Curas y anarquistas contra la prostitución: el sexo de pago durante la Guerra Civil
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“Pero el chalet está ahí. Ahí llamamos, abren y se ríen al vernos. Qué bien nos caen la luz y el calor y las dos muchachas. Espero a que Agustín desaparezca con una y yo le invito silenciosamente a la otra. Me da igual. Es morena como el camino que hemos traído. —¿Te llamas?
—Carmela. ¿Y tú?
Por el campo sonará la lluvia. Habrá rezos, relevos, hielos, angustias. Morirán camaradas. Dentro ahoga la atmósfera incitante. Siento calor, un indefinible calor, un poderoso calor que nada resiste. Se acerca. ¡Qué tonto eres! Está en cueros; no me atrevo a decir desnuda, como se dice de la verdad. Seguramente que el decirlo sería pecado. La tengo entre mis brazos y se le apagan los ojos. Yo me lo creo. —Nos ha llegado la civilización al bajo vientre”.
Así describía el escritor falangista Rafael García Serrano los escarceos con unas prostitutas de un pelotón del bando nacional durante la Guerra Civil en su célebre obra La fiel infantería (1943). Galardonada nada menos que con el Premio Nacional de Literatura, se rodó una exitosa versión cinematográfica al año siguiente. Es menos conocido sin embargo que la novela en sí fue retirada del mercado a los pocos meses de su publicación y que no volvería a las librerías hasta 15 años después.
Las referencias al sexo de pago resultaron inadmisibles para el régimen nacionalcatólico, especialmente en una oba que por lo demás glorificaba la vida militar durante la guerra. Así, el arzobispo de Toledo protestó airadamente por medio de un decreto en el que anotaba: “Que se proponen como necesarios e inevitables los pecados de lujuria en la juventud (págs. 195 y 302)” y “En la novela se describen varias veces cruda e indecorosamente escenas de cabaret y de prostíbulo (páginas 65-66 y 134-135)”, entre otras críticas, lo que provocó que la Vicesecretaria de Educación Popular retirara los ejemplares que aún quedasen de la edición.
No era cosa menor, puesto que el tema de la virtud de las mujeres y la cuestión moral de la prostitución se había convertido en otro más de los campos de batalla entre ambos bandos durante la Guerra Civil. Pero como era de esperar, la prostitución no fue propiamente una cuestión de rojos ni de nacionales, sino de ambos, como señala Fernando Ballano Gonzalo en el recién publicado
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Los ataques entre ambos bandos en este sentido fueron furibundos, entre los más notables estuvo por ejemplo la acusación de que las numerosas milicianas que habían acudido a luchar al frente en Somosierra contra los rebeldes en los primeros días de la guerra eran, en realidad, prostitutas, deshaciendo esa imagen de luchadoras en el frente codo con codo con sus compañeros hombres. La cuestión recibió una gran atención tanto en la prensa republicana como en la nacional, según explicó la historiadora Mary Nash en
La propia Mary Nash explicaba sobre la cuestión de las milicianas: “Es imposible hacer una estimación de la cantidad de prostitutas que hubo en los frentes de combate. Por supuesto que no todas las milicianas eran prostitutas, lean las memorias de la extremeña y de otras… pero negar que un número indeterminado de prostitutas se unieron a las columnas buscando que se gastaran con ellas, a cinco pesetas el servicio, las diez pesetas diarias libres de gastos que cobraban los milicianos es una verdad incuestionable, lo mismo que la necesidad de echarlas del frente. A la mayoría de las milicianas, seamos honestos, no hubo que echarlas, se fueron cuando comenzó el otoño y el frío, del mismo modo que hay que reconocer que algunas, muy pocas, se resistieron a dejar el frente a pesar de las incomodidades”, escribe Mary Nash en Rojas. Las mujeres republicanas en la Guerra Civil.
La realidad de la guerra complicó sin duda la cuestión de la prostitución, que se había tratado extensamente, especialmente a partir de la II República, con los discursos abolicionistas de Clara Campoamor, Rico Avello, Cesar Juarrós o Sánchez Covisa durante el debate de enero de 1932, para forzar al Gobierno a que se comprometiera a abolir la reglamentación de la prostitución de 1847 con la máxima celeridad, según el estudio de Mercedes Riva Arjona titulado II República española y prostitución: el camino hacia la aprobación del Decreto abolicionista de 1935. Se consideraba que esta reglamentación amparaba de hecho la actividad y que era incompatible con la dignididad humana.
Se ha tendido a ligar ese abolicionismo con la izquierda republicana, pero lo cierto es que el decreto que derogaría la antigua norma de 1847 no se aprobaría sin embargo hasta 1935 y lo haría durante el bienio derechista, de la mano del ministro de Trabajo, Sanidad, y Asistencia Social, Federico Salmón Amorín, miembro de la CEDA –Confederación Española de Derechas Autónomas–, que sería por cierto asesinado en Paracuellos en noviembre de 1936 durante el Terror Rojo.
