?
R. Las donaciones anónimas son clave porque dotan de una muy valiosa autonomía económica y política al tercer sector. ONGs como Oxfam, Greenpeace o Amnistía Internacional, por citar algunas de las grandes, no quieren ni deben depender de las orientaciones de los gobiernos.
En España, la mitad del esfuerzo filantrópico anual son las donaciones individuales, de las cuales, la inmensa mayoría son anónimas.
Nuestra Ley de mecenazgo incentiva los pequeños donativos (como las cuotas que solemos pagar a asociaciones) y, aunque puede parecer que esto nos aleja de las ventajas fiscales de Francia o Estados Unidos, para mí es señal de redistribución del poder de donar y contribuir al bien común, de un ecosistema saludable.
Además de las donaciones, también hay que celebrar la infinidad de gestos de cuidado al bien común que no pasan por lo monetario: voluntariado, militancia, implicación en centros sociales autogestionados, apoyo entre vecinas, donaciones de alimento, compromiso con la ecología… ¿O sólo es amor al género humano (filantropía) lo de los Gates, Soros, Gulbenkian o La Caixa?
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P. Dime un ejemplo flagrante de filantropía como blanqueamiento empresarial.
R. No es fácil demostrar un blanqueamiento empresarial a través de la filantropía, porque cuando existe, no suelen dejarse pruebas del flagrante delito.
Está el escándalo de la familia Sackler, dueña de la farmacéutica Purdue, que ocultó la adicción y los efectos devastadores de sus opioides. Se ha hablado de su filantropía artística como tremendo lavado de cara. Movilizaciones como la de Nan Goldin y el colectivo P.A.I.N, forzaron al Louvre, al Met y a decenas de instituciones culturales a retirar placas con el apellido Sackler y a rechazar las donaciones de la familia. Pero como recoge el libro El imperio del dolor, no es tan sencillo demostrar el vínculo directo: los Sackler llevaban toda su vida donando, décadas antes del éxito del opiáceo OxyContin. Lo que sí está claro es que la filantropía les aportó estatus y brillo; también, que evitaban a toda costa que la gente asociara su apellido con la farmaceútica. Querían que Sackler fuera una cosa, y Purdue otra.
También está la tabacalera Philip Morris, utilizando flagrantemente su mecenazgo para chantajear a las instituciones culturales de Nueva York que financiaba: la empresa las animaba a posicionarse en contra de la legislación antitabaco (tal y como muestra la investigadora Chin-Tao Wu en Privatizar la cultura).
P. En el libro apuntas a que la crítica que fulmina toda la filantropía por ser la limosna de los ricos debería hilar más fino. ¿Cómo debería ser la buena filantropía?
R. Para empezar, esa limosna, representa en España cerca del 2,4% del PIB, 589.000 puestos de trabajo, y 6.000 millones de euros en donaciones y programas, según análisis de la Asociación Española de Fundaciones. Claro que la filantropía es marginal frente al Estado o al mercado, pero en los márgenes brota muchas veces el cambio social que necesitamos.
La filantropía buena, yo la llamo en el libro “bastarda”: es hija del capital, de la sociedad civil, de la modernidad, naturalmente, pero también de los movimientos sociales, de un compromiso real con la justicia social.
En el libro analizo cinco claves: abandonar los laureles, el heroísmo y el protagonismo y reconocer otras fuerzas sociales de cambio como cómplices; trabajar en estrecha complementariedad con lo público; terminar de profesionalizar la filantropía, sobre todo, diversificando perfiles (¡abundan financieros y profesionales del marketing, pero faltan expertas de las causas sociales que se persiguen!); redistribuir el poder, transformando los patronatos para que no sean clubes de señores blancos adinerados, creando comités de expertos, confiando en los equipos de profesionales e inventando mecanismos de distribución de fondos participados con los beneficiarios. Y, por último, cuando exista, reconocer la filiación burguesa, blanca, colonial, patriarcal de la filantropía, como punto de partida para hacer las cosas de otra manera, desde la economía social y poniendo la vida en el centro, como diría Yayo Herrero. Hay que asumirlo, hacerse cargo, como hizo Alfred Nobel: inventar la dinamita, pero más tarde, al menos, crear un premio para la Paz.
El Confidencial