Calor o frío: ¿Qué influye en nuestra temperatura confortable?

38 grados Celsius a la sombra: para algunos, la temperatura ideal para disfrutar al máximo del verano. Para otros, es una pesadilla sudorosa, asociada a dolores de cabeza y problemas respiratorios y circulatorios. En lugar del calor, este grupo prefiere 13 grados Celsius, ideales para usar con chaqueta, o incluso temperaturas invernales bajo cero.
Cada persona tiene su propia temperatura agradable. Pero ¿qué la determina?

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Existen más de 60 factores que influyen en el bienestar térmico, explica Andreas Matzarakis, meteorólogo biológico y ambiental de la Universidad Albert Ludwig de Friburgo. Entre estos factores se incluyen:
- Edad : Las personas mayores tienen un metabolismo más lento que las jóvenes, además de piel más fina y menor masa muscular. Esto hace que, por lo general, sean más frías.
- Salud general : Un cuerpo sano puede regular mejor la temperatura. Sin embargo, las personas con enfermedades crónicas como la esclerosis múltiple suelen ser más sensibles al calor y al frío que las personas sanas.
- Equilibrio hormonal : La testosterona, la hormona sexual masculina, promueve el crecimiento muscular, lo cual se asocia con una mayor producción de calor. Por lo tanto, los hombres generalmente no se resfrían tan rápido como las mujeres.
- Estrés : Las hormonas del estrés contraen los vasos sanguíneos, lo que provoca una mayor sensación de frío.
- Ropa : La ropa que usa una persona a determinadas temperaturas determina si tiene más probabilidades de sudar o congelarse.
- Condiciones ambientales y climáticas: Con alta humedad, el cuerpo tiene dificultad para enfriarse, ya que el sudor de la piel se evapora más lentamente. El aire se percibe más cálido. El viento también influye en la percepción de la temperatura, al igual que la luz solar.
El cuerpo humano tiene una cierta "temperatura de funcionamiento", como la define Matzarakis. Se sitúa en torno a los 37 grados Celsius. "Esta temperatura es óptima para muchos procesos bioquímicos del organismo", afirma el biometeorólogo. Cualquier valor superior puede volverse rápidamente peligroso para el organismo. Puede provocar, por ejemplo, problemas cardiovasculares. "Esto significa que la temperatura corporal no debe desviarse demasiado de los 37 grados". Una temperatura ambiente confortable, en la que el cuerpo apenas tiene que esforzarse para mantener el calor, se sitúa entre 18, 19 y 25 grados.
Normalmente, el cuerpo intenta enfriarse con temperaturas altas mediante el sudor. Este se evapora de la piel, enfriando el cuerpo. Esto se conoce como enfriamiento por evaporación. Si este mecanismo regulador se altera, por ejemplo, porque la humedad es demasiado alta y el sudor tiene dificultad para evaporarse, se necesita ayuda adicional. Se debe reducir la actividad física y buscar zonas con sombra.
El cuerpo reacciona de forma diferente al frío: primero, los vasos sanguíneos se contraen para reducir la pérdida de calor. Extremidades como las manos y los pies se enfrían; el calor se concentra en el centro del cuerpo para preservar órganos vitales como el hígado, los pulmones, el cerebro y el corazón. La piel de gallina también es típica de la sensación de frío: el vello se eriza para crear un colchón de aire aislante contra el frío. También se empiezan a tiritar. Los músculos se contraen y se relajan, generando así calor.
La forma en que percibimos la temperatura también está determinada por nuestro cerebro. Este posee una "corteza térmica", una región cerebral encargada de procesar los estímulos de temperatura, como descubrió un equipo de investigación del Centro Max Delbrück de Medicina Molecular de Berlín en 2023. Además, el cerebro puede adaptarse a diferentes temperaturas, por lo que la percepción del calor o del frío puede variar con el tiempo.
El biometeorólogo Matzarakis da el ejemplo: Cuando el verano da paso al otoño, nuestro cuerpo aún está acostumbrado al calor. Por lo tanto, 28 grados Celsius en septiembre podrían parecer perfectamente normales; incluso con temperaturas más bajas, seguimos usando el cárdigan. Después del invierno, el cuerpo está más acostumbrado al frío. Por lo tanto, el cerebro anticipa cómo debería sentirse la temperatura basándose en experiencias previas y se adapta en consecuencia.
Acostumbrar el cuerpo a temperaturas incómodas solo es posible hasta cierto punto, afirma Matzarakis. Las terapias de frío, por ejemplo, pueden ayudar al cuerpo a tolerar mejor las bajas temperaturas. Acostumbrarse a las altas temperaturas es más difícil, explica el experto. En general, ayuda a fortalecer el cuerpo para que pueda soportar mejor las fluctuaciones de temperatura. «Esto funciona mejor con ejercicio al aire libre; no se trata de correr ni de deportes extremos, sino simplemente de caminar», explica Matzarakis. «Las duchas de contraste y los baños Kneipp también pueden ayudar con el endurecimiento».
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