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Aunque Fernando Ballano no menciona expresamente la cuestión de Salmón Amorín, su estudio incide precisamente en desvincular el hecho de las derechas e izquierdas sobre la cuestión del sexo de pago, especialmente durante la Guerra Civil, al especificar que se permitió en los dos territorios, para lo que expone buenas muestras de ello, como son los numerosos textos de los corresponsales de guerra en el mítico Hotel Florida del Madrid republicano tanto de Ernest Hemingway como de John Dos Passos.
“Los proyectiles siguen cayendo. El hotel, que habitualmente está tan calmado a estas horas, hoy está lleno de ajetreos y confusión. Por todas partes se abren las puertas que dan a los balcones, alrededor del pozo vidriado. Hombres y mujeres en varios estados de desnudez salen escabulléndose de las habitaciones frontales, arrastrando maletas y colchones hacia las habitaciones traseras. Hay un camarero del restaurante, un hombre de pelo rizado que sale sucesivamente de distintas puertas con el brazo alrededor de distintas jóvenes que lloriquean o sueltan risitas nerviosas. Magníficas exhibiciones de ropa interior y gente despeinada”, escribió Dos Passos en
Lo mismo ocurre en el bando rebelde: “Los militares eran muy formalistas, y muy ordenancistas, pero los inteligentes entendían que debía de haber válvulas de escape para que la olla no explotase… La Iglesia católica en general, y muchos capellanes castrenses en particular, no estaban muy de acuerdo con la permisividad sexual de los militares y se producían choques con ellos”. Así, el caos de la guerra no distinguió especialmente a ningún bando ya fuera por la censura moral de la Iglesia católica en el bando nacional de la actividad o la del anarquismo feminista en el republicano con medidas como la de los ‘Liberatorios de la Prostitución’ promovida por la asociación Mujeres Libres, que trataba de proveer de trabajos dignos y atención a las prostitutas y que tuvieron poco efecto según la propia asociación: “Un día lanzamos nuestra idea de los Liberatorios de Prostitución, no como una solución al problema, sino como un paliativo a una de sus manifestaciones más graves. La continuación de la guerra y el proceso revolucionario han reducido el valor de nuestra iniciativa y nos han convertido en espectadoras meditativas de los acontecimientos”.
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Ballano hace notar además expresamente el carácter abolicionista, y no prohibicionista del decreto de 1935, puesto que no se castigaba con ningún tipo de delito en el código penal, si acaso el de proxetenismo: “Se dice que el ejercicio de la prostitución «no se reconoce en España a partir de este Decreto como medio lícito de vida". Si no es lícito, se supone que es ilícito, pero no se establece esa ilicitud ni las penas que corresponderían, con lo cual simplemente se convierte en algo alegal, es decir, no reglamentado. Recordemos que lo que sí estaba penado, por la Ley de Vagos y Maleantes, promulgada por Azaña el 5 de agosto de 1933 en su artículo 2.2, era la conducta de «los rufianes y proxenetas», a los que se imponía la pena de «internamiento en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola». Franco mantuvo la ley y lo único que hizo fue modificar ese artículo 2.2, el 15 de julio de 1954, cuyo título quedó como sigue: "Los homosexuales, rufianes y proxenetas".
En realidad, como señala Mercedes Riva Arjona, hubo aspectos abolicionistas-prohibicionistas en el decrerto de 1935, al afirmarse que “el ejercicio de la prostitución no se reconoce en España a partir de este decreto como medio lícito de vida”, y prohibir “toda clase de publicidad que de manera más o menos encubierta tienda a favorecer el comercio sexual”, pero también se mantuvo un espíritu de reglamentación, porque facultaba a las autoridades para vigilar a las personas diagnosticadas con enfermedades venéreas asociadas a la prostitución, así como a su tratamiento obligatorio y hospitalización forzosa.
Lo cierto es que al término de la Guerra Civil, poco antes de que se publicara y censurara La fiel infantería (1943), el régimen franquista había retornado a un sistema reglamentarista de la prostitución con el decreto de 1941, que la permitía siempre que fuera en recintos cerrados, al mismo tiempo que refundaba sin embargo el Patronato de Protección a la Mujer, en el que se fijaban unas finalidades muy semejantes a las que se señalaban en el Decreto de 11 de septiembre de 1931 de la II República, según Elisabet Velo i Fabregat en La prostitución en la dictadua franquista. Se retornaba prácticamente al mismo sistema que había imperado hasta 1935 y que no se modificaría definitivamente hasta la ley de 1956, también franquista, que prohibía de facto la prostitución.
El Confidencial