La gran ilusión del bombardeo

Aún no sabemos cuánto daño causaron los ataques aéreos estadounidenses del mes pasado contra las instalaciones nucleares de Irán. “Creo que fue una destrucción total”, se jactó el presidente estadounidense, Donald Trump, en la reciente cumbre de la Otán. Sin embargo, un informe preliminar de los servicios de inteligencia estadounidenses sugiere que Irán podría volver a enriquecer uranio en unos meses. Y Rafael Mariano Grossi, director general del Organismo Internacional de Energía Atómica, ha llegado a la misma conclusión.
Sin embargo, una cosa que podemos afirmar con relativa seguridad es que la campaña de bombardeos masivos de Israel y Estados Unidos no provocó un levantamiento contra la República Islámica, el resultado que esperaba el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Y Trump, incluso, reflexionó que el cambio de régimen era la solución obvia para un Gobierno que “es incapaz de hacer que irán sea grande otra vez”.

Guerra entre Israel e Irán Foto:iStock
La idea de que bombardear a la población civil quebrantará su moral y la volverá contra sus propios líderes es antigua y está en gran medida desacreditada. No funcionó durante la guerra civil española, cuando los alemanes e italianos bombardearon Guernica en 1937, ni durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Hitler desató el bombardeo sobre Gran Bretaña o los aliados aniquilaron ciudades enteras en la Alemania nazi. La operación Rolling Thunder, que se prolongó entre 1965 y 1968 en Vietnam del Norte, no logró este objetivo, y lo mismo pasará con el actual bombardeo israelí de Gaza.
El bombardeo estratégico, también llamado bombardeo de saturación o bombardeo de terror, fue una táctica ideada entre las dos guerras mundiales en gran parte por el general italiano Giulio Douhet. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, estos brutales ataques aéreos se asociaron con Arthur ‘Bomber’ Harris, comandante en jefe del Mando de Bombarderos de la RAF británica, y Curtis Emerson LeMay, general de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Este último, tras arrasar ciudades japonesas en 1944-45 y matar a cientos de miles de ciudadanos japoneses, admitió en una ocasión que, si los Estados Unidos hubieran perdido, habría sido juzgado como criminal de guerra.
Pero, no obstante su amplio uso en la Segunda Guerra Mundial, esta táctica nunca provocó una revuelta popular. Y, sin importar las consecuencias de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, allí no hubo ningún levantamiento contra el Gobierno japonés.
Efecto contrarioDe hecho, los bombardeos pueden tener el efecto contrario: enfurecen a la gente, lo que puede movilizar el apoyo incluso a gobiernos profundamente impopulares. Los esfuerzos alemanes por desmoralizar a los londinenses en 1941 solo los hicieron más obstinados, reforzando su creencia de que la ciudad podía resistir tales ataques. Winston Churchill era, por supuesto, popular. Pero la misma respuesta era evidente entre los berlineses, incluso entre aquellos que odiaban a Hitler. La gente se enorgullece de su resistencia, especialmente cuando se enfrenta a un enemigo común.

Daños causados en un edificio por el impacto de un misil iraní en Beersheba, en el sur de Israel. Foto:AFP
La verdad es que a la mayoría de la gente no le gusta ser bombardeada por potencias extranjeras, por mucho que desprecie a sus propios líderes. Esto es especialmente cierto en un país orgulloso como Irán, con una amarga historia de intervenciones extranjeras. En 1953, un golpe de Estado respaldado por Estados Unidos y el Reino Unido acabó con una democracia incipiente. El odio hacia estos países occidentales puede haber disminuido, pero los iraníes siguen sospechando de sus motivos. Y si es difícil imaginar que los iraníes se unan en torno a la bandera ‘Miga’ de Trump. Y la idea de que consideren a Netanyahu un salvador político es aún más fantasiosa.
Sin duda, debilitar la capacidad nuclear de Irán es un avance positivo. La guerra de Israel contra los aliados de Irán en el Líbano y Siria también puede haber sido algo positivo. Pero, como han demostrado otras intervenciones militares occidentales en Asia y Oriente Medio, los bombardeos no dan lugar a cambios democráticos.
La derrota de Japón y Alemania en la Segunda Guerra Mundial y sus posteriores transformaciones democráticas se citan a veces como ejemplos contrarios. Pero las democracias fueron construidas, o más bien reconstruidas, después de la guerra, por las élites de esos países bajo la ocupación aliada. Y hoy nadie se atreve a sugerir que Estados Unidos o Israel deban ocupar Irán, y mucho menos que hacerlo tendría los mismos resultados que en Alemania y Japón.
Los únicos que pueden derrocar la teocracia esclerótica, opresiva y a menudo brutal de Irán son los propios iraníes. El régimen es muy impopular: una encuesta de 2023 reveló que más del 80 por ciento de los iraníes preferirían un gobierno democrático. Bombardear Irán puede haber puesto de manifiesto la debilidad militar del país, pero también podría haber debilitado a la creciente oposición.
La reacción del distinguido actor iraní Reza Kianian es instructiva. Feroz crítico del Gobierno y partidario de las manifestaciones contra el régimen en 2022, sin duda acogería con satisfacción una sociedad más democrática. Pero, una vez que Israel y Estados Unidos comenzaron los bombardeos, su patriotismo se impuso. Declaró al Financial Times: “Una persona que se encuentra fuera de Irán no puede decirle a una nación que se levante. Irán es mi país. Yo decidiré qué hacer y no esperaré a que ustedes me digan qué hacer en mi propio país”.

Soldados israelíes durante uno de los ataques en la franja de Gaza. Foto:Ejército de Israel/ Efe
Esta justificada aversión a la intervención exterior podría dar paso pronto a una renovada determinación. Nunca se sabe lo que puede pasar cuando un régimen se ve sometido a presión. Pero, hasta ahora, el régimen ha tomado medidas más duras contra los supuestos traidores y disidentes. Y la debilidad militar de Irán aumenta las posibilidades de que sus líderes redoblen sus esfuerzos por construir una bomba nuclear. Sin duda, esto no es lo que Netanyahu y Trump pretendían, ni lo que la mayoría de los iraníes desearían.
(*) Análisis de Ian Buruma, autor de numerosos libros, entre ellos: ‘Año cero: una historia de 1945’. © Project Syndicate. Nueva York
